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A UN INGRATO

El tema de esta epístola es frecuentemente tratado en los poemas del destierro: recuérdense, por ejemplo, Tristes I 8 y I 9. Está dirigida a un viejo amigo del poeta, que le volvió la espalda con motivo de su condena. Ovidio le advierte que la fortuna humana es muy inconstante y que lo que a él le ocurre le puede suceder a ese amigo ingrato, motivo éste muy recurrente en la literatura clásica.

No tenemos dato alguno que nos permita identificar al destinatario, al que Ovidio no quiere nombrar, para no darle mayor celebridad, pero ofrece rasgos muy similares a Ibis, al que Ovidio dirige su dura invectiva.

¿Me quejaré o callaré? ¿Puedo exponer tu delito sin nombrarte o puedo querer que todos sepan quién eres? No emplearé tu nombre, no vaya a ser que mis quejas te ganen más estima y que con mis versos consigas fama. Mientras mi nave estaba asentada sobre una sólida quilla, tú eras el primero que querías navegar conmigo. Ahora, porque la Fortuna ha fruncido el ceño, te retiras, después de saber que necesito tu ayuda. Disimulas incluso y no quieres aparentar que me conoces y, al escuchar mi nombre, preguntas quién es Nasón. Yo soy aquel que, casi desde niño, aunque tú no quieres oírlo, está unido a ti, desde tu niñez, por una antigua amistad; aquel que solía ser el primero en conocer tus preocupaciones y el primero en acompañarte en los ratos agradables; yo soy aquel que frecuentaba tu casa y era como de tu familia por el asiduo trato; yo soy aquel que, a juicio tuyo, era tu única Musa; yo soy aquel que tú, pérfido, no sabes ahora si vivo y sobre el que no tuviste ningún interés en indagar. Si nunca me quisiste, reconoce haber disimulado, y, si no fingías, resultas voluble. O bien, dime algún resentimiento que te haya podido cambiar, pues, si tu queja no es justificada, lo es la mía. ¿Qué culpa te impide ahora ser como antes? ¿Acaso llamas culpa al hecho de que haya comenzado a ser desgraciado? Si no me ayudabas ni con tus recursos ni con tus hechos, hubiera podido llegar, al menos, tu carta escrita con tres palabras. En verdad, apenas lo creo, pero el rumor dice que tú me insultas en mi desgracia y que no te ahorras palabras. ¡Ah!, ¿qué haces, insensato? ¿Por qué, si la Fortuna se retira, tú mismo privas de lágrimas a tu naufragio? Esta diosa, que tiene siempre la cumbre más alta bajo su inseguro pie, confiesa cuán inconstante es con su rueda inestable. Es más incierta que cualquier hoja, que cualquier brisa. Malvado, sólo tu inconstancia es igual a ella. Todas las cosas humanas penden de un hilo delgado y lo que fue estable se derrumba súbitamente. ¿Quién no ha oído hablar de la opulencia del rico Creso[1092]? Pues bien, hecho prisionero conservó, sin embargo, la vida gracias a su enemigo. El que poco antes era temido en la ciudad de Siracusa, a duras penas evitó el hambre terrible mediante un humilde oficio[1093]. ¿Qué hubo más grande que Pompeyo el Grande? Sin embargo, en su huida pidió la ayuda de un cliente con voz suplicante[1094], y aquel a quien obedeció todo el orbe de la tierra *** Aquel Mario, ilustre por su triunfo sobre Yugurta y los cimbros, bajo cuyo consulado tantas veces resultó victoriosa Roma, se echó en el fango y entre las cañas de un pantano, y sufrió muchos ultrajes indignos de un hombre tan grande[1095]. El poder divino juega con las cosas humanas y apenas una sola hora ofrecerá una garantía segura.

Si alguien me hubiera dicho: «Irás al litoral euxino y temerás ser herido por el arco de un geta», hubiera respondido: «Anda, bebe los jugos que limpian las mentes y todo lo que se cría en Anticira entera[1096]». Sin embargo, he sufrido todo esto y, aunque pudiera evitar los dardos humanos, no podría esquivar también Los del más grande de los dioses. Procura tú también temer y piensa que lo que te parece alegre, mientras hablas se puede tornar triste.