A SEXTO POMPEYO
Esta epístola debió de concebirse en un origen como epílogo de la colección de este libro IV, al igual que otra, dedicada al mismo personaje, la abre como prólogo.
Si bien no tenemos ningún dato que nos permita determinar la fecha de esta composición, debe de ser la última de las dirigidas a Sexto Pompeyo y posterior, por lo tanto, a la muerte de Augusto.
Si alguien en algún lugar no se ha olvidado aún de mí y se pregunta qué es lo que hago yo, Nasón, en mi destierro, sepa que debo la vida a los Césares y el hallarme a salvo a Sexto[1189]. Después de los dioses, éste será para mí el primero. Pues, si abarco todos los momentos de mi desdichada vida, ninguna parte está libre de sus merecimientos para conmigo. Éstos son tan numerosos, cuantos granos de granada enrojecen bajo la flexible corteza en un jardín de fértil suelo, cuantas mieses produce África, cuantos racimos la tierra de Tmolo[1190], cuantas olivas Sición[1191] y cuantos panales produce el Hibla[1192]. Yo lo confieso: tú lo puedes atestiguar. ¡Firmadlo, Quirites! No es necesaria la fuerza de las leyes, hablo por mí mismo. Cuéntame también a mí, que soy poca cosa, entre tu patrimonio: yo soy una parte, aunque sea pequeña, de tu hacienda. Como es tuya la tierra de Trinacria[1193] y aquella donde reinó Filipo[1194], como tuya es la mansión colindante con el Foro de Augusto[1195], como tuya es la Campania, finca grata a los ojos de su dueño y que posees, Sexto, bien porque te la han dejado en herencia, bien porque la has comprado, del mismo modo soy tuyo yo, triste regalo por el que no puedes decir que no tienes nada en el Ponto. ¡Ojalá puedas, y se te conceda un suelo más amigable y pongas tu posesión en un lugar mejor!
Puesto que esto está en manos de los dioses, intenta suavizar a fuerza de ruegos a la divinidad que veneras con tu continua piedad. Pues apenas puedo discernir si tú eres más bien una prueba de mi equivocación o una ayuda. Y no te suplico porque dude de ti, pero a menudo remando en un río a favor de la corriente se aumenta el curso del agua que fluye. Me da vergüenza y temo pedirte siempre lo mismo, no se vaya a infiltrar en tu alma un razonable hastío. Pero ¿qué puedo hacer? El deseo no tiene medida. Perdona este defecto mío, dulce amigo. Con frecuencia, deseando escribir otra cosa, vengo a caer en lo mismo: mi propia carta, por sí misma, pide otro lugar. Pero, ya sea que tu influencia vaya a tener resultado, ya que la dura Parca me ordene morir bajo el helado Polo, recordaré siempre tus favores con mi mente que no olvida y mi tierra escuchará que soy tuyo. Y todas las tierras situadas bajo algún cielo lo oirán, si es que mi Musa va más allá de los salvajes getas, y sabrán que tú eres el motivo y el guardián de mi salvación, y que soy tuyo sin necesidad de que me compres.