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A ALBINOVANO

El destinatario de esta epístola es el poeta Albinovano Pedón, que alternaba sus labores poéticas con el trabajo de la milicia. Como militar, en el año 15 actuó a las órdenes de Germánico, como prefecto de la caballería, en Germania. Como poeta, escribió un poema épico sobre dicha campaña militar, poema del que se nos han conservado únicamente unos versos que nos ha transmitido Séneca el Viejo. Es autor, asimismo, de una Teseida y de algunos epigramas.

Alguien confundió a este Albinovano con el poeta Albinovano Celso, que acompañó a Tiberio por Oriente y cuya muerte lamenta Ovidio en su carta al común amigo Cota [1135]. Es muy probable que sea a Albinovano Celso a quien están dedicadas las elegías I 5 y III 6 de las Tristes.

La epístola aprovecha el motivo mitológico de los viajes y sufrimientos de Ulises, para subrayar las penalidades que Ovidio sufre en Tomos, y acaba comparando a Albinovano con el héroe de su Teseida, Teseo, dechado de amistad y fidelidad.

La carta está escrita en el verano del 14, el sexto que el poeta pasa en Tomos [1136].

Éste es el sexto verano que paso en el litoral cimerio[1137] y que debo vivir entre los getas cubiertos de pieles. ¿Qué roca, queridísimo Albinovano, o qué trozo dé hierro puedes comparar con mi dureza? Una gota de agua socava la roca, el anillo se desgasta con el uso y la curva reja con la apretada tierra. Así pues, el tiempo voraz lo destruye todo excepto a mí: la propia muerte, vencida por mi dureza, se retrasa.

Se cita como ejemplo de ánimo muy paciente a Ulises, zarandeado en el inseguro mar durante dos lustros: sin embargo, no tuvo que soportar durante todo ese tiempo un destino atormentado, sino que con frecuencia tuvo momentos placenteros. ¿Le resultó penoso acariciar durante seis años a la hermosa Calipso[1138] y acostarse con una divinidad marina? Lo acogió el hijo de Hípotes[1139], quien le entregó los vientos como regalo, para que una brisa favorable hinchara y empujara sus velas. Ni le resultó gravoso escuchar el bonito canto de las doncellas[1140], ni le resultó amargo el loto al degustarlo[1141]. Yo compraría con una parte de mi vida, si se me los dieran, esos jugos que hacen olvidar la patria. Y no vayas a comparar nunca la ciudad de los lestrigones[1142] con los pueblos que rodea el Histro con su curso sinuoso. Ni el Cíclope superará en fiereza al cruel Piaques[1143]: ¿y qué parte suele tener éste en mi terror? Aunque Escila ladrara desde su mutilada ingle con monstruos salvajes[1144], las naves heníocas[1145] fueron más perjudiciales a los marineros. Ni puedes comparar a Caribdis[1146] con los odiosos aqueos[1147], aunque aquélla vomite tres veces el agua del mar que ha ingerido otras tres. Aunque éstos vagan con más libertad por la margen derecha, no dejan, sin embargo, que este lado esté seguro. Aquí los campos están sin plantas, aquí las flechas untadas con veneno, aquí el invierno hace el mar accesible hasta para el que va a pie, de modo que, por donde poco ha el remo se había abierto camino impulsando las olas, el caminante va enjuto despreciando la nave. Los que vienen de ahí dicen que tú apenas si crees esto. ¡Qué desgraciado es quien sufre males demasiado duros para ser creídos! Créeme, sin embargo, y no dejaré que ignores los motivos por los que el duro invierno congela el mar de los sármatas.

Cerca de nosotros está la constelación que presenta la forma de un carro y los astros que producen un frío especial. De aquí nace el Bóreas[1148], que resulta familiar a esta costa y toma sus fuerzas de un lugar más cercano aún. En cambio, el Noto, que sopla tibieza desde el Polo opuesto, está lejos y llega más raramente y bastante debilitado. Añade que aquí, en el cerrado Ponto, desembocan ríos, y que el mar pierde su fuerza a causa de su gran número[1149]. Hasta aquí fluyen el Lico[1150], el Ságaris[1151], el Penio[1152], el Hípanis[1153] y el Cales[1154]; el torcido Halis[1155], rico en torbellinos de agua; el impetuoso Partenio[1156], el Cinapses[1157] que fluye haciendo rodar las piedras, y el Tiras[1158], el más lento de todos los ríos, y tú, Termodón[1159], conocido por el escuadrón de mujeres, y tú, Fasis[1160], buscado en otro tiempo por los héroes griegos; y el muy claro Diraspes[1161] junto con el río Borístenes[1162]; y el Melanto[1163], que termina en silencio su suave curso; y aquel que separa dos continentes, Asia y la hermana de Cadmo, y que se abre camino entre ambas[1164]; e innumerables otros, entre los que el Danubio, el más grande de todos, se resiste a que tú, Nilo, lo aventajes[1165]. Tan abundante caudal de líquidos altera la naturaleza de las aguas que viene a aumentar y no deja que el mar conserve sus fuerzas. Es más, parecido a un estanque o a una tranquila laguna, su color apenas si es azulado y está diluido. Flota en el mar el agua dulce y es más ligera que la marina, que tiene un peso especial por la sal que lleva mezclada.

Si alguien preguntara por qué he contado esto a Pedón, o de qué me ha servido decir esto en metros fijos, le diré: «Mantuve alejadas mis cuitas y engañé al tiempo. Éste es el fruto que me reportó la hora presente. Mientras escribo esto, me libré de mi dolor habitual y no me di cuenta de que estaba en medio de los getas».

En cambio, no dudo de que, alabando a Teseo en tus versos, haces honor a tu argumento e imitas al héroe que cantas: en efecto, él prohíbe que la amistad sea compañera sólo de los momentos tranquilos. Este héroe, aunque es un gigante por sus hechos y tú lo cantas con las palabras con las que debe cantarse, en algo, sin embargo, lo podemos imitar y cualquiera puede ser un Teseo en la amistad. No debes doblegar con hierro y clava a los enemigos, que hacían casi inaccesible a cualquiera el Istmo[1166], sino que debes dar pruebas de amistad, algo que no resulta difícil al que quiere. ¿Qué trabajo comporta no manchar una lealtad sin tacha? Tú, que permaneces constante con el amigo, no vayas a pensar que te he dicho esto en tono de queja.