Un extraño mal
Primer Misham del mes de Reapember
374 d. C.
—¡Le ha vuelto a dar! —gritó Danyal, y dio unas palmaditas en una mejilla de Emilo para intentar reanimar al rígido e inmóvil kender.
De nuevo Mirabeth se arrodilló al lado de éste y le habló sosegadamente. Le oyeron jadear varias palabras ahogadas, ininteligibles, aunque Dan creyó oír «calavera» entre todos los delirios, y al final inspiró profundamente y cayó en un sopor más relajado y aparentemente normal.
Algo más tarde, el kender despertó, se incorporó, y miró a su alrededor con expresión aturdida.
—¿Puedes andar? —le preguntó Danyal, y sintió un temblor involuntario al mirar a los apagados ojos del kender.
—¿Andar? Sí, sí, puedo andar. —La voz del kender pareció cobrar fuerza al dar una respuesta afirmativa.
—Bien. —Dan se giró hacia Mirabeth—. ¿Quieres guiarnos? Yo ayudaré a Emilo.
—Creo que debería quedarme a su lado —dijo ella con suavidad—. ¿Por qué no miras a ver si encuentras un sendero?
Foryth se mantuvo en la retaguardia mientras el muchacho encabezaba la marcha entre los árboles, esforzándose por no salirse del tortuoso sendero que apenas podía ver.
Sintió un amago de miedo, un momento de melancolía y añoranza del hogar y la seguridad de la cama del ático de la casa de sus padres. Pero inmediatamente desterró esos recuerdos con el convencimiento de que nunca más volvería allí. Intentó escudriñar la oscuridad, y se concentró en buscar un buen camino para recorrer el pedregoso valle.
Se movía con paso rápido, y al cabo cayó en la cuenta de que distinguía el camino mejor que antes. Miró hacia arriba y vio una parte del cielo oriental entre las copas de dos árboles: el rosado tono del amanecer había hecho aparición.
Comprendiendo que se acababa el tiempo, Danyal se concentró en buscar un lugar donde ocultarse durante el día. El bosquecillo que atravesaban se acabó enseguida, y la pequeña comitiva aceleró un poco el paso para cruzar una pradera de alta hierba y flores cubiertas de rocío. El arroyuelo estaba oculto hacia su izquierda, ya que recorría una pequeña cárcava más baja que el terreno. Pronto se encontraron otra vez rodeados de pinos.
—Parece que este bosquecillo sube por el valle durante bastante trecho —dijo Danyal, cuando los cuatro viajeros pararon para recuperar el resuello—. Quizá deberíamos alejarnos del sendero para intentar ocultarnos ahí arriba, por lo menos hasta que oscurezca.
—¿Estamos huyendo de algo? —preguntó Emilo. Sus ojos ya no estaban desenfocados, pero hacía la pregunta con obvia sinceridad.
—De unos hombres… malvados. Te lo contaré todo cuando encontremos un refugio —repuso Mirabeth—. Hasta entonces tendrás que confiar en nosotros.
—Confío —aseguró el kender mientras masticaba la punta de su copete—. Pero ¿por qué no puedo recordar nada? Ni siquiera mi nombre.
—Ya te lo dije. Eres Emilo Mochila —respondió la kender con seriedad—. Y eres nuestro amigo, y deberás conformarte con eso por ahora.
Emilo asintió y repitió su nombre en voz baja varias veces, pero quedaba claro que le resultaba extraño. Danyal, mientras tanto, se había agachado para evitar las verdes agujas de un pino y había encontrado un pequeño claro que les permitiría atravesar el bosque.
—Tú sigue avanzando —le indicó a Mirabeth, que lo seguía con Foryth y Emilo—. Yo borraré nuestras huellas desde el momento en que salimos del sendero, por si acaso nos siguen.
—Buena idea —asintió el historiador, que, sin darse cuenta, estaba dejando una huella muy visible al parar para atarse los cordones de la bota—. ¿Quieres que te ayude?
—Eh… no —rechazó el muchacho. Foryth siguió a los dos kenders mientras Danyal retrocedía sobre sus pasos hasta llegar al linde de la pradera. La hierba estaba aplastada por las pisadas e iba a revelar el rastro a sus perseguidores durante muchas horas, así que decidió concentrarse en borrar las huellas de su paso entre los árboles.
En varios sitios pudo ver pisadas, la mayoría de las botas del historiador, que marcaban el blando terreno cubierto de agujas secas. Borró éstas con una rama, mientras retrocedía lentamente por el camino hacia sus amigos.
De repente tuvo una idea, y entró en la pradera al final del camino que habían seguido sus compañeros, pero tomó una ruta perpendicular a la anterior y dio unos pasos cortos y pesados hacia la ribera del arroyo. Allí pisoteó la hierba, dejando huellas muy evidentes.
Cuando llegó al borde del agua vio que, en las orillas, el barranco era más alto que él mismo, pero algo más abajo el agua fluía alegremente por un terreno arenoso, y la profundidad era escasa. Danyal se deslizó por la ribera dejando un surco evidente en la tierra y una huella muy visible en el borde mismo del agua. Después limpió bien sus pies para que no tuviesen barro y escaló por encima de varias rocas hasta llegar al linde del bosque. Agarró una raíz de pino y se aupó hasta estar de nuevo entre los árboles. Aquí dio pasos cuidadosos y ligeros para volver a la ruta inicial, y siguió barriendo las huellas hasta llegar al lugar donde el trío había penetrado en el bosquecillo más espeso.
Mientras borraba con sumo cuidado todo rastro de su paso, sintió una extraña emoción al pensar que estaba engañando a Kelryn Desafialviento, a Zack y a sus otros secuaces.
Por supuesto que había una parte de él sensata y práctica que tenía miedo de que los pudieran seguir, pero otra parte de él sentía un oscuro placer por estar despistando al jefe de los bandidos y a su siniestro grupo de secuaces.
Cuando hubo borrado cien pasos o más del sendero que lo unía al otro, Danyal tiró la improvisada escoba y corrió tras sus compañeros, siguiendo unas huellas que eran apenas visibles en el liso suelo del bosque.
Sin embargo, habría pasado de largo junto al espinoso matorral de rosas silvestres que se erguía en la base de un promontorio rocoso, si no hubiera sido por el hecho de que el arbusto pareció llamarlo cuando pasó a su lado.
—¡Chist! Dan, ¡por aquí!
Se detuvo y miró intensamente a su alrededor y al final percibió el contorno de una oscura entrada en la base del montículo rocoso. Rodeó con cuidado el espeso arbusto procurando evitar las espinas, a la vez que intentaba no dejar rastro alguno de su paso.
Foryth, Mirabeth y Emilo estaban acurrucados en un pequeño hueco entre las rocas. El lugar era demasiado reducido para considerarlo una cueva, pero era lo suficientemente espacioso para albergarlos a todos, siempre que ninguno quisiera tumbarse, y, lo que es más importante, estaba bien oculto del bosque que lo rodeaba.
—Tú eres Danyal; me lo han dicho —empezó Emilo en cuanto el joven se hubo acomodado en la pequeña oquedad—. Encantado de conocerte… de nuevo.
—Igualmente. —Era extraña esa falta de memoria, pero el muchacho se alegró de que Emilo parecía haber recuperado su vitalidad. Dan habría querido formular algunas preguntas, como por qué se le había ocurrido rescatarlos, pero dudaba que el kender se acordase de las respuestas, por lo menos de momento. Y no quería molestarlo con interrogantes que lo único que conseguirían sería resaltar su falta de memoria.
En cualquier caso, parecía ser que era el kender quien estaba dispuesto a hacer las preguntas.
—Foryth me dijo que viajabas solo por las montañas y después Mirabeth me contó que tu aldea había sido quemada por un dragón. Lo siento.
—No te preocupes, no fue culpa tuya —dijo secamente Danyal; el sarcasmo de su respuesta lo sorprendió, pero no quería que se compadecieran de él. Rió amargamente al recordar sus planes de antaño; ¿hacía realmente sólo cuatro días que su mundo había muerto?
»Me encaminaba a matar a ese dragón —admitió, arrepentido de su brusca actitud anterior—. Supongo que no pensé en ningún momento cómo me proponía hacerlo. Lo único que tenía era una vara de pesca y un pequeño cuchillo, y ahora ni siquiera tengo eso. —Rió de nuevo, intentando parecer desabrido, pues sintió que iban a empezar a brotarle las lágrimas.
—Y tú… ¿qué nos cuentas? —Emilo, para alivio de Danyal, se había vuelto hacia Foryth—. ¿Te traen a menudo tus estudios tan lejos de la biblioteca del templo?
—Eh… no. —Foryth se aclaró la garganta un par de veces, y Danyal percibió que era reacio a hablar, una reticencia que hizo aumentar la curiosidad del muchacho por oír el testimonio del historiador.
»En realidad, se me ha concedido una posibilidad… una especie de última oportunidad, a decir verdad, para ordenarme como clérigo de Gilean.
—¿Entonces es este viaje algún tipo de prueba? —adivinó Danyal—. ¿Llegar a Loreloch?
—Eso en concreto, no, pero verás: he estudiado la doctrina clerical durante muchos años, pero nunca he podido dominar el arte de realizar un conjuro, de hacer un encantamiento. Rezo a Gilean con total sinceridad, pidiéndole que me enseñe el camino, que me otorgue una pizca de poder. Pero nada.
—¿Y si no hace ese conjuro? —inquirió el muchacho.
—Entonces nunca seré clérigo. Él objetivo de mi vida, todo el fruto de mi trabajo, todos los volúmenes de mis escritos, todo será en vano.
—¡No lo creo! —objetó Danyal—. Me contó esa historia acerca de Fistandantilus. Era buena. No tiene que ejecutar un conjuro para dar significado a las palabras que escribe sobre el papel, a las historias que cuenta. Para que tengan importancia, quiero decir.
—Pero los más reconocidos historiadores de Krynn han sido clérigos de Gilean —se lamentó Foryth—. Y lo único que necesito es un hechizo, un simple y sencillo encantamiento que pueda demostrar mi fe. Entonces podría unirme a ellos.
—No creo que se lo pueda dar un clérigo de los Buscadores —musitó amargamente Danyal—. Y no puedo creer que siga queriendo ir a Loreloch.
—Ahora es incluso más importante que antes. Necesito ver los escritos, los anales de Kelryn Desafialviento. ¿Cómo se convirtió en dios el archimago? ¿Dónde vive? ¿Hay otras facetas de su fe, otras sectas repartidas por Krynn? Estas preguntas necesitan respuesta. —El historiador respiró para continuar después con la misma firmeza—: Hay pocas cosas de Fistandantilus que hayan escapado a la luz de la antorcha del historiador, pero los detalles acerca de su desaparición, en el momento de la transformación del Monte de la Calavera y más allá, siempre han sido considerados meritorios de mayores investigaciones. Y ahora parece que hay un significado, hechos que nunca sospechamos.
—¿Y va usted a estudiar estos asuntos pero sin participar, manteniéndose apartado e imparcial? —preguntó Danyal al recordar la preocupación que sentía el historiador por haber intervenido para salvarle la vida.
—Eh, sí, claro. Quiero decir, tengo que hacerlo. —Foryth chasqueó la lengua y movió nerviosamente la cabeza—. Mis esfuerzos estarían condenados al fracaso si me dejo involucrar con individuos o, peor aun, si yo mismo juego un papel.
—Pero ¿cómo puede ayudarte a aprender un hechizo todo este estudio e investigación? —Mirabeth formuló la misma pregunta que se había estado haciendo Danyal—. Mi padre me contó… Quiero decir, que oí en algún lugar que los clérigos rezan para conseguir sus hechizos, que se los concede su dios. —Se detuvo agitada, aunque parecía que sólo Danyal había notado el nerviosismo de la joven kender.
—Bueno, supongo que la investigación no ayuda en nada, a decir verdad —admitió Foryth encogiéndose de hombros. Pero entonces levantó la cabeza y su estrecha barbilla se echó hacia adelante con determinación—. Pero no sé dónde encontrar un hechizo, así que pensé que era lógico hacer algo útil mientras lo busco.
—No se puede discutir eso —convino Emilo con una risa amable.
Danyal tuvo que admitir a su pesar que el kender tenía razón: la decisión de Foryth era tan lógica como cualquier otra.
—Buena suerte, entonces —dijo el muchacho—. Espero que encuentre esa magia.
—¿Sabes? En cierto modo os envidio a los kenders —continuó Foryth, que apoyó la cabeza contra la pared de la cueva y miró a Mirabeth y a Emilo—. Vuestras gentes son, en cieno modo, los favoritos de Gilean. Neutrales de verdad, así son los kenders. Nunca una preocupación, y siempre vais a donde os lleve vuestro ánimo y vuestro interés.
—No sé qué decirte sobre eso —manifestó seriamente Emilo. Masticó, pensativo, la punta de su copete—. Por supuesto, ahora mismo no sé mucho acerca de nada, pero a mí me parece que tenemos las mismas preocupaciones que los humanos. Y eso de ser totalmente neutrales… Me gustaría pensar que sabemos la diferencia entre el Bien y el Mal. Y que practicamos un poco más de lo primero —añadió el kender con una carcajada suave. Luego se quedó callado y durante un rato los cuatro compañeros se limitaron a descansar. Compartieron el agua fresca de la cantimplora de Mirabeth, y finalmente Danyal decidió abordar algunos de los temas que lo tenían preocupado.
—Sobre estas… convulsiones —le dijo a Emilo—, ¿las has tenido toda tu vida?
—Bueno, sí… Creo que sí, realmente —admitió el kender—, aunque no estoy seguro. Es que no recuerdo mi niñez o mi juventud, así que he tenido estos ataques durante todo lo que recuerdo de mi vida.
—¿Qué es lo primero que recuerdas? ¿Dónde estabas y cuánto hace de esto?
—Bueno, ésas son buenas preguntas. Recuerdo que estaba en Dergoth, en las llanuras que rodean el Monte de la Calavera. Allí conocí a unos elfos, que me alimentaron y me dieron agua. Por lo que me dijeron, estuve apunto de morir allí, en el desierto.
—¿Cuándo ocurrió eso? —quiso saber Foryth, disfrutando de las preguntas con el interés de un verdadero historiador—. ¿Te dijeron acaso el año?
—Ahora que lo dices, sí, me dijeron el año. Era el doscientos cincuenta y algo, según recuerdo.
Danyal lanzó un silbido de admiración.
—De eso hace más de cien años —dijo—. No creía que los kenders vivieran tanto tiempo… Aunque por cierto no pareces viejo. Pero eso es parte del tema, ¿verdad? Que no parezcas tan viejo.
—¿Más de cien años? —Emilo parecía desconcertado—. Hubiera jurado que fue el invierno pasado, o quizás un poco antes de eso. Pero nunca cien años.
—¿Qué recuerdas acerca de dónde estabas, de lo que hacías el invierno pasado? —Foryth se hizo cargo de la entrevista—. ¿Viajabais juntos Mirabeth y tú entonces?
—Bueno… —De repente Emilo parecía asustado. Miró preocupado a la kender y le preguntó—: Entonces no te conocía, ¿verdad?
—No —dijo ella.
—Pero… ¿por qué no puedo recordar cuándo te conocí? ¿Cuánto hace?
—Fue hace sólo unos pocos días, en realidad —aclaró Mirabeth. Giró la cabeza para incluir a los dos humanos en su explicación—. Merodeaba sola. Hacía ya algún tiempo que viajaba sola. Tenía algunos problemas, se podría decir, y Emilo vino y me ayudó.
—¿Te rescató a ti también de los bandidos? —preguntó Danyal bromeando sólo a medias.
—No —repuso ella con una risa suave. El muchacho decidió que le agradaba mucho ese sonido—. Intentaba acampar, pero mi tienda se había venido abajo, y mi petate estaba empapado por la lluvia. No conseguía encender una hoguera, y me encontraba sentada en medio del bosque, compadeciéndome. Casi me muero del susto cuando se acercó a mí y me dijo…
—¿Emilo Mochila, a su servicio? —adivinó Danyal.
—Lo mismo que os dijo a vosotros, supongo. —Mirabeth sonrió.
—Y lo estaba. A nuestro servicio, quiero decir. Realmente nos salvaste la vida —dijo el joven humano—. Creo que no te lo había dicho, pero lo hiciste.
—Bueno, bueno —interrumpió Foryth Teel, que chasqueó la lengua—. Admito que era desagradable estar todo el día atado, pero me resulta difícil creer que Kelryn nos fuera a matar.
—Entonces es que no prestaba atención. ¿No recuerda a Zack y cómo le gustaba juguetear con su cuchillo? —Danyal se estremeció al recordarlo—. Nunca nos iba a dejar escapar, dijera lo que dijera Kelryn.
—Mencionaste a ese mago, Fistandantilus —dijo Emilo, para apartar a Dan de la atención del historiador—. Creo haber oído mucho acerca de él, pero no recuerdo nada.
—Hay mucho que contar —declaró entusiasmado Foryth—. Era el Amo del Pasado y del Presente, ¿sabes? El primer mago, y uno de los pocos que aprendieron a viajar en el tiempo. Un archimago que era capaz de manipular la historia, porque podía cambiar su propia ubicación en el río del tiempo. Tuvo influencia sobre generaciones de elfos y humanos en una era anterior al Cataclismo.
—Y en el Monte de la Calavera y en Dergoth después del Cataclismo —apuntó el kender moviendo la cabeza.
—Tenía que ser viejísimo. ¿Era humano o quizás un elfo? —preguntó Danyal.
—Oh, totalmente humano. En cierto modo, incontables veces humano —dijo Foryth con una carcajada seca—. Veréis, absorbía la esencia espiritual de otros seres humanos, en su mayoría hombres jóvenes que tenían el don de la magia. Estos corderillos propiciatorios eran inmolados, y el poder del archimago se mantenía y aumentaba con el paso de los años. Al cabo de un tiempo había consumido la esencia de tantos hombres que su poder era mayor que el de cualquier otro mago de la historia de Krynn.
—¿Cómo lo conseguía? —Al muchacho le resultaba difícil imaginar el poder mágico fruto de la extraña consunción que describía el historiador.
—Se dice que usaba una piedra preciosa, un heliotropo. Esa es una de las cosas acerca de las que quería investigar, pero Kelryn Desafialviento no quiso hablar sobre ello.
—Yo vi un heliotropo una vez —dijo Emilo.
Danyal miró al kender y se quedó boquiabierto. Los ojos de Emilo habían perdido su lustre y miraban al infinito, carentes de vida y de conciencia. El kender tenía la boca entreabierta y suspiró apesadumbrado; sus hombros estaban hundidos, como si toda la vitalidad de su cuerpo hubiera desaparecido.
—¿Un heliotropo? —Foryth parecía inconsciente de la alteración que sufría el kender, porque prosiguió, obviamente excitado.
»Son muy raros, lo sabes, ¿verdad? ¿Dónde estaba? Podía ser…
—Latía… caliente, sangre caliente… —Emilo hablaba con aspereza, haciendo esfuerzos evidentes por pronunciar las palabras, con los labios tensos contra los dientes, y hacía muecas de dolor entre cada rápida y entrecortada frase. La voz era grave y chirriaba, muy distinta del agudo timbre normal del kender.
»Sí, recuerdo la piedra. Y entonces estaba allí el portal, y sus colores… giraban. Y sentí la magia. Tiraba de mí, me arrastraba. —Con una mirada salvaje, Emilo se apoyó contra la pared rocosa, alejándose de sus compañeros, que lo contemplaban horrorizados—. Y entonces allí estaba ella, riendo, aguardándome.
El súbito grito de terror del kender resonó en el espacio cerrado de la cueva, y Danyal se imaginó al instante cómo el sonido rebotaba en árboles y rocas del valle, mucho más allá de su escondite.
Emilo inspiró de nuevo, pero para entonces el joven estaba sobre él, aplastándolo contra el suelo con una mano sobre su boca. Sólo cuando notó que el delgado y enjuto cuerpo que tenía debajo se relajaba se atrevió Danyal a soltarlo, y se echó hacia atrás para ponerse de cuclillas y ofrecer una sonrisa reconfortante a su asustado compañero.
Mirabeth estaba arrodillada al lado de Emilo y, cogiéndole una mano, le acunó la cabeza contra su hombro. Los ojos del kender se habían vuelto a quedar en blanco, pero esta vez Danyal se sintió casi aliviado por la falta de expresión; desde luego, era mejor que el espantoso y obsesionante terror que había visto en las facciones de Emilo Mochila unos momentos antes.
El sol estaba en lo alto del cielo cuando por fin todos se relajaron. Tras tomar otro trago de agua, Danyal pudo apoyar por fin la cabeza contra un tronco cubierto de musgo y permitirse dormir.