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Otro desvío en el camino de la fe

Primer Majetog del mes de Reapember

374 d. C.

Es una mezcolanza de pura emoción y de profundo pesar lo que siento al revisar finalmente mis notas. Por un lado he hecho un descubrimiento sorprendente que da un giro de ciento ochenta grados a nuestra forma de entender la historia: ¡Fistandantilus un dios!, con un clérigo que no es un charlatán. Queda claro que ha de revisarse la historia y que debo estudiar las pruebas con mi propio ojo crítico, pero aquí hay un tesoro escondido para un investigador.

Por otro lado, hay un asunto que pesa de tal modo sobre mi conciencia, que dudo que vaya a enseñar a nadie estos escritos. (Por supuesto, eso no incluye a mi dios natural, cuyas percepciones todo lo ven, aunque es esa misma Neutralidad, me temo, la que está en la base de mi fracaso. Explicaré sucintamente esto).

¿Quién me va a creer? Fistandantilus no está muerto, pero tampoco ha resucitado; simplemente se ha convertido en inmortal. Parece que el archimago ha conseguido penetrar en el panteón de Krynn. Comprendo que parezca impensable, pero vi las pruebas con mis propios ojos.

Un clérigo de una autoproclamada religión ha demostrado su capacidad de sanar. Fue una curación limitada; el propio Kelryn casi admitió que la machacada rodilla del bandido llamado Gnar estaba demasiado dañada para que la magia de su dios pudiera prevalecer y curarla. Pero el hechizo que ejecutó fue suficiente para humillar mis propias ambiciones de ser algún día un clérigo, yo, que en mi vida no he sanado siquiera un padrastro en un dedo mediante el uso de la magia.

De hecho, la evidencia fue suficiente para aumentar mi necesidad de descubrir más. ¿Posee Kelryn Desafialviento la gema de Fistandantilus? ¿Qué sabe acerca de los hechos que hicieron que el archimago entrara en el panteón de Krynn? Aunque fue parco en palabras, el clérigo de Fistandantilus sí me prometió que me daría acceso a sus notas. (Decía que su biblioteca estaba en lo alto de una torre, un sitio muy apropiado para la reflexión y la investigación).

Pero pesa sobre mis hombros ese otro asunto, un hecho que empaña el éxito de mi descubrimiento, pues sé que he errado de forma terrible.

Gilean: confieso haber fracasado totalmente, aunque sin duda ya conoces la naturaleza de mi pecado, y sabes cuán rápidamente he abandonado la desapasionada visión del historiador dejándome involucrar en los asuntos de gentes insignificantes, aun a sabiendas de que tal participación sólo puede llevar a alejar mis estudios de la imparcialidad verdadera de la voz del cronista independiente.

Concretamente, es en el asunto de la falsedad —¡oh!, debo eliminar la ofuscación y llamarlo por su nombre: la mentira— que pronuncié para ayudar al joven viajero al que había conocido esa misma noche.

Por supuesto que él está tan cerca de ser un escudero como yo lo estoy de ser un sumo sacerdote, y aun un pobre clérigo. Mis acciones sirvieron para ocultar la verdad, para confundir a nuestros captores, sólo porque yo sabía que la ejecución del muchacho me produciría agitación. Puedo decir además, Señor de la Neutralidad, que fue mi propia fragilidad egoísta la que me llevó a mi debilidad. Mi conducta mantuvo con vida al muchacho, pero cobrándose el terrible precio de mi objetividad. He buscado en El libro del saber, intentando hallar algún signo que indique la severidad de la afrenta, pero el tomo es inquietantemente silencioso sobre el asunto.

Incluso cuando me recrimino, no actúo apropiadamente.

Es mi deber desterrar la preocupación y continuar con la tarea que me trajo a este rincón de las Kharolis. El engaño del que hablo ocurrió unos dos días antes de escribir estas notas; a continuación intentaré apuntar los hechos del día de hoy y describir mi situación actual y mis posibilidades futuras.

Después de la huida de ese caballo tan peligroso y del hechizo sanador de Kelryn, los bandidos me ataron las manos por delante, y me empujaron a través de la oscuridad por el sendero del arroyo (lo que me hizo tropezar varias veces, de resultas de lo cual me arañé las manos y en una ocasión me ensangrenté la nariz), hasta que llegamos de nuevo al camino de Loreloch y al puente de piedra gris. Entonces pude ver que el muchacho, Danyal Thwait, había sido atado de forma similar y obligado a seguirme.

Cansados y con llagas en los pies, ascendimos por el irregular y sinuoso camino que recorría la ladera de la montaña durante lo que quedaba de noche.

Nuestro paso se veía frenado por Gnar, a quien tenían que ayudar dos hombres; en esto tuve suerte, ya que, si la banda hubiera ascendido a paso normal, sin duda habría sido yo quien hubiera retrasado el avance del resto del grupo, con todas las incómodas atenciones, en especial las de Zack, el bandido tuerto, que ello hubiera conllevado.

Cuando el amanecer empezó a teñir de color el cielo, habíamos llegado a un pequeño pinar cobijado en una hondonada. No era un paso para atravesar la cordillera, dado que se podían ver riscos más elevados hacia el lado norte de la ladera, pero proporcionaba un lugar en el que nuestros guardianes podían esconderse a descansar durante el día.

Creo que, a pesar de que son hombres valientes y están fuera de la ley, los bandidos de Kelryn Desafialviento temen a los Caballeros de Solamnia. ¿Cómo si no puede explicarse la parada en un claro de las profundidades del bosque en el que nos escondimos durante el día? También debe considerarse el hecho de que uno de los hombres marchara por detrás de nosotros cuando dejamos la calzada; cuando pude girar la cabeza, lo vi arrastrando por el camino una rama de pino, pesada por la gran cantidad de agujas, para borrar toda señal de nuestro paso.

Al escuchar retazos de la charla de los hombres, durante el viaje, entendí que volvían de un fructífero ataque contra un enemigo concreto. Kelryn los había llevado a matar al caballero solámnico sir Harold el Blanco y a toda su familia, con lo que eliminaron al único representante de la ley en un territorio que los bandidos querían como propio. (No obstante, descubrí que el éxito no había sido total; Zack se quejaba a voz en grito de que una chica, una hija del caballero, había escapado de algún modo de su cerco asesino).

El ánimo de los hombres seguía enardecido por su cruel hazaña, y las espantosas historias acerca del asesinato sólo podían ensalzar su villanía. Por momentos me resultaba casi imposible ser imparcial en la consideración de sus actos, pero recurrí a la fe para recordarme enérgicamente que la suya es una corriente del río de la historia tan merecedora de ser contada como cualquier otra.

Danyal y yo estábamos atados el uno al otro a un lado del campamento. Mi petición de que se nos liberara y se me proporcionase mi libro y mis trebejos de escritura fue recibida ruidosamente con risas y jolgorio.

A falta de los medios necesarios para registrar los hechos, intenté hablar con el muchacho para explicarle mi preocupación por la falta de objetividad que me había llevado a mentir sobre él. El chico estaba asombrosamente agradecido, lo cual supongo que es lo normal. Después de todo, como dice el refrán: «Incluso la más ruin de las vidas representa un tesoro para aquel que la vive».

El muchacho daba muestras de brillantez y perspicacia durante nuestras charlas, pero parecía estar realmente poco preocupado por mi propio dilema; de hecho le importaba tanto su propia supervivencia que parecía hasta disgustado cuando yo me lamentaba de mi pérdida de imparcialidad histórica.

En cierto momento, soltaron mis ataduras y fui llevado ante Kelryn. Conseguí mucha información al hablar con él, aunque seguía negándose a que tomara apuntes mientras caminábamos. Sólo puedo esperar que los servicios de mi memoria sean tan eficaces como los de mi pluma.

Me dijo que, cuando los verdaderos dioses regresaron a Krynn, con ellos vino Fistandantilus, que había sido elevado a la categoría excelsa de un dios. Kelryn Desafialviento había reclamado para sí el poder de ese dios, y usaba dicho poder para mantener viva la memoria y el conocimiento del archimago. Me explicó que sus seguidores habían tejido grandes tapices con imágenes de su vida, y se jactó de que éstos decoraban las paredes de los salones de Loreloch.

Me dije entonces que debía de haber sido la destrucción del Monte de la Calavera lo que había llevado al archimago a convertirse en dios. Después de todo, había abierto un portal al caos, un camino a la mismísima Reina Oscura. Pero, cuando expresé en voz alta mis especulaciones, Kelryn no mostró el menor interés por mis suposiciones.

En lugar de eso, mencionó algo que él llamaba la «calavera de Fistandantilus»; llegué a la conclusión de que ése era un objeto que buscaba con gran interés, aunque, cuando insistí sobre ello, no estuvo dispuesto a compartir información alguna conmigo. Le mencioné un rumor que había oído en Palanthas, acerca de que Fistandantilus había existido como un lich, un muerto viviente, después de la destrucción del Monte de la Calavera, a lo cual Kelryn Desafialviento respondió con una risa despectiva.

Cuando busqué respuesta a mis otras preguntas, el bandido se volvió remiso a hablar, y de nuevo me ataron al árbol, con lo que los dos prisioneros pasamos el resto del día entre el sopor y el aburrimiento.

Al llegar la oscuridad volvimos a emprender la marcha. Los bandidos nos empujaron con obvias prisas, y seguimos un camino que descendía por la ladera norte de la montaña. Al llegar al pie de la ladera, cruzamos un riachuelo de aguas blancas por un sólido puente, y después volvimos a ascender y comprendí que nos estábamos acercando al gran macizo de las altas Kharolis.

La larga noche de escalada nos agotó a mí y a muchos de los otros, pero Kelryn Desafialviento no mostraba signo alguno de fatiga. Finalmente volvimos a acampar, esta vez en el interior de una cueva de la ladera de la montaña. Mis apresadores han consentido al fin permitirme usar los trebejos de mi profesión, por ello escribo con celeridad mis observaciones, para registrar la historia de los últimos días con la mayor imparcialidad y objetividad posible.

Pero, cuando miro al joven muchacho que duerme plácidamente a mi lado y recuerdo que fue mi injerencia la que lo mantiene con vida, me temo que ya he fracasado.