A BRUTO
Si la epístola I 1, que servía de prólogo a la colección de las Pónticas, era dedicada a Bruto[1073], esta otra, que hace de conclusión a los tres primeros libros, tiene el mismo destinatario. Ambas debieron de ser escritas, más o menos, en la misma época, aproximadamente en la segunda mitad del 13 d. C.
Me dices, Bruto, que no sé quién critica mis poemas, porque hay en estos librillos siempre el mismo pensamiento, que no pido otra cosa, sino poder disfrutar de una tierra más cercana, y que no hablo sino de que estoy rodeado por numerosos enemigos.
¡Oh, cómo entre tantos defectos se me reprende sólo uno! Si sólo esta falta comete mi Musa, está bien. Yo mismo veo los defectos de mis libros, aunque cada uno estima sus poemas más de lo justo. El autor alaba su obra: así tal vez Agrio pudo haber dicho, en otro tiempo, que Tersites tenía un bello rostro[1074]. Este tipo de error no deforma, sin embargo, mi juicio, ni me gusta inmediatamente cuanto he producido. ¿Me preguntas, pues, por qué obro mal, si veo que cometo faltas, y tolero que haya culpa en mis escritos? No es lo mismo sentir las enfermedades que curarlas: la facultad de sentir la tienen todos, pero sólo la ciencia quita el mal. A veces, aun deseando cambiar alguna palabra, la he dejado y las fuerzas abandonaron mi decisión. A veces (¿por qué no te voy a confesar la verdad?), me cuesta corregir y soportar el peso de un largo esfuerzo. El propio trabajo ayuda al que escribe y disminuye su fatiga, y la obra, al ir progresando, se anima con su propio entusiasmo. Así como el corregir es algo tanto menos difícil cuanto el gran. Homero era más grande que Aristarco[1075], del mismo modo daña a la inspiración con el frío paralizante de los escrúpulos y reprime el freno del caballo deseoso de correr. Y así los benévolos dioses me suavicen la cólera del César, y mis huesos sean enterrados en una tierra pacífica, como que, intentando a veces aplicarme a mis cuidados, me lo impide el rostro cruel de mi fortuna y a duras penas me parece estar cuerdo, cuando escribo poemas y procuro corregirlos en medio de los feroces getas. Sin embargo, nada es más excusable de mis escritos que el hecho de que en casi todos haya un solo sentimiento. Cuando estaba alegre, canté de ordinario mis alegrías; ahora que estoy triste, canto mi tristeza: una y otra situación está de acuerdo con su obra. ¿Qué voy a escribir, sino acerca de los inconvenientes de esta desagradable región, y qué voy a pedir, sino morir en un lugar más favorable? Aunque tantas veces diga las mismas cosas, apenas nadie me escucha y mis palabras, a las que no se ha prestado atención, carecen de efecto. Sin embargo, aunque todo esto sea lo mismo, no lo he escrito para los mismos, y mi monótona voz busca ayuda a través de muchas personas. ¿O, para que el lector no encontrase el mismo pensamiento dos veces, eras el único de mis amigos, Bruto, al que debía implorar? Esto no tuvo tanta importancia; perdonad, doctos amigos, a este reo confeso. La fama de mi obra vale menos que mi salvación.
En fin, el poeta varía a su arbitrio muchas cosas en relación con el tema que él mismo imaginó. Mi Musa es también una intérprete bastante verdadera de mis males y tiene el peso de un testigo incorruptible. Mí propósito y mi preocupación no fue el hacer un libro, sino el enviar a cada uno su carta. Después, recogidas de cualquier modo, las uní sin un orden determinado: no vayas a pensar que esta obra fue el resultado de alguna elección por mi parte. Sé indulgente con mis escritos, cuyo origen no fue mi gloria, sino la utilidad y el deber de la amistad.