Una oreja delatora
Primer Bakukal del mes de Reapember
374 d. C.
Danyal despertó con la fuerte sensación de que estaba avanzada la tarde. No había viento en el exterior del escondite, y se oía el chirrido de las cigarras y el zumbido continuo de gordas moscas. Era Reapember, recordó, aunque la temperatura y el aroma cálido y cargado del aire parecían sugerir más bien el pleno verano que el principio del otoño.
Vio que Mirabeth también estaba despierta. Sus ojos castaños lo miraban intensamente cuando él se estiró y poco a poco volvió a tomar contacto con su alrededor. Foryth y Emilo dormían aún, apoyados el uno en el otro y contra la pared rocosa del pequeño nicho.
—He estado pensando que deberíamos salir y echar un vistazo antes de que oscurezca —susurró la kender.
Danyal asintió con la cabeza. Ella acababa de sugerir lo mismo que él estaba pensando. Pasaron, sigilosos, entre las rocas y las zarzas, agachados contra el suelo, y miraron a derecha e izquierda.
El aroma a pino fresco lo impregnaba todo, como desmintiendo la existencia de peligro alguno. Pero Danyal no estaba dispuesto a arriesgarse. Siguió adelante con sumo cuidado, arrastrándose bajo las ramas de un vetusto pino. Afortunadamente, había poca maleza y era fácil avanzar. El suelo del bosque era una alfombra de agujas secas y marrones, caídas de múltiples ramas. Algunos de los árboles, como el que ahora lo ocultaba, eran enormes; otros no eran más que escuálidos arbolillos.
Tenía la sensación de que cualquiera de ellos podía ocultar un enemigo peligroso.
Mirabeth se arrastró para reunirse con él y durante varios minutos permanecieron tumbados boca abajo, en silencio, escudriñando el bosque en busca de cualquier cosa fuera de lo normal. De repente la kender le propinó un codazo a Danyal, lo que le hizo dar un respingo por el susto, pero, al mirarla, vio que ella sonreía.
El chico miró hacia donde apuntaba el dedo de la kender, y vio una cierva con su cervatillo que pastaban a una distancia poco mayor que a tiro de piedra.
Los dos observadores permanecieron totalmente quietos, casi sin respirar, mientras la pareja de ciervos mordisqueaba las matas de hierba que aquí y allá salpicaban el manto marrón de agujas. Las sombras moteaban el tono marrón intenso del lomo de la madre, mientras que las manchas blancas del dorso y los flancos del cervatillo brillaban como diamantes cuando el animal atravesaba algún claro soleado. Ora inquieto, ora juguetón, el joven ciervo se movía siempre alrededor de su madre, con las orejas erguidas y las zancudas patas inseguras.
Durante largos minutos los animales se mantuvieron en el campo de visión de Danyal y Mirabeth, y el muchacho se convenció de que los tímidos animales habrían huido si hubiera alguna amenaza escondida cerca de allí. Finalmente los ciervos se alejaron poco a poco hasta perderse tras la pantalla de los troncos de los árboles, y los dos merodeadores se pusieron de pie.
—Intenté borrar nuestro rastro desde la pradera hasta este bosquecillo y dejar otro falso —explicó Danyal—. Echemos un vistazo para asegurarnos de que nadie nos sigue.
Mirabeth asintió y se alejó con gracilidad felina. Con un atisbo de culpabilidad Danyal la observó desde atrás, pensando que era muy hermosa. «Se mueve como una chica», pensó. Una chica humana, aunque bien podría tener sesenta o setenta años por lo que él sabía.
Cuando ella se dio la vuelta para ver si el muchacho la seguía, Danyal se ruborizó hasta la raíz del pelo, más incluso cuando vio la tímida sonrisa de ella y sospechó que sabía que la había estado mirando. Él bajó los ojos e intentó concentrarse en atravesar el bosque sin hacer demasiado ruido.
Dando un rodeo para alejarse de su refugio, Danyal y Mirabeth se deslizaron hasta un barranco rocoso. La hondonada marcaba un camino recto a través del bosque, y se dirigía hacia la gran pradera donde el muchacho había creado la pista falsa. Siguieron por ella durante varios minutos hasta que vieron la claridad del sol entre los árboles. Salieron fácilmente del barranco agarrándose a raíces y plantas trepadoras, y al llegar arriba se arrastraron de nuevo hacia adelante hasta que estuvieron ocultos bajo un pino en el linde del bosque.
—¡Allí! —El aviso de Mirabeth era poco más que un susurro.
Danyal también lo había visto: seis figuras desaliñadas que atravesaban la pradera siguiendo el rastro que los cuatro compañeros habían dejado la noche anterior.
—Me pregunto dónde estarán los otros. —De nuevo Mirabeth habló con voz susurrante.
Efectivamente, aunque los hombres estaban demasiado lejos para verles las caras, Danyal supo que faltaban dos bandidos en el grupo. A juzgar por las barbas y el pelo enmarañado que veía, dedujo que uno de los dos que faltaban era Kelryn Desafialviento.
—Están llegando al lugar en el que disimulé nuestro rastro —susurró, pero el corazón se le puso en un puño y contuvo la respiración cuando los hombres llegaron hasta el bosque. Sólo cuando giraron hacia el arroyo se relajó, y al soltar el aire notó que estaba temblando.
»¡Funcionó! —Respiró aliviado, con una sublime sensación de regocijo templada por el peligro—. Están siguiendo mi pista falsa.
Oyeron gritos de disgusto cuando los bandidos llegaron a la orilla del río, pero no podían distinguir qué era lo que decían.
—Tal vez ya habían pasado por allí —dedujo Mirabeth—. Parece que han estado comprobando la pista, y es ahí donde la perdieron.
Danyal se dijo que debía de estar en lo cierto.
—Seguro que retrocedieron cuando perdieron la pista en el arroyo —coincidió. Pero ¿cómo de pertinaces iban a ser buscando el rastro oculto? ¿Seguirían buscando? ¿Y dónde estaban los otros hombres?
Varios de los bandidos discutían acaloradamente y apuntaban río arriba y río abajo, mientras que otro de ellos parecía presto a adentrarse en el bosque.
—Debemos volver a la cueva para despertar a Foryth y a Emilo, si siguen dormidos —dijo Danyal—. Es hora de salir de aquí.
Deslizándose lo más rápido que podían sin hacer ruido, ambos retrocedieron al barranco. Saltaron abajo sobre una zona de musgo y recorrieron la hondonada hasta el final, que estaba cerca de su refugio temporal.
—Aquí fue donde bajamos —señaló Danyal, y apuntó hacia una pared rocosa que formaba el muro izquierdo de la hondonada—. No parecía tan alto cuando saltamos por aquí.
—Podemos escalarlo —le aseguró Mirabeth—. Hay muchos lugares donde poner las manos. —Danyal se mostró de acuerdo—. No empieces a subir hasta que yo llegue arriba. No quiero arrastrarte si me resbalo —dijo la kender por encima del hombro.
Luego metió un pie en una grieta de la pared rocosa y se aupó para agarrarse con las manos. Trepó a un ritmo constante y rápido y pronto estuvo cerca del borde.
Danyal observaba nervioso; vio que perdía pie momentáneamente y se preparó para cogerla si caía, pero la ágil kender mantuvo el equilibrio con facilidad. Un momento después desapareció por el borde.
Una fracción de segundo más tarde, el grito de terror de Mirabeth resonó en el bosque e hizo que los pájaros levantaran el vuelo espantados. El pánico se apoderó de Danyal.
—¿Qué pasa? —Frenético, el muchacho se lanzó hacia la pared rocosa e intentó escalar rápidamente, pero al instante se deslizó de nuevo hasta el fondo del barranco. Miró arriba y notó cómo la esperanza desaparecía de su corazón.
Kelryn Desafialviento estaba allí, y entre sus brazos sujetaba a Mirabeth, que forcejeaba. Con una mano tapaba la boca de la kender, que miraba a Danyal Thwait con los ojos desorbitados por el terror.
—Bueno, ahí estás, mi joven amigo. —El señor de los bandidos se mostraba frío, incluso desapasionado, y era esa indiferencia la que hizo que el sentimiento más poderoso de Danyal fuera el de odio. Pero sólo podía mirar con furia impotente a Kelryn, que siguió hablando—. Parece que te perdiste en la noche. Es un alivio haber vuelto a encontrarte.
Tembloroso, Danyal miraba intensamente hacia arriba, a sabiendas de que aunque llegara a lo alto de la pared sería cosa sencilla para el jefe de los bandidos darle una patada cuando se acercara al borde.
—Creo que me llevaré este pequeño regalo conmigo a Loreloch —lo provocó Kelryn Desafialviento.
Entonces apareció otra figura, la de Zack, que se unió a su capitán.
El cruel individuo miró con gesto socarrón a Danyal, y su único ojo brilló con malicia.
—¡Corre! —chilló Mirabeth, quien consiguió liberar su boca de la mano de Kelryn—. ¡Te va a matar!
Pero Danyal era incapaz de moverse del sitio, y gritó enfurecido cuando el falso clérigo volvió a tapar la boca de la joven kender. Sólo cuando Kelryn hizo un gesto enérgico con la cabeza hacia Zack percibió el joven la amenaza inminente y echó a correr.
Oyó el sonido de algo pesado que aterrizaba en el suelo a su espalda y no tuvo que mirar atrás para saber que Zack había saltado dentro de la hondonada. Las pesadas pisadas del bandido resonaban detrás de Dan, y el muchacho no pudo contener un sollozo de terror al sentir que el siniestro bandido se acercaba. Aceleró tanto como pudo, recorriendo los rincones del tortuoso barranco, buscando desesperadamente un lugar que le permitiera escalar la pared para ponerse a salvo.
Y sabiendo que había dejado a Mirabeth en las despiadadas manos de Kelryn Desafialviento.
Zack soltó una risotada cruel, y Danyal supo por el ruido que el hombre estaba sólo a unos pocos pasos. Con los ojos borrosos, el muchacho pensó en Mirabeth, horrorizado al pensar en su cautiverio entre unos bandidos despiadados.
Extrañamente, ese miedo parecía mucho más real y aterrador que la posibilidad de su propia muerte inminente. Contuvo otro sollozo; su tristeza provenía del hecho de que era incapaz de ir a ayudar a Mirabeth.
Cuando intentó saltar sobre una roca que cegaba el fondo del barranco, la fuerza y la agilidad de Danyal se quedaron un ápice cortas. Su pie se enganchó en la parte superior del peñasco y cayó rodando en una zona arenosa hasta darse con la pared del barranco. Al mirar hacia arriba vio la esperpéntica cara de Zack que lo miraba con su único ojo.
—Bueno, muchachito, parece que al final voy a mojar de nuevo mi cuchillo, después de todo.
Danyal tanteó a ambos lados en un intento de agarrar algún palo o roca que pudiera usar como arma, pero sus manos se limitaron a arañar la dura superficie arenosa.
Zack echó atrás la cabeza y emitió una carcajada. Fue su último sonido. Una gran piedra de granito, de bordes irregulares, cayó de arriba y dio al bandido tuerto en medio de la frente. La cabeza de Zack cayó atrás como un latigazo y él se desplomó, tieso como una estatua. Danyal creyó oír un sonido seco cuando la cabeza del hombre chocó contra el terreno rocoso.
Sólo entonces alzó la vista, entrecerrando los ojos contra el resplandor del cielo, y vio a Foryth Teel mirando hacia abajo desde el borde del barranco. El historiador se sacudió el polvo de las manos y meneó la cabeza, nervioso, obviamente preocupado.
—¿Tiró usted eso? —preguntó Danyal y miró de nuevo al trozo de granito que había roto el cráneo de Zack.
—Siento decir… —Foryth chasqueó la lengua—. Esto, sí, fui yo —admitió, pesaroso, Foryth. Suspiró como si acabase de cometer un acto de grave injusticia—. Parece que no puedo evitar verme involucrado. Eh… ¿está muerto?
Danyal se acercó al cuerpo inmóvil de Zack y se detuvo un momento, indeciso, para mirar a la cara inexpresiva y los ojos sin vida. Finalmente empujó la rodilla del bandido con el pie, sin que hubiera reacción.
—Sí, lo está. —A punto de alejarse, se fijó en el gran cuchillo; el afilado filo brillaba como el mercurio a la luz del sol. El arma estaba caída entre las piedras, donde Zack la había soltado, y, siguiendo un impulso, Danyal se agachó para cogerla. La empuñadura era lisa y cómoda en su mano y la cuchilla estaba bien equilibrada y era obviamente letal.
Al pensar en matar, una idea apremiante lo acució.
—¿Qué hay de Mirabeth? —gritó—. Tenemos que ayudarla.
—¡Nos encontraremos allí arriba! —gritó Foryth como respuesta.
Danyal ya corría por el fondo del barranco. Cuando llegó al lugar por el que había ascendido la kender, metió el cuchillo en su cinturón y ascendió tan rápido como pudo. Remontaba el borde del precipicio cuando Foryth llegó hasta él.
—Se fueron por ahí —le dijo el historiador, apuntando hacia el bosque.
Danyal iba a emprender camino para seguir el rastro cuando vio algo chocante en el suelo del bosque.
Era un trozo picudo de cera de color marrón claro, y cuando lo cogió vio con claridad lo que era.
—Es la punta de una oreja falsa, una oreja puntiaguda —exclamó. La cabeza le daba vueltas.
—¿Crees que… quiero decir, que puede haberla perdido Mirabeth? —preguntó Foryth.
—Sí. —Se imaginó a la kender con los dos copetes, las orejas puntiagudas y la fina telaraña de arrugas alrededor de su boca y sus ojos. La mente de Danyal seguía bullendo con interrogantes—. ¿Por qué llevaría algo así, una punta de oreja falsa?
La respuesta era obvia en su mente, pero, por si quedaba algún género de duda, Emilo Mochila apareció trotando desde la dirección en la que estaba la cueva. Vio la oreja, miró a los desconcertados rostros de Foryth y de Danyal, y asintió con aire convencido.
—Ya lo recuerdo —confirmó el kender—. Mirabeth es en realidad una humana.