A CARO
De nuevo tenemos aquí una epístola dirigida a un amigo de Ovidio, poeta y del Círculo de Germánico. Caro es autor de una Heracleida y preceptor de los hijos de Germánico. Aunque algunos autores piensan que este Caro es también el destinatario de las elegías I 5 y III 5 de las Tristes, el contenido del V. 18 de esta última parece impedir tal identificación.
Por lo que se refiere a la fecha de esta carta, nos viene indicada por los w. 39-40: está escrita en el sexto invierno que pasa Ovidio en Tomos, por tanto en el invierno del 14 al 15.
¡Oh Caro, a quien debo recordar entre mis amigos seguros, tú que te llamas realmente como eres, yo te saludo! El tono y la estructura de mi poema te podrán indicar al instante desde dónde proviene este saludo; no porque sea admirable, sino porque al menos no es común: en efecto, sea como sea, no oculta que es mía. E incluso yo mismo, aunque arranques el título del encabezamiento de tus escritos, creo que podría decir que la obra es tuya. Aun cuando estés colocado entre muchos librillos, podrás ser reconocido y descubierto por los rasgos que en ti se observan. Delatarán al autor las fuerzas que sabemos dignas de Hércules e iguales a las de aquel que tú mismo cantas. Y mi Musa, traicionada por su propio tono, puede tal vez hacerse notar por sus defectos. Tanto su fealdad impedía a Tersites pasar desapercibido[1173], como Nireo era admirado por su belleza[1174]. Y convendrá que no te sorprendas, si tienen defectos los versos que compongo, casi como poeta gótico. ¡Ah!, me avergüenzo, pues escribí un librillo en lengua gótica y acoplé palabras extranjeras a nuestros metros[1175]; y agradé (¡felicítame!) y comencé a tener fama de poeta entre los salvajes getas; ¿Preguntas el tema? Alabanzas: ¡hablé del César[1176]! Mi novedad recibió la ayuda de la divinidad. Pues he mostrado que el cuerpo del padre Augusto fue mortal, pero que su divinidad marchó a mansiones etéreas; que es semejante a su padre en virtud aquel que, cediendo a los ruegos, tomó las riendas del Imperio, que a menudo había rehusado[1177]; que tú, Livia, eres la Vesta de castas matronas, tú de quien no se sabe si eres más digna de tu hijo o de tu marido; que hay dos jóvenes, firmes apoyos de su padre, que han dado pruebas seguras de su valor.
Cuando acabé de leer estos escritos en una Musa no patria, y llegó a mis dedos el último pliego, todos movieron la cabeza y las repletas aljabas y hubo un largo murmullo en la boca de los getas[1178]. Y uno dijo: «Puesto que tú escribes esto sobre el César, por mandato del mismo deberías ser repatriado». Aquél ciertamente lo dijo, pero a mí, Caro, me contempla ya el sexto invierno relegado bajo el nevado Polo. De nada me sirven mis poemas; me dañaron en otro tiempo y fueron el principal motivo de tan desgraciado destierro. Por tu parte, tú, por los lazos comunes del sagrado estudio, por el nombre no vano para ti de la amistad (¡ojalá Germánico, haciendo prisionero al enemigo con cadenas latinas, ofrezca argumento a tu talento!, ¡ojalá gocen de buena salud sus hijos, voto común de los dioses, cuya educación para gloria tuya te ha sido confiada!), emplea toda la influencia que puedas en favor de mi salvación, que no existirá si no es con un cambio de lugar.