A UN ENVIDIOSO
Nada se sabe del destinatario de esta última epístola del libro IV; incluso se ha pensado que, más que de una persona concreta, bien se podría tratar de un destinatario general, en representación de todos aquellos que habían adoptado una actitud hostil contra el poeta.
A excepción de los versos iniciales y de los finales, el resto del poema es un largo catálogo de poetas contemporáneos de Ovidio, al estilo del contenido en el libro II de las Tristes. Este procedimiento del catálogo, típicamente alejandrino, es bastante utilizado por Ovidio en sus obras. La relación comprende treinta poetas, de los cuales unos son de su misma época y algunos un poco más jóvenes, pero todos ellos amigos suyos. Son los siguientes: Domicio Marso, Rabirio, Pompeyo Macro, Albinovano Pedón, Caro, Cornelio Severo, los dos Priscos, Numa, Julio Montano, Sabino, Largo, Camerino, Tusco, Póntico, Mario, Trinacrio, Rutilio Lupo, Tuticano, Rufo, Turranio, Gayo Meliso, Vario Rufo, Graco, Próculo, Paser, Gracio Falisco, Fontano, Cápela y Cota Máximo.
Envidioso, ¿por qué desgarras los versos del arrebatado Nasón? El último día no suele dañar el talento y la fama aumenta tras las cenizas y yo tenía ya entonces un nombre, cuando era contado entre los vivos: cuando existían Marso[1196] y Rabirio de acento sublime[1197], Macro, cantor de Ilion[1198], y el divino Pedón[1199], y Caro[1200], que con su Hércules hubiera ofendido a Juno, si aquél no hubiera sido ya el yerno de ésta; y Severo[1201], que dio al Lacio un canto real, y los dos Priscos[1202] con el ingenioso Numa[1203]; y tú, Montano[1204], que muestras tu habilidad tanto en los metros desiguales como en los iguales y que tienes fama en los dos tipos de versos; y Sabino[1205], que ordenó a Ulises, errante por él despiadado mar durante dos lustros, responder a Penélope y que dejó inacabada su Trezena y su obra de los días a causa de su muerte prematura; y Largo[1206], así llamado por el sobrenombre de su talento, que condujo al anciano frigio hasta los campos de la Galia; y Camerino[1207], que canta a Troya después de la derrota de Héctor; y Tusco[1208], famoso por su Fílide; y el poeta del velívolo mar[1209], de quien podrías llegar a creer que los dioses azulados han compuesto sus poemas; y el que cantó los ejércitos libios y las batallas romanas[1210]; y Mario[1211], escritor hábil en todos los géneros literarios; y el autor trinacrio[1212] de la Perseida, y Lupo[1213], autor del regreso del tantálida y de la tindárida; y aquel que tradujo la Feácida meonia[1214]; y tú también, Rufo[1215], tañedor único de la pindárica lira; y la Musa de Turranio[1216] apoyada sobre los trágicos coturnos; y tu Musa, Meliso[1217], con un ligero zueco; cuando Vario[1218] y Graco[1219] formulaban graves acusaciones contra los tiranos, Próculo[1220] seguía el dulce camino de Calimaco y Páser[1221] hacía regresar a Títiro a los antiguos prados y Gratio[1222] daba al cazador las armas apropiadas, Fontano cantaba a las Náyades amadas por los Sátiros[1223] y Capela encerraba sus palabras en metros desiguales[1224]; y aunque había otros, de quienes me resultaría largo enumerar todos sus nombres, el pueblo conoce sus poemas; había también jóvenes cuya obra inédita no me concede ningún derecho a nombrarlos (sin embargo no me atrevería a silenciarte en medio de esa multitud, Cota Máximo, luz de las Piérides y defensa del Foro[1225], a quien una doble nobleza dio maternos Cotas y paternos Mesalas). Si se me permite decirlo, mi Musa era de nombre preclaro y era leída entre tantos[1226]. ¡Deja, por tanto, Envidia, de insultar al desterrado de su patria y no esparzas, cruel, mis cenizas! Lo perdí todo: sólo se me dejó la vida, para ofrecer sentido y materia a mi desgracia. ¿De qué sirve clavar el hierro en miembros extintos? No hay ya lugar en mí para una nueva herida.