A COTA MÁXIMO
Nueva epístola dirigida al buen amigo Cota Máximo, a quien han sido dedicadas las I 5, I 9, II 3, II 8 y III 2. En ella se combinan el tema de la amistad entre ambos y el de la afición literaria de Cota, que Ovidio sigue con interés; temas que ya habían aparecido en la elegía I 9 de las Tristes, presumiblemente dirigida también a Cota. Por lo que a su fecha de composición se refiere, no tenemos ningún dato que permita determinarla.
¿Tratas de saber de dónde se te envía la carta que estás leyendo? De aquí donde el Histro se une a las azuladas aguas. Después de que se ha nombrado el país, debe ocurrírsete también el autor, el poeta Nasón, dañado por su propio talento. Él te envía, desde los toscos getas, Máximo Cota, el saludo que preferiría llevarte personalmente. Leí, joven digno de la elocuencia paterna, las acertadas palabras que pronunciaste con el Foro a rebosar. Aunque lo hice en una lectura rápida, a lo largo de muchísimas horas, me lamento de que hayan sido pocas. Pero las aumenté releyéndolas con frecuencia y siempre me resultaron más agradables que la vez anterior. Y, aunque, después de tantas lecturas, no pierden nada de su encanto, agradan por su propio vigor y no por la novedad. ¡Dichosos aquellos a quienes tocó en suerte escucharlas al ser pronunciadas, y gozar de una boca tan elocuente! En efecto, aunque hay un dulce sabor en el agua que se nos trae, con más agrado se bebe la de la propia fuente. Y agrada más cortar la fruta tirando de la rama, que cogerla del cincelado frutero. Pero, si no hubiese cometido una falta, si mi Musa no me hubiera condenado al destierro, tu voz me hubiera ofrecido la obra que he leído y, como tuve por costumbre, tal vez me hubiera sentado como un juez de los centúnviros, para escuchar tus palabras[1065], y un placer más grande hubiera inundado mi corazón, cuando me sintiera atraído por tus palabras y las aplaudiera.
Pero, puesto que el destino ha preferido que yo, dejando la patria y a vosotros, estuviera entre los inhumanos getas, te suplico que me envíes con frecuencia, ya que esto sí que está permitido, los frutos de tu trabajo, para que, al leerlos, crea que estoy más contigo, y sigue mi ejemplo, si es que no lo desdeñas, aunque mejor debieras dármelo tú a mí. Y, en efecto, yo, que perecí para ti, Máximo, ya hace tiempo, me esfuerzo por no estar muerto en mi talento. Correspóndeme y que mis manos no reciban pocas muestras de tu trabajo, que habrán de serme agradables.
Dime, sin embargo, joven repleto de mis aficiones literarias, si acaso, gracias a estas mismas, te acuerdas de mí. ¿Acaso, o bien cuando recitas a tus amigos un poema compuesto recientemente, o cuando, como sueles hacer con frecuencia, pides que lo reciten, me buscas, como a veces tu mente, olvidando qué está lejos, siente sin duda que un no sé qué de sí misma le falta, y, como acostumbrabas a hablar mucho acerca de mí, cuando yo estaba presente, también ahora el nombre de Nasón está en tus labios? ¡Que en verdad muera yo atacado por el arco de los getas (y ya ves cuán cerca está el castigo del perjuro), si yo en mi ausencia no te veo casi en todo momento! Gracias a que está permitido a la mente ir adondequiera. Cuando llego con ella a Roma, sin ser visto por nadie, con frecuencia hablo contigo y con frecuencia disfruto de tu palabra. Entonces me resulta difícil decir qué bien estoy y qué radiante es, a mi juicio, ese momento. En tal momento, si en algo me crees, pienso que, recibido en la mansión celeste, me hallo con los bienaventurados dioses. Cuando de nuevo vuelvo aquí, abandono el cielo y los dioses, y la tierra del Ponto no se encuentra lejos de la Estigia. Si, contra la voluntad del destino, yo me esfuerzo en volver desde allí, quítame, Máximo, una esperanza inútil.