25

Cuentos de wyrms

Primer Majetog del mes de Reapember

374 d. C.

Danyal tiró de la vara y vio cómo la trucha salía a la superficie con un destello de escamas plateadas. Tensó el cordel con suavidad, pero una fuerza violenta arrancó el anzuelo de la boca del pez. Sintió la vara rígida y pesada en sus manos.

Entonces oyó chillar al pez, y era tanto el sufrimiento del animal que casi se le parte el corazón.

Y después él mismo era el pez, y el agua se cerraba sobre su cabeza, pero él no sabía nadar. Estaba malherido, desgarrado y sangrando, y sujeto por las irrompibles hebras de un largo hilo de pescar.

Se despertó, agitado por el pánico, y al punto se incorporó y parpadeó para intentar ver a través de las humeantes tinieblas de la cueva. Sus ropas estaban empapadas de sudor, y tenía el pelo adherido a la frente. Respiró hondo varias veces para convencerse de que no había sido más que una pesadilla, y aun así la sensación de ahogo sólo desapareció lentamente. Y seguía atado por una larga soga; esa parte no había sido un sueño. La cuerda le mordía las muñecas; le dolían las manos por la falta de riego sanguíneo, y tenía los dedos dormidos. El otro extremo del trenzado cordel de cuero resistente envolvía con firmeza una enorme estaca de madera clavada en el suelo de la cueva.

Vio a Foryth Teel, que parpadeaba lentamente mientras salía poco a poco de su sopor, y Dan adivinó que sus propios movimientos de agitación habían despertado al historiador, al que había visto escribiendo todavía laboriosamente momentos antes de quedarse dormido.

Pero ¿qué había sido ese grito? Danyal tenía la sensación de que procedía del mundo real. Justo cuando llegaba a esa conclusión, oyó un grito de ira seguido de la voz de un hombre que rompía a sollozar, y luego continuaba con una súplica desesperada.

—¡No! ¡Dejadme aquí! ¡Seguid sin mí! Me quedaré fuera de tu vista hasta que pueda…

—Acaba con esto, Zack.

Las últimas palabras, pronunciadas por la voz de Kelryn Desafialviento, pusieron fin a las súplicas, aunque los sollozos seguían sonando en la cueva.

Danyal se arrastró hacia adelante hasta donde alcanzaba su soga y miró hacia la entrada. Vio a Gnar, el bandido de la rodilla destrozada, que se arrastraba hacia atrás por el terreno irregular, mientras Zack avanzaba hacia él con cara de pocos amigos, blandiendo su cuchillo.

—Eres demasiado lento, viejo Gnar —dijo Zack—. Nunca fuiste muy útil, y ahora, con esa rodilla, no eres más que un lastre que frena el avance del resto de nosotros.

—¡Por todos los dioses, dejadme aquí! —suplicó el cojo. De repente Zack asestó una puñalada; Gnar intentó rodar para alejarse, pero la hoja segó su cuello con un corte limpio, como un latigazo.

Danyal se horrorizó al oír el estertor, el borboteante sonido de la muerte mientras el bandido lisiado se revolcaba por el suelo con una pierna rígida por el vendaje de la rodilla. La espalda de Gnar se arqueó, y sus manos arañaron el suelo a ambos lados durante un momento interminable; luego, con un último estremecimiento, cesaron sus movimientos y se quedó inmóvil, tendido sobre el suelo.

Kelryn Desafialviento se giró y su mirada se encontró con la de Danyal. El muchacho se asustó por la expresión de hambre profunda, sin saciar, que había en sus ojos, pero no pudo apartar los suyos. En vez de eso se imaginó cómo el bandido lo atacaba y acababa con él.

—La herida se había infectado —declaró Kelryn—. Estaba condenado, y nos retrasaba a los demás. Lo único que hemos hecho ha sido adelantar lo inevitable.

Zack se entretenía limpiando la cuchilla de su daga en la capa del muerto. Su ojo brillaba intensamente cuando dijo con sorna, dirigiéndose a Danyal:

—Y lo inevitable soy yo.

Encogiéndose contra la pared, Danyal intentó desaparecer entre las sombras. Advirtió que estaba temblando, y en su mente retumbó como un eco el sonido burbujeante de la muerte de Gnar. Gateando para esconderse tan atrás como pudo, Dan intentó convertirse en invisible. Los recuerdos de las historias de los bandidos, el asesinato de sir Harold, el relato de cómo habían asado a su bebé ensartado en una espada, y las otras terribles cosas que le habían hecho a su esposa, todo hacía tiritar al muchacho. Se encontró recordando a la muchacha de la que habían hablado, y esperó que estuviera a salvo.

Dan se sorprendió al ver que Foryth Teel estaba ocupado tomando unos apuntes. Sin duda el historiador había presenciado la desagradable escena que había transcurrido ante ellos, pero su rostro no mostraba señal alguna de aflicción.

Mientras se agazapaba en su rincón, Danyal cubrió con las manos la hebilla de su cinturón para protegerla. Tiró de la camisa hacia abajo para procurar que la tela tapara la pieza metálica. Había dejado atrás su vara de pescar y su nasa cuando lo habían atrapado, y los bandidos le habían quitado su cuchillo, pero tenía la firme determinación de guardar el secreto de su herencia familiar.

Algo más tarde Zack fue hacia ellos. Danyal estaba seguro de que iba a matarlos, pero Foryth se limitó a levantar las manos para permitir que el bandido cortara la correa de cuero que ataba al historiador a la estaca. Indeciso, Danyal hizo lo mismo, pero reculó al oler el fétido aliento del carnicero. Una vez seccionada la tira de cuero del muchacho, Foryth y él se levantaron al instante para flexionar los músculos y permitir que el riego sanguíneo llegara a zonas previamente adormecidas del cuerpo. Aún tenían las manos fuertemente atadas por las muñecas, pero por lo menos podían moverse, estirar las piernas y enderezar sus maltrechas espaldas.

—¡Daos prisa ahí! —espetó Kelryn Desafialviento, que entró en la cueva para hablar a sus dos prisioneros—. Debemos partir; nos va a llevar toda la noche llegar hasta nuestro siguiente refugio, y quiero estar dentro cuando amanezca.

Danyal observó que el líder de los bandidos parecía inquieto y ansioso; Kelryn echó un rápido vistazo por encima de su hombro y luego miró fijamente hacia las sombras de los laterales de la cueva.

—Sólo nos llevará un minuto poder movernos de nuevo —contestó Foryth mientras cojeaba hacia la entrada de la cueva, apoyándose contra la rocosa pared para ayudarse a mantener el equilibrio. Kelryn miró airadamente al historiador, y Danyal sintió una punzada de miedo.

—Te echaré una mano —se ofreció el muchacho, acercándose al historiador para ofrecerle el brazo. Juntos, cojeando aún este último, se dirigieron a la entrada de la cueva.

Dos de los bandidos habían arrastrado el cuerpo de Gnar para alejarlo de la boca de la caverna, pero el lugar donde había muerto estaba marcado por una enorme mancha de sangre; Danyal notó que los ojos se le iban hacia ese lugar, atraídos por un magnetismo incontrolable.

—¡Hay mucha sangre en un hombre, y en un muchacho casi la misma! —dijo Zack con una risita, y su cálido aliento penetró en la oreja de Danyal.

—¡Vámonos! —dijo Kelryn. Zack le dirigió a su jefe una mirada llena de ira antes de guiar al grupo por la salida de la cueva.

Afortunadamente Foryth había recuperado la sensibilidad en las piernas antes de llegar a la calzada llena de baches.

Bajo la pálida luz de una Solinari en cuarto creciente, partieron de nuevo hacia el norte y bordearon uno de los valles de escarpadas paredes que encerraban las montañas Kharolis.

Durante varias horas marcharon sumidos en un lúgubre silencio. Los bandidos estaban malhumorados y suspicaces, blasfemaban ante el más mínimo ruido —como el rodar de una piedra suelta— y se recriminaban unos a otros por asuntos sin importancia. Danyal se mantenía en silencio; habría deseado que se olvidaran de él y lo dejaran solo, para valerse por sí mismo en aquella solitaria región.

Kelryn, que había estado marchando a la cabeza del grupo, acabó por apartarse a un lado y esperó a que los dos prisioneros lo alcanzasen. Volvió a incorporarse a la comitiva detrás de Foryth Teel, y miró al historiador con expresión pensativa, que parecía oscuramente siniestra a la luz de la luna.

—Me ha llamado la atención el hecho de que hayas iniciado tu búsqueda con una elección poco apropiada de compañeros y de armamento. ¿Qué sabes acerca de los peligros que pueden encontrarse en estas montañas?

—Es tarea del historiador registrar los detalles acerca de esos peligros cuando los descubra —respondió Foryth con sencillez—. No es mi tarea la de batallar, la de cambiar la faz de Krynn con acciones propias.

—Y sin embargo estuviste a punto de no sobrevivir para poder registrar esa historia —contestó el bandido—. Y debes saber que no soy el único al que debes tenerle miedo por estos lares.

—¿Y qué otro tipo de peligro nos podemos encontrar? —preguntó Foryth; abrió su libro, pero luego, comprendiendo que las complicaciones de escribir y andar a la vez eran mayores que la necesidad de exactitud, volvió a guardar el tomo en su hato.

—Hay un dragón —contestó valientemente Danyal, olvidando su miedo para participar en la conversación.

—Vaya, habló el escudero. Y tiene razón —comentó Kelryn—. ¿Debo pensar que visteis al wyrm en los días previos a nuestro encuentro?

—No —objetó Foryth Teel—. Sin duda yo recordaría un hecho así.

—Eh… vos dormíais —dijo Danyal, propinando un leve codazo al historiador—. Vi cómo el dragón nos sobrevolaba, pero no quise despertaros.

—¿Qué? —Foryth miró al muchacho con el ceño fruncido, y por un momento Danyal experimentó lo que debía de sentir un escudero de verdad que disgustara a su señor—. ¡Siempre debes despertarme por un dragón!

—Sí, mi señor. Así procuraré hacerlo —contestó Dan, sin saber a ciencia cierta si el historiador intentaba darle una lección o se limitaba a seguirle la corriente.

—¿Y había acaso luz suficiente para que pudieras apreciar la naturaleza de ese reptil? —preguntó Kelryn volviendo su atención hacia el muchacho.

—Sí, era Rojo, y enorme —repuso Danyal con voz apagada. Quería contar que había destruido su pueblo, que había salido del cielo para llevar la ruina y la muerte a las inocentes gentes de Waterton. Pero no osó decir más, ya que dejaría al descubierto la falsedad de su relación con Foryth Teel, una relación totalmente ficticia que, junto con la promesa de rescate, parecía por el momento la única cosa capaz de mantener a Danyal con vida.

—¿Sentiste el miedo al dragón?

El muchacho asintió en silencio al recordar la forma en que las tripas se le habían retorcido en la barriga al ver por primera vez al monstruo, y odió las lágrimas que aparecieron en sus ojos al rememorarlo. Afortunadamente Kelryn pareció considerarlo una reacción normal en una persona que se hubiera encontrado con una bestia tan terrorífica.

—Sospecho que viste al dragón llamado Flayze —declaró el jefe de los bandidos—. Es el señor de estas montañas, un belicoso depredador que ataca a elfos, enanos y humanos por igual. Malvado hasta la médula, de nada disfruta más que de la muerte lenta de uno de sus enemigos, a no ser que sea atiborrándose con un pernil de carne chamuscada.

—¿Lo conoces? —Danyal estaba asombrado de que el hombre hablara con tanta familiaridad del reptil.

—No sólo eso. Él tiene algo que yo deseo, que quiero con locura. Lo que es más, tengo razones suficientes para odiarlo.

—¿Qué es lo que tiene? —preguntó el joven, pero se arrepintió nada más decirlo al ver cómo los ojos de Kelryn se quedaban inexpresivos y perdían toda señal de emoción. Cualquier idea que tuviera acerca de conseguir más información sobre ese asunto quedó reprimida por la dura expresión del rostro de Kelryn.

—¡Despiértame siempre que veas un dragón! —insistió de nuevo Foryth Teel, como si le disgustara que la conversación hubiera avanzado tanto sin su participación.

—¿Por qué? ¿Qué ibais a hacer? —espetó, picajoso, el muchacho, que había debido adaptar su trato a su supuesta condición de escudero—. ¿Intentaríais matarlo, acaso?

—¡Por supuesto que no! —Foryth estaba horrorizado—. Tal acto malograría la pretensión de neutralidad de cualquier historiador. Es difícil imaginar algo que pudiera ser más dañino para la función del simple observador.

—Y no digamos nada del hecho de que matar dragones no sea la cosa más fácil del mundo —apuntó Kelryn. Su tono se había vuelto amable de nuevo, y Danyal sintió alivio de que se le hubiera pasado tan rápido el mal humor.

—¿Cómo se mata un dragón? —inquirió el muchacho. Se acordaba vagamente de las intenciones que había tenido cuando había abandonado Waterton. Contemplándolo con la retrospectiva que le proporcionaban los tres días de camino, parecía una misión irrisoria, por no decir suicida, la de intentar matar al monstruoso reptil.

—La mejor manera fue siempre la de conseguir que lo haga por ti un dragón más grande y más fuerte —contestó Kelryn con una risa de amargura—. Así fue como derrotaron a la Reina Oscura durante la última guerra.

—Pero a este dragón no lo mataron.

—No. —El bandido sacudió la cabeza mientras meditaba su respuesta—. Si vives lo suficiente, descubrirás que hay muchos dragones, wyrms de todos los colores que siguen habitando en los rincones más ocultos de Ansalon.

—Entonces ¿por qué no dominan el mundo? —A Danyal no se le ocurría modo alguno de impedir que Flayze triunfara si decidía reclamar algún tipo de reino para sí mismo.

—Ésa es una buena pregunta. Veamos qué opinión tiene nuestro historiador acerca del tema.

Foryth frunció el ceño, y chasqueó la lengua varias veces mientras analizaba el asunto.

—La mejor razón parece ser que no lo quieren hacer —contestó finalmente—. Gilean sabe que cualquiera de ellos podría causar gran destrucción si se pusiera a ello. Pero luchan constantemente entre sí, por lo menos todo el tiempo en que no están durmiendo. Y un dragón grande duerme mucho, a veces diez o veinte años de un tirón, y se preocupa más por su propia comodidad que por otros asuntos.

—¿No los controlan en cierto modo los Caballeros de Solamnia? —preguntó Dan. Recordó las relucientes armaduras, el aspecto musculoso y el porte digno de los pocos hombres armados a caballo que había visto, e intentó imaginarse a un guerrero humano enfrentado con la enorme fuerza asesina de un Dragón Rojo. La propia imagen mental lo asustaba, y Dan tuvo que concluir que el supuesto aniquilador de dragones estaría intentando lo imposible.

Tanto Kelryn como Foryth negaron con la cabeza.

—¡Bah! —dijo Kelryn con desdén—. Los caballeros no son ya más que viejas mujeres, gente debilucha que tiene miedo hasta de su propia sombra. Ya no queda ninguno de los valientes lanceros que sobrevivieron a la guerra.

—Eso está por ver —lo contradijo el historiador—. Pero debes saber, muchacho, que las historias de caballeros montados que matan dragones, por muy valientes que sean y por muy puros que sean sus corazones y firmes sus manos, no son más que leyendas o ficción. No, un poderoso dragón tiene poco que temer de nada que no sea otro poderoso dragón.

—Pero tiene que haber algún modo —reiteró Danyal, con tanta insistencia que ambos hombres se volvieron para mirarlo con interés—. Quiero decir, que es difícil creer que todas esas historias acerca de exterminadores de dragones, de héroes y cosas así sean sólo meras invenciones —concluyó débilmente.

—Recuerda el dicho: «Nunca subestimes la imaginación, o la sed de un bardo» —apuntó Foryth con una risita—. Casi todas las historias que recuerdas fueron inventadas por un trovador viajero que necesitaba contar una buena historia para poder ganarse una cena y una o dos jarras de buena cerveza con su narración. Tales poetas y artistas no deben confundirse con el auténtico estudioso de historia, esto es, el historiador imparcial.

—¡Chist!

La advertencia salió de la oscuridad, delante de ellos. Danyal se puso tenso al ver cómo Zack abandonaba la calzada. Los otros miembros de la banda se ocultaron en las sombras.

Luego oyó un melodioso silbido que resonaba en el aire de la noche.

Y supo que los bandidos habían encontrado otra víctima.