Un despreocupado vagabundo
Primer Kirinor del mes de Reapember
374 d. C.
Danyal vio que todo el grupo de bandidos se refugiaba en la zanja en tanto que Kelryn Desafialviento los agarraba a Foryth y a él por un brazo y los empujaba tras una roca, al otro lado del camino de la montaña. La ladera ante ellos era escarpada y rocosa y, al otro lado de la calzada, por lo que recordaba haber visto el muchado antes de que el sol se pusiera, el terreno descendía en una inclinada cuesta para ir a acabar en un riachuelo de montaña.
Intentó escudriñar a través de la oscuridad, pero le era imposible ver lo que se acercaba por el sendero. Sólo oía los melodiosos silbidos, un sonido que aumentaba lentamente a medida que se acercaba.
—¿Quién supones que es? —preguntó Foryth.
—¡Silencio! —ordenó Kelryn, y con un tirón alejó aun más al historiador de la calzada.
Danyal, mientras tanto, se agachó contra el suelo y se asomó por el borde de la roca, intentando atisbar alguna señal de la persona que se aproximaba. Alcanzaba a ver las formas difusas de los bandidos agazapados en la zanja y el destello del acero desenvainado.
El muchacho recordó la daga de Zack, la impaciencia del bandido por mojar la cuchilla en la sangre de todo aquel que se pusiera a su alcance, y rezó para que el inconsciente viajero se diera la vuelta de repente y huyera por ese lado oscuro de la montaña.
Los siguientes sonidos que oyó defraudaron sus esperanzas e incluso sorprendieron a los bandidos.
—¡Hola! ¿Qué hacéis en esa húmeda zanja llena de barro? Aquí arriba en la calzada está todo más seco.
Los ocho hombres de la banda de Kelryn se abalanzaron para rodear al diminuto viajero. Los secuaces gruñían como animales salvajes, pero su presencia no parecía sorprender o asustar al solitario trotamundos.
—¡Oh! Me estabais esperando, qué bien. Encantado de conoceros. Emilo Mochila, a vuestro servicio, y vosotros sois…
—¡Un kender! —dijo Zack, asqueado, acercándose al despreocupado tipo.
—Sí, claro. Mochila es un nombre kender, después de todo; uno de los mejores, más antiguos y más honorables de todos los clanes kenders, si se me permite decirlo. Y por supuesto que me lo permito, ya que nadie más lo va ha hacer.
De algún modo el kender había atravesado el cordón de bandidos para decir las últimas palabras ante Kelryn, Foryth y Danyal, aunque éstos no habían salido de su escondite detrás de la piedra.
—Emilo Mochila, a vuestro servicio —repitió y agarró las manos atadas de Danyal y las estrechó con entusiasmo.
—¡Eh, tiene mi bolsa! —gritó uno de los bandidos, un arquero fornido y malhumorado al que llamaban Bolt, cuando el grupo volvió a acercarse al kender.
—¿Qué? Ah, ¿esto? —Emilo tenía en su mano un saquillo de cuero que sonó a metal al agitarlo—. Se te debe de haber caído. ¡Toma!
El kender tiró el saquillo hacia Bolt; pero, mientras iba por el aire, un reguero de monedas de color plateado cayeron de él, y rebotaron y rodaron por el suelo.
—¡Mi dinero! —gritó el bandido, cayendo de rodillas para intentar recuperar todas las monedas. Riendo divertidos, los otros miembros de la banda se unieron al jolgorio e intentaron quedarse con todas las monedas de su compinche que estuvieran a su alcance.
Danyal miraba asombrado a Emilo, que estrechaba la mano de Foryth en un enérgico saludo y luego hacía una profunda reverencia ante Kelryn Desafialviento.
—Cualquiera puede ver que estoy ante el estimado líder de estos valientes hombres. Es un honor para mí conocerlo. Emilo Mochila a…
—¡Ya sé! —interrumpió secamente Kelryn—. A mi servicio. Pero ¿cómo, si puede saberse, puede ofrecer algún servicio un kender? ¿Y por qué debo aceptarlo si se me ofrece?
—Ambas buenas preguntas, por supuesto —rió Emilo de buena gana—. En verdad no creo que haya muchos kenders por aquí. Pero, si hay algo que pueda hacer por vosotros, me alegraría mucho hablar sobre ello.
—¡Agarrad a ese pequeño imbécil! —gritó Bolt, que seguía enojado por las monedas de acero perdidas—. Le sacaré todo el dinero que me falte de su pellejo.
—¡Pero, bueno, en serio! —dijo Emilo exasperado—. ¡Si fui yo el que te devolvió tu bolsa! No entiendo tu actitud.
Fue entonces cuando Danyal se fijó en que las ataduras habían desaparecido milagrosamente de sus muñecas. Recordó el entusiasta apretón de manos del kender y miró a Emilo Mochila con creciente asombro. Con su ira aún sin aplacar, Bolt se acercaba al pequeño tipo. Enarbolaba la corta espada y era evidente que no estaba dispuesto a que lo apaciguaran con explicaciones estrambóticas.
—¡Eh! A mí también me falta la bolsa. —El grito enojado de Zack interrumpió el avance de Bolt.
—¿Es ésta? —Emilo tenía en la mano otra bolsa llena de monedas—. Realmente deberías tener más cuidado. —De nuevo, una bolsa surcó el aire, y de nuevo, para enfado de unos y alborozo de otros, salieron despedidas las valiosas monedas, que cayeron en la zanja y rodaron por la calzada.
Danyal reparó en que incluso Kelryn miraba divertido. El jefe de los bandidos avanzó para colocarse detrás de Emilo Mochila, y finalmente puso los brazos en jarras y rió alborozado ante las payasadas de sus secuaces.
El muchacho miró de soslayo a Foryth y vio que el historiador contemplaba asombrado las cuerdas que colgaban sueltas de sus muñecas. Danyal sintió un destello que se apagó tan rápidamente como había surgido. Incluso sin sus ataduras parecía poco probable que los dos pudieran evadirse de sus captores durante mucho tiempo antes de volver a ser apresados. Y no quería siquiera pensar en las precauciones que podían tomar los bandidos si la pareja mostraba intención de escapar, ni sobre la venganza que podría cobrarse Zack cuando les pusiera de nuevo las manos encima a los fugitivos.
—Dejad que os ayude —ofreció amablemente Emilo. Se acercó alegremente a los hombres, que dieron unos pasos hacia atrás; sin darse cuenta, todos revelaron dónde estaban sus objetos de valor al poner una mano sobre el cinturón, el saquillo lateral, e incluso uno de ellos en la parte alta de su bota.
Haciendo caso omiso de su preocupación, el kender paseó entre el grupo de suspicaces bandidos.
—¡Toma! —gritó Emilo, lanzando una moneda de acero a Bolt—. ¡Y otra! —En esta ocasión la reluciente moneda pasó cerca de la alargada mano de Zack para, tras rebotar en la calzada, ir a parar entre las piernas de Bolt.
—¡Ésa es mía!
—¡No le pongas tus sucias zarpas encima!
De inmediato los dos bandidos se abalanzaron el uno contra el otro y chocaron violentamente para después caer al suelo, donde intercambiaron feroces puñetazos. Rodaron de un lado a otro, escupiendo y blasfemando, mientras se revolcaban a todo lo ancho de la calzada. Se vislumbró el relucir del acero en la oscuridad, y Danyal vio que Zack había sacado su horrendo cuchillo.
—¡Nada de armas! —La voz de Kelryn Desafialviento retumbó en la noche, y, profiriendo una maldición, el bandido tuerto tiró a un lado su daga y descargó el puño en la chata nariz de Bolt.
—¡Hola de nuevo!
Danyal se giró rápidamente al oír la voz, y casi se cae al suelo al ver que, de algún modo, Emilo Mochila se había deslizado detrás del peñasco y ahora se encontraba entre el historiador y él y los miraba con curiosidad manifiesta.
—Los has alborotado bastante bien —comentó Danyal, e hizo una mueca al ver que Bolt mordía la muñeca de Zack y éste emitía un aullido de dolor.
—Sí —convino el kender, asintiendo con cierto orgullo justificado—. Me gustaría quedarme aquí para verlo, pero ¿no creéis que deberíamos irnos?
—¡Somos prisioneros! —objetó Foryth Teel, chasqueando la lengua—. No se nos permite…
—¡Ahora mismo ya no somos prisioneros! —susurró urgentemente Danyal al comprender que había un plan detrás de las payasadas del kender, y deseó que no sólo se tratara de correr todo lo que pudieran en la oscuridad de la noche—. Tiene razón. ¡Vámonos!
—Pero…
—¡Vamos! —insistió Danyal y agarró la mano de Foryth y tiró de él. El historiador accedió de mala gana a seguirlos, aunque siguió mirando a los bandidos, casi como si desease que Kelryn los descubriera y acabara con la tontería de la huida.
Por su parte, el muchacho estaba seguro de que su discusión y partida atraería la atención de los bandidos, pero un vistazo rápido le mostró que Kelryn se había unido al corro que rodeaba la pelea, la cual estaba llegando a su punto culminante, ya que Zack había conseguido liberar su mano ensangrentada de la boca de Bolt e intentaba hacer presa en el cuello de su fornido adversario.
—¡Por aquí! —dijo el kender, guiándolos calzada arriba—. Elegí este lugar a propósito.
Los sonidos de la pelea se perdieron en la lejanía mientras corrían en la oscuridad de la noche. Danyal estaba tenso y asustado y temía escuchar en cualquier momento un grito de alarma, aunque parecía que la trifulca entre los compinches se hacía cada vez más enconada.
—¡Aquí! —Emilo Mochila se detuvo de repente y apuntó hacia un nicho entre dos rocas, en el lado inferior de la calzada—. ¡Sentaos y estaréis a salvo!
—¿Qué? ¿Cómo? —demandó Danyal, que pensaba que el lugar les ofrecía muy poca protección y que, como mucho, serviría para una sola persona.
Cualquier objeción fue atajada de inmediato por un sonido real de alarma procedente de más abajo de la calzada. La voz de Kelryn sonó como un ladrido en la oscuridad:
—¡Encontradlos y traédmelos!
—¡Vosotros dos primero! ¡Yo os seguiré! —susurró el kender y empujó a Foryth hacia el lugar que había indicado.
Con un suspiro, el historiador dio un paso para salir de la calzada, y de repente desapareció. Danyal oyó una exclamación, pero incluso eso se desvaneció rápidamente en la noche.
—Ahora tú —insistió el kender. El muchacho oyó el estrépito de gente corriendo y no lo dudó. Dio un paso tras Foryth y notó que perdía pie en el borde de un conducto liso y resbaladizo como un tobogán. Cayó inmediatamente de espaldas y se deslizó por una superficie embarrada a una velocidad increíble. Le costó un gran esfuerzo reprimir el grito de alarma que pugnaba por salir de su boca.
En vez de eso intentó prestar atención, fijarse en los detalles de la pendiente que tenía ante sí. Un chorrillo de agua caía por el empinado barranco y volvía resbaladiza su superficie. Danyal pensó un momento en la posibilidad de que Foryth se frenara abajo y que su irrefrenable caída lo precipitara contra él, o que el barranco desembocara en una catarata y acabaran estrellándose contra las rocas.
Pero la caída continuó sin interrupciones durante un trecho muy largo. Además de los rebotes, los rasponazos y el silbido del viento, Danyal acabó por advertir que había otro cuerpo a su lado cayendo por el barranco, y deseó fervientemente que Emilo los hubiera acompañado. Tenía que suponer que el kender no habría recomendado esta ruta si no hubiese pensado que tenían posibilidades de éxito. Aun así, el muchacho distaba mucho de disfrutar del veloz descenso en el que, en un momento, pasaba por una zona de barro y, al siguiente, una roca áspera le arañaba la espalda.
De improviso salió lanzado al vacío y se encontró flotando, cayendo, seguro de que era el fin; pese a ello, un instinto, enterrado en lo más hondo de su ser le impidió gritar.
Chocó con agua que estaba fría como el hielo y era muy profunda. La fuerza del impacto lo dejó sin resuello, pero enseguida alcanzó la superficie pataleando, sacó la cabeza del agua y pudo inhalar para llenarse los pulmones de aire.
Otra figura se zambulló violentamente a su lado, y sólo cuando vio aparecer a Emilo, pataleando con facilidad, oyó Danyal los sonidos de agitación y gorgoteo a poca distancia.
Los dos nadadores asieron por los brazos a Foryth y nadaron en el frío estanque hasta que sacaron al historiador a la orilla arenosa. Los tres descansaron quietos durante varios minutos, respirando con esfuerzo.
Danyal se fijó en que había follaje perenne sobre sus cabezas y supo que era imposible verlos desde la calzada de la montaña, que discurría en lo alto de la ladera. Se metió de nuevo en el agua poco profunda para mirar hacia arriba y vio la cresta de la pendiente, que se recortaba contra el cielo de la noche.
—Tengo la impresión de que pensarán que seguimos corriendo y nos perseguirán por la calzada un buen rato —comentó Emilo—. El conducto por el que hemos bajado es casi invisible de noche, aunque, si continúan ahí al amanecer, no tendrán dificultades para seguir nuestra pista.
—Quizá cuando amanezca deberíamos estar en otro lugar —sugirió Danyal—. ¡Y gracias por rescatarnos!
Sintió un escalofrío, y no sólo por su vestimenta mojada; de hecho, cuando pensaba en la posibilidad de un largo cautiverio con Zack y su cuchillo acechando en las sombras, el muchacho no tenía duda de que el kender les había salvado la vida.