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A BRUTO

Estamos ante una nueva epístola dirigida a Bruto[1105]. La carta está escrita después de haber llegado a Tomos la noticia de la muerte de Augusto: como ésta tuvo lugar el 19 de agosto del 14 d. C., hay que suponer que fue escrita entre octubre y noviembre de dicho año. Como Ovidio llegó a Tomos en la primavera del 9, ha cumplido ya su primer quinquenio en el exilio y ha entrado ya en el sexto año. Poco antes que Augusto, había muerto también Fabio Máximo, amigo y protector de Ovidio, lo que el poeta lamenta profundamente y le hace acudir a Bruto en busca de ayuda.

La carta que lees, Bruto, te llega desde aquellos lugares en los que no quisieras que estuviera Nasón. Pero, lo que tú no quisieras, lo quiso el desgraciado destino. ¡Ay de mí! Aquél tiene más fuerza que tus votos. He pasado ya en Escitia el quinquenio de una Olimpíada: ya entramos en el período de otro lustro. Persiste, pues, la Fortuna tenaz y de modo insidioso opone su pie maligno a mis votos. Estabas decidido, Máximo, gloria de la Familia Fabia, a hablar con voz suplicante en mi favor a la divinidad de Augusto. Mueres antes de la súplica[1106] y me parece ser, Máximo, la causa de tu muerte (¡y yo no valdría tan alto precio!). Ahora temo encomendar mi salvación a alguien: con tu muerte desapareció también la ayuda misma. Augusto había comenzado a perdonar mi falta involuntaria, cuando abandonó a la par mi esperanza y la tierra. Sin embargo, en la medida en que he podido, exiliado lejos, te he enviado, Bruto, para que lo leas, un poema sobre este nuevo habitante del cielo. ¡Ojalá esta piedad me aproveche y sea ya el fin de mis desgracias y se suavice la cólera de la sagrada mansión! Puedo jurar que con toda seguridad tú también pides lo mismo, Bruto, tú que me resultas conocido por tantas pruebas seguras. Pues, aunque siempre me habías ofrecido una verdadera amistad, ésta creció sin embargo durante la adversidad. Y aquel que viera tus lágrimas junto con las mías, creería que los dos íbamos a sufrir el castigo. La naturaleza te ha hecho indulgente con los desgraciados y no dio a nadie un espíritu más dulce que el tuyo, Bruto: de modo que, quien ignore tu valía en el combate forense, piense que a duras penas tu boca puede acusar a los reos. En efecto, es propio de la misma persona, aunque parezca contradictorio, ser indulgente con los suplicantes y terrible con los culpables. Cuando te haces cargo de la defensa de la severa ley, cada una de tus palabras parece impregnada de veneno. Corresponda a tus enemigos comprobar cuán violento eres con las armas y sufrir los dardos de tu lengua, que tú aguzas con un cuidado tan sutil, que todos niegan que tu ingenio sea propio de ese cuerpo. Pero si ves que alguien sufre por una suerte injusta, no hay mujer más dulce que tu alma. Me he dado cuenta de esto, sobre todo cuando gran parte de mis amigos negó conocerme. Me olvidaré de aquéllos, pero de ti nunca me olvidaré, que alivias mis desgracias con solicitud. Y aquí el Histro, demasiado vecino mío, volverá su curso desde el Mar Euxino hasta su nacimiento y, como si volviesen los tiempos del festín de Tiestes[1107], irá el carro del Sol hacia las aguas de Oriente, antes de que alguno de vosotros, que llorasteis mi pérdida, afirme que soy un ingrato que no me acuerdo de él.