El señor de Loreloch
Primer Majetog del mes de Reapembe
374 d. C.
Otro bandido se adelantó, y Danyal contuvo la respiración, lleno de temor. El nuevo tenía el típico aspecto de un ser malvado y miserable: le faltaba un ojo, y lucía un parche negro y mugriento; una barba descuidada y llena de nudos cubría el rostro del hombre, y al abrir los labios reveló que le faltaban numerosos dientes. Dan reculó al oler el aliento, que apestaba a cerveza, ajo y otros hedores más difíciles de identificar.
—Danos tu bolsa, muchachito —gruñó el bandido mirando a Danyal con una expresión de malicia que hizo que el estómago del joven se contrajera de aprensión.
—No… no tengo dinero —tartamudeó. Pensó fugazmente en la hebilla de plata, y tiró hacia abajo de la parte delantera de su camisa para ocultar la herencia familiar.
—¿No hay dinero? Entonces tendré que cobrarme mi botín con tu sangre. —El bruto tuerto sacó una larga y curvada daga, con una hoja muy brillante afilada por ambos lados, y extendió un brazo para acercar uno de los filos al cuello de Danyal.
—Un momento, Zack —ordenó el primer bandido, el que tenía el rostro barbilampiño de un hombre joven. A pesar de sus desharrapadas vestimentas había un aire de nobleza, o por lo menos un aire de benevolencia en la forma en que se quedó mirando a los dos cautivos con una expresión de ligera aversión.
—Eh, Kelryn —se quejó Zack—. No sacaremos nada de estos canallas. Pinchémoslos y sigamos nuestro camino.
—No —dijo el jefe, estudiando la esbelta figura de Foryth Teel—. Tengo curiosidad por saber una cosa: ¿por qué no te asustaste lo suficiente para irte más lejos? En vez de eso hacéis un fuego que podemos oler a más de un kilómetro de distancia. ¿Y qué es eso de tomar apuntes?
—Soy sólo un humilde investigador, intentando realizar estudios de campo.
—¿Estudios? —Kelryn miró de hito en hito a Foryth Teel—. Has escogido un sitio bastante raro como biblioteca, forastero.
—El verdadero historiador debe estar dispuesto a viajar a extraños lugares.
El que se hacía llamar Kelryn actuaba como si no lo hubiera oído.
—¿Tenías un compañero? En ningún momento pensé que pudieras estar acompañado.
Se giró para contemplar al muchacho. A pesar de la frente lisa, la mandíbula fuerte y una dentadura sana, blanca y limpia, Danyal recordó su impresión anterior y se reafirmó en ella: éste era un tipo muy peligroso, y sus ojos, oscuros y hundidos, carecían totalmente de compasión o de cualquier otro sentimiento humano. Cuando sonreía, la expresión le recordaba a Danyal las fauces de un gato hambriento.
El joven comprendió que la situación había escapado a su control.
—Yo no viajaba con…
—Este muchacho es mi escudero —interrumpió suavemente Foryth—. Como precaución le había ordenado hacer su campamento a cierta distancia del lugar donde yo dormía. Me resulta más fácil completar mis estudios en soledad.
Zack resopló, impaciente. El espantoso hombre acariciaba el filo del cuchillo, y su ojo brilló con avidez al mirar a Danyal.
—Como dije antes, jefe, acabemos con ellos.
De nuevo el líder decidió hacer caso omiso de la sugerencia de su secuaz. En lugar de ello, siguió preguntando:
—¿Cuál es la naturaleza de tu investigación?
Foryth Teel parecía más que dispuesto a explicárselo.
—Viajo para encontrar a un hombre, que fue un falso clérigo Buscador, y que se rumorea que vive en estas montañas, en un lugar llamado Loreloch. Deseo conversar con él acerca de un tema que nos interesa a ambos.
—Entiendo. A lo mejor puedo ayudarte. ¿Cuál es la naturaleza de tus negocios con el señor de Loreloch?
—Busco información acerca del anciano mago Fistandantilus, quien lleva largo tiempo muerto para nuestro mundo —explicó Foryth—. Se dice que este Buscador es toda una autoridad en el tema.
—Y has venido para sentarte a sus pies.
—Eh, sí, en cierto modo sí. He dedicado muchos años de mi vida al estudio de la historia del archimago. Tenía la esperanza de que su sabiduría me ayudaría a rellenar algunas de las lagunas de mi investigación.
Kelryn rió con ganas, y Danyal vio cómo sus impasibles ojos se iluminaban levemente con la primera chispa de entusiasmo o sentimiento que el joven había apreciado en ellos.
—Es posible que él esté dispuesto a conocerte. Eso, claro está, si te permito vivir.
—¿Qué pasa con el chico? —se quejó Zack—. ¿Lo puedo pinchar a él?
Danyal se apartó un poco del bandido tuerto y su afilado cuchillo, pero la rocosa pared de la gruta frenó en seco su movimiento.
—¡Yo diría que no! —Sorprendentemente fue Foryth quien le contestó—. Mi trabajo requiere de la presencia de mi escudero; sin él no me es posible ordenar mis notas para mantener un registro exacto de los hechos. Necesito al muchacho.
—A mí me parece que podríamos hacer otro arreglo para que tengas ayuda —adujo Kelryn, negando con la cabeza—. A decir verdad, si Zack no se divierte de vez en cuando se puede volver bastante… desagradable. Yo creo que deberíamos entregarle al muchacho.
El estómago de Danyal se revolvió de repente; el tono indiferente de Kelryn conseguía asustarlo más que la maliciosa crueldad de Zack.
Foryth chasqueó la lengua y sacudió la cabeza, aunque Danyal pensó que el historiador seguía sin denotar nerviosismo.
—Recordad que está el tema de la recompensa.
—¿Y qué recompensa es ésa? —preguntó Kelryn, mirando fijamente al historiador.
—Pues, obviamente, el rescate que mi templo estaría dispuesto a pagar por mí y por mi escudero.
—¿Qué templo? —quiso saber Zack, a la par que se volvía para enfrentarse a Foryth. Danyal aprovechó el cambio de posición de Zack para respirar a fondo varias veces, agradecido por el limpio aire de la noche. Su corazón latía violentamente mientras escuchaba la charla de los hombres.
—Está claro: el Palacio Dorado de Gilean en Palanthas, por supuesto. El patriarca de mi orden estaría más que dispuesto a pagar el rescate de dos de sus ovejas descarriadas, siempre que se les garantice que ninguno de nosotros ha sufrido daño alguno en vuestras manos.
—¡Está mintiendo! —gruñó Zack, cuyo brillante ojo iba y venía del historiador al joven.
—No estoy seguro —musitó Kelryn Desafialviento, dirigiéndose a su secuaz—. En verdad parece que el señor del templo podría estar bien dispuesto a proteger estas vidas con buenas monedas de acero. —Miró interrogante a Foryth—. Para aclarar un poco el dilema, ¿de qué cantidad estamos hablando?
—No lo puedo precisar con exactitud —respondió el historiador, encogiéndose de hombros—, ya que ésta es una situación única en mi experiencia. Sin embargo, siempre se puede enviar un mensaje preguntándoselo. Mientras esperamos la respuesta quizá pueda entrevistarme con el señor de Loreloch.
Danyal observó el cambio de impresiones con una mezcla de incredulidad, asombro y miedo. Estaba pasmado de que estos hombres pudieran discutir asuntos de vida o muerte con tanto aplomo. Al mismo tiempo sintió que él era una pieza muy poco importante en el juego que se estaba jugando delante mismo de sus ojos.
—¡Eh! ¡Tienen aquí un caballo! —sonó una voz en la oscuridad, y otras sombras se movieron por el bosque atraídas por el origen del sonido.
De repente la quietud de la noche se rompió con un sonoro relincho seguido de un crujido de huesos y un grito muy humano de dolor y miedo. La maleza se abrió y apareció a la vista un bandido que se sujetaba el inerte brazo izquierdo; el hombre cayó al suelo aullando de dolor.
Sonaron más relinchos en la oscuridad seguidos de palabras malsonantes, golpes, y finalmente el resonar de cascos que subían por el sendero del arroyo, y que se perdieron rápidamente en la noche. Aparecieron tres bandidos más, arrastrando entre todos a un cuarto que sangraba profusamente de una brecha en la frente. Un momento después salió otro de entre los árboles, trastabillando; se sentó sobre un tocón y empezó a envolverse la rodilla con un trapo sucio mientras blasfemaba en voz baja.
—Eh, Gnar —dijo Zack, riendo entre dientes—. ¿Te has roto la pierna?
—Bah, quedará bien —gruñó el otro, aunque la mueca que le crispaba la cara indicaba que ni siquiera él lo creía. Miró a Zack, luego a Kelryn, y Dan se sorprendió al ver el puro terror en la mirada del hombre.
—Ése no es un caballo normal. Era una bestia poseída por un demonio —espetó el bandido del brazo roto, incorporándose hasta ponerse sentado—. Juro que vi salir fuego de su boca.
—Y me machacó la rodilla como un martillo —se quejó Gnar, apretando su vendaje. Mientras tanto, el hombre con la brecha en la cabeza se lamentaba y apretaba las manos contra la creciente inflamación de su cara.
—Un animal fogoso, eso es todo —escupió otro, un tipo rechoncho y bigotudo que tenía un pequeño arco y un carcaj lleno de flechas. Miró a sus compañeros con desdén—. No valéis ni siquiera para sujetar el ronzal de un caballo como ése.
—Entonces, ¿por qué no cogiste tú la soga, Garald? —preguntó suavemente Kelryn.
—Lo intenté, señor, lo intenté. Pero estos idiotas habían hecho ya tal desaguisado que, para cuando yo llegué junto al animal, éste ya se había liberado. No lo conseguiremos coger, por lo menos a pie.
—¿Es tu caballo? —inquirió Kelryn, mirando a Foryth con una ceja enarcada—. Sin duda es el animal responsable del ataque contra nosotros en tu primer campamento.
—Eh… —Foryth, que había puesto mala cara y se había encogido al oír que Malsueño huía, miró en derredor con preocupación.
—Nuestra yegua —contestó rápidamente Danyal—. Yo soy el escudero, por lo que cuido de ella. Se llama Malsueño —añadió, procurando evitar sonreír ante el daño que el malhumorado animal había infligido a los rufianes.
—Muy apropiado —comentó Kelryn.
—¡Basta ya de charla! —gruñó Zack, el bandido tuerto—. ¿Qué? ¿Los pinchamos y seguimos nuestro camino? —Su sucio dedo gordo, que seguía acariciando el filo de la navaja, dejaba ver sin lugar a dudas cuál era su deseo.
—No, creo que no —replicó Kelryn con firmeza.
—¿Ni siquiera al muchacho?
Danyal se atragantó con el apestoso hálito de Zack cuando el bandido se aproximó más a él y ronroneó con cruel regocijo.
—Debo decir que la recompensa de mi templo será limitada, quizás incluso inexistente, si un aprendiz tan prometedor le es arrebatado a la iglesia con tal violencia innecesaria. —El tono de Foryth sugería que pensaba que sus superiores eran bastante irracionales al tratarse de temas como éste, pero que él, personalmente, era totalmente incapaz de hallar una solución más práctica.
—No, Zack, ni siquiera el muchacho. Por lo menos de momento —dijo Kelryn—. Encontraremos otro modo para que te puedas divertir —le prometió al enfurruñado hombre del cuchillo antes de volverse hacia el resto de su banda.
»Gnar, tu pierna está muy mal. Habrá que ver cómo evoluciona. Y, Kal… —se dirigió al hombre que había recibido la patada en la cabeza—, tú podrás andar, sobre eso no tengo dudas.
»Nic, déjame ver ese brazo. —Kelryn hizo un gesto hacia el hombre cuyo codo había sido machacado por el furioso corcel. El hombre se acercó y se arrodilló, y el jefe de los bandidos tomó el brazo fláccido entre ambas manos y, haciendo caso omiso del jadeo de dolor del hombre, se lo levantó.
»¡Fistandantilus! —gritó Kelryn Desafialviento, volviendo su cara hacia el cielo—. ¡Escucha mi oración y concédeme el poder de curar el brazo de tu indigno siervo!
Una luz verde resplandeció en la oscuridad de la noche, y Danyal contuvo la respiración al percibir un repentino olor fétido, como el que se libera al girar un tronco de árbol putrefacto. Kelryn se puso rígido, y emitió extrañas palabras sin dejar de agarrar el codo.
—¡Para! ¡No! —El bandido gritó de dolor y cayó al suelo, presa de convulsiones. Al cabo se quedó inmóvil, respirando trabajosamente y jadeando como un perro; pero, tras algunos momentos, se apoyó en el suelo con ambas manos y se incorporó.
—¡El… el dolor se ha ido! —dijo, extendiendo el brazo. Para Danyal la extremidad parecía rígida y tenía un ángulo antinatural, pero el bandido parecía satisfecho de que hubiera desaparecido su agonía.
—¿Tú invocaste el nombre de Fistandantilus y luego lo curaste? —inquirió Foryth Teel, claramente impresionado—. ¿Qué ha pasado aquí?
—Un clérigo invocó el poder de su dios… y luego hizo un conjuro. —El cabecilla de los bandidos habló de sí mismo en tercera persona. Parecía aturdido.
—Ha sido increíble —declaró Foryth Teel, que cogió su libro y pasó rápidamente varias páginas—. La magia de curación es terreno exclusivo de los clérigos fieles y los dioses. ¡Pero tú invocaste a Fistandantilus! ¿Significa eso que tú…? —El historiador dejó la pregunta en suspenso y parpadeó—. ¡Tú eres el señor de Loreloch!
—Sí, como también fui el Buscador en Haven, el «falso» clérigo de Fistandantilus.
—Pero… eso fue magia auténtica. Lo sanaste de verdad.
—¿Estás sorprendido?
—Estupefacto es más bien la palabra. —Foryth parpadeó de nuevo y se rascó la barbilla—. ¿Y tú proclamas la fe en un dios cuyo nombre es el del antiguo archimago Fistandantilus? Eso es realmente asombroso.
—¡De hecho, rindo culto a la verdadera fe en Fistandantilus, la secta de un dios tan auténtico como Takhisis o Paladine!
—¡Pero él era mortal, era un hombre y no un dios! —insistió Foryth Teel—. Tiene que haber alguna otra explicación, quizás un error de transcripción.
—No, no hay nada de eso, te lo aseguro.
—Pero… ¿cómo ha podido ocurrir? Es imposible, tiene que haber sido un truco…
—¿Dudas acaso de la evidencia que has visto con tus propios ojos? Yo rechazo tus absurdas sugerencias acerca de mis acciones. ¿Eres acaso tan idiota como los otros? —El bandido suspiró, encogiéndose de hombros de forma exagerada—. Todo parece indicar que tendré que demostrártelo. Fistandantilus es un dios y yo soy su sumo sacerdote. Y vosotros, claro está, sois mis prisioneros. —De nuevo Kelryn parecía disfrutar de un repentino buen humor; echó hacia atrás la cabeza y rió con ganas—. Ahora, mis invitados a la fuerza, si sois tan amables de recoger vuestras mantas, quisiera reemprender el camino antes del amanecer.
—¿Adonde nos lleváis? —osó preguntar Danyal, sin quitar ojo a la amenazante figura de Zack, el bandido tuerto.
—Pues está claro, a vuestro destino. —Kelryn habló como si le hubiera sorprendido la pregunta—. Tendréis la oportunidad de conocer la mazmorra de Loreloch, pero aún está a varios kilómetros de camino.
—¡Espléndido! —exclamó Foryth Teel—. Entonces tendremos tiempo de sobra para hablar.
Lo asombroso era, pensó Danyal mientras su compañero de cautividad recogía sus plumas, su tinta y su tetera, que el historiador lo decía totalmente en serio.