A GRECINO
Ésta es la última epístola dirigida a Grecino[1125], con motivo esta vez de su consulado, que tuvo lugar el año 16, seguido del de su hermano, Pomponio Flaco, el 17. Como Ovidio pretende que la carta llegue a Roma antes de la toma de posesión de Grecino, el 1 de enero del 16, ésta debió de ser escrita unos meses antes.
El tema de esta epístola no es muy original, ya que antes ha enviado a Sexto Pompeyo otras dos, la IV 4 y la IV 5, con un motivo análogo. Toda su segunda mitad está dedicada a elogiar la figura del hermano de Grecino, Pomponio Flaco, y acaba con una súplica a Tiberio y a la divinidad de Augusto.
Desde donde puede, no desde donde le agradaría, Grecino, te envía Nasón este saludo desde los mares euxinos y, una vez enviado, hagan los dioses que se anticipe a aquella aurora que te dará por primera vez los doces fasces[1126], para que, puesto que como cónsul tocarás sin mí el Capitolio y no formaré parte de tu séquito, mi carta ocupe el lugar de su dueño y te lleve en el día fijado el homenaje del amigo. Y si yo hubiese nacido con mejores hados y mi rueda corriera con eje intacto, mi lengua hubiera cumplido el deber de saludarte, que ahora cumple mi mano a través de este escrito, y felicitándote te daría besos mezclados con dulces palabras, y ese honor no sería menos mío que tuyo. En aquel día, lo confieso, estaría tan ufano que apenas casa alguna sería capaz de albergar mi orgullo: y, mientras te escolta un gran cortejo de sagrados senadores, me ordenarían ir, como caballero, delante del cónsul y, aunque deseara estar siempre cerca de ti, me alegraría de no haber tenido un sitio a tu lado, y no me quejaría aunque me aplastara la multitud, sino que me resultaría entonces agradable que el pueblo me apretujase. Contemplaría con gozo cuán grande era el cortejo y la larga procesión formada por una compacta muchedumbre, y, para que conozcas mejor cómo me afectan las cosas ordinarias, me fijaría en qué púrpura te cubría. Conocería también las figuras cinceladas sobre la silla curul[1127] y toda la obra esculpida en marfil númida. Pero cuando hubieses sido conducido a la ciudadela Tarpeya, mientras fuera se inmola la sagrada víctima por mandato tuyo, el gran dios que se sienta en mitad del templo me hubiera oído también a mí darle las gracias en secreto; y le hubiese ofrecido incienso, más con la mente que en una bandeja llena, inmensamente alegre por el honor de tu mando. Se me incluiría a mí aquí entre tus amigos presentes, si es que un destino más suave me concediera el derecho de estar en la ciudad, y el placer que ahora percibo sólo con la mente, lo percibiría entonces también con los ojos. No pareció así a los dioses, y quizá justamente. Pues, ¿de qué me sirve negar el motivo de mi castigo? Usaré, sin embargo, la mente, que es la única que no está desterrada de ese lugar y contemplaré tu pretexta y tus fasces. Ésta, ya te verá administrando justicia al pueblo e imaginará asistir a tus deliberaciones secretas; ya creerá que subastas las rentas de un largo lustro y que todo lo adjudicas con extraordinaria honradez; o que hablas con elocuencia en medio del Senado, buscando qué demanda el interés público; o que das gracias a los dioses en nombre de los Césares, o que hieres blancos cuellos de hermosos bueyes. ¡Ojalá, después de haber pedido lo más importante, ruegues que la cólera del Príncipe se aplaque para conmigo! ¡Que a esta voz se levante desde el altar lleno de ofrendas el fuego piadoso y que su lúcido pináculo dé buen presagio al voto!
Entretanto, para que no todo sean quejas, aquí también, como pueda, celebraré una fiesta con motivo de tu consulado. Hay otro motivo de alegría no inferior al primero: tu hermano será el sucesor de tan gran honor. Pues cuando se te acabe a ti, Grecino, el mando el último día de diciembre, lo recibe él el día de Jano. Y hay tal afecto entre vosotros que os regocijaréis mutuamente, tú de los fasces de tu hermano y él de los tuyos. De este modo, tú habrás sido dos veces cónsul y él otras dos y en vuestra casa se verá un doble honor. Aunque éste es ingente y la marcial Roma no ve ningún otro poder más elevado que el supremo de cónsul, sin embargo, la grandeza de quien lo confiere aumenta este honor y el don concedido conlleva la majestad del que lo otorga. Que os sea, pues, permitido a Flaco y a ti gozar por siempre de tal estima de Augusto. Ahora bien, ya que descansará de la preocupación por los asuntos más inminentes, añadid, os lo ruego, vuestros votos a los míos. Y si la brisa hinchase algún pliegue de la vela, soltad amarras para que mi nave salga de las aguas estigias.
Flaco estuvo hace poco al frente de estos lugares, Grecino, y la margen salvaje del Danubio estuvo segura durante su gobierno. Éste mantuvo a los pueblos misios[1128] en paz fiel y con su espada aterró a los getas confiados en el arco. Con rapidez y valentía reconquistó Tresmis[1129], que nos había sido arrebatada, y enrojeció el Danubio con sangre salvaje. Pregúntale el aspecto de este lugar y los inconvenientes del clima escita y cuánto me aterra el vecino enemigo; pregúntale si sus ligeras saetas están impregnadas de veneno de serpiente o si personas humanas son inmoladas como víctimas salvajes; si miento o si el Ponto se congela endurecido por el frío y el hielo ocupa muchas yugadas de mar. Cuando te haya contado todo esto, pregúntale cuál es mi reputación y cómo paso estos tiempos difíciles. No soy objeto de odio aquí, ni en realidad merezco serlo, y con la suerte no se cambiaron también mis sentimientos. Aquella serenidad de espíritu, que tú solías elogiar, aquel antiguo pudor persiste habitualmente en mi rostro.
Estoy en el destierro, Grecino, aquí, donde el bárbaro enemigo hace que tengan más fuerza las fieras armas que las leyes, de tal modo que no hay mujer, ni hombre, ni niño, que pueda reprocharme nada a lo largo de tantos años. Esto hace que los habitantes de Tomos me ayuden y asistan en mi desgracia, puesto que a esta tierra debo invocar como testigo. Ellos prefieren que yo me marche, porque ven que lo deseo: pero por propio interés desean que me quede aquí. Y no me creerás: hay decretos públicos que me elogian y me eximen de impuestos. Y, aunque a los desgraciados no conviene la gloria, las ciudades vecinas me otorgan el mismo privilegio. Ni se ignora mi piedad: esta tierra hospitalaria ve que en mi casa hay un santuario dedicado al César[1130]. Están, asimismo, su piadoso hijo y su esposa, la sacerdotisa, divinidades no menos importantes que el ya reconocido como dios. Y para que no falte miembro alguno de esta casa, se encuentran ambos nietos, uno al lado de su abuela y el otro al lado de su padre[1131]. Yo les dirijo suplicantes palabras, junto con ofrendas de incienso, tantas veces cuantas el día nace por el Oriente. Si lo preguntas, toda la tierra del Ponto, testigo de mi piedad, te dirá que esto no es invención mía. Sabe la tierra del Ponto que yo celebro el natalicio del dios en este altar, con todo el festejo que puedo. Y no menos conocida es esta piedad por aquellos extranjeros, si la larga Propóntide[1132] los envía a estas aguas. Incluso tu propio hermano, bajo cuyo gobierno se hallaba la margen izquierda del Ponto, tal vez haya oído estas cosas. Mi suerte no se corresponde con mi espíritu y en mi pobreza gasto con gusto mis escasos recursos en tal ofrenda.
Apartado lejos de Roma, no ofrezco este espectáculo a vuestra vista, sino que me contento con una piedad silenciosa. Y, sin embargo, estas noticias llegarán alguna vez a los oídos del César[1133]: a él nada escapa de lo que ocurre en el mundo entero. Tú, César[1134], llamado a estar entre los dioses, lo sabes, sin duda, y lo ves, porque la tierra está sometida a tus ojos. Tú, colocado entre los astros de la bóveda celeste, escuchas mis preces, que te hago con boca preocupada.
¡Quizá lleguen también hasta ahí aquellos poemas que envié compuestos sobre tu nueva divinidad! Así vaticino que éstos cambiarán tu divina voluntad y que, no sin razón, ostentas el dulce nombre de Padre.