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A RUFINO

Este Rufino es el mismo destinatario de la epístola I 3[1063]. Esta carta debe de ser posterior a aquélla, concretamente de comienzos del año 13, por su alusión una vez más al triunfo de Tiberio, En ella se pide al amigo que acoja favorablemente el poema ovidiano sobre el triunfo de Tiberio en Panonia y Dalmada, que le ha sido enviado, y, de otro lado, se aprovecha la ocasión para anunciar un nuevo triunfo de Tiberio sobre Germania. Indudablemente, todo ello tiene la finalidad de obtener el perdón de Augusto o de Tiberio, que se perfila, en estos momentos, como el gran favorito para sucederle al frente del Imperio.

Estas palabras, que llevan un saludo sincero, te las envía, Rufino, tu amigo Nasón desde la ciudad de Tomos y te encarga que favorezcas su Triunfo, si es que aquél llegó a tus manos. Es un trabajo modesto y desproporcionado a tu pompa: sin embargo, sea como sea, te ruego que lo protejas. Todo aquello que está bien, se mantiene por sí mismo y no reclama ningún Macaón[1064]; un enfermo en peligro acude a la ayuda del médico. Los grandes poetas no necesitan un lector amable: cautivan al más reacio y difícil. Yo, a quien los prolongados sufrimientos han disminuido el talento o incluso quizá no tuve ninguno antes, débil de fuerzas me siento bien por tu benevolencia; si me la quitaras, pensaría que me lo habían arrebatado todo. Y, aunque todos mis escritos están basados en el favor benevolente, aquel famoso libro tiene derecho preferente a la indulgencia. Otros poetas han escrito sobre el triunfo que han observado: algún valor tiene describir lo visto con mano memorable. Yo he escrito aquello apenas captado por mi ávido oído entre el público y la fama fue como mis ojos. ¡Como si algo oído produjera la misma impresión y el mismo entusiasmo que algo visto con los propios ojos!

Y no me quejo de que me haya faltado el brillo de la plata y del oro que tú contemplaste y aquella púrpura, pero hubieran enriquecido mi poema los lugares, los pueblos representados por mil figuras y los propios combates, y los semblantes de los reyes, fidelísimo reflejo de su ánimo, hubiesen ayudado, tal vez, en algo a esta obra. Por los propios aplausos del pueblo y su alegre aprobación, cualquier talento puede inspirarse, y yo habría tomado tantas fuerzas de tal estrépito, cual soldado inexperto al oír la trompeta para el combate. Aunque mi pecho fuera de nieve y de hielo y más frío que este lugar que soporto, el rostro del general, que iba de pie en su carro de marfil, hubiera sacudido todo el frío de mis sentidos. Privado yo de todo esto y disponiendo de testimonios inseguros, acudo a la ayuda de tu favor con toda razón. Ni conozco los nombres de los jefes, ni los de los lugares: mis manos no dispusieron de materiales. ¿Qué parte de sucesos tan importantes era la que la fama podía aportarme o contarme alguien por escrito? Por ello, lector, debes perdonarme tanto más, si algo equivocado u olvidado tengo allí.

Añade que mi lira, dedicada de continuo a las quejas de su dueño, a duras penas se cambió a un poema festivo. Las palabras de fidelidad apenas se me ocurrían, cuando las buscaba después de tanto tiempo, y alegrarme de algo me pareció una cosa nueva. Y como los ojos temen al sol, al que no están acostumbrados, del mismo modo mi espíritu era reacio a la alegría. También la novedad es la más estimada de todas las cosas y no se agradece el servicio que se presta tardíamente.

Los otros poemas, escritos a porfía, acerca del gran triunfo, supongo que se leen ya desde hace tiempo por boca del pueblo.

El lector sediento bebió de aquella copa; el ebrio, de la mía: aquel agua la bebió fresca, la mía estará tibia. No permanecí inactivo, ni la indolencia me hizo perezoso: me retiene la última ribera del inmenso mar. Mientras llega acá el rumor y se componen apresurados poemas y, una vez acabados, llegan hasta vosotros, puede haber transcurrido un año. E importa no poco ser el primero en cortar rosas intactas o coger tardíamente con tu mano las que casi han sido abandonadas. ¿Qué tiene de extraño si, en un jardín despoblado de flores elegidas, la corona que se hace no es digna de su general?

Esto es lo que ruego: ¡que ningún poeta vaya a pensar que esto lo he dicho contra sus versos!; mi Musa habló en su propio favor. Poetas, tengo cultos comunes con vosotros, si es que es lícito a los desgraciados estar en vuestro coro. Amigos, habéis vivido conmigo como una parte importante de mi persona: ausente os amo aún hoy igual. Sean, pues, estimados mis versos por vuestro favor, ya que yo mismo no puedo hablar en favor de ellos. Casi siempre las obras suelen gustar después de la muerte de su autor, porque la envidia suele dañar a los vivos y atacarlos con diente injusto. Si el vivir mal es un tipo de muerte, me espera la tierra y a mi destino sólo le falta el sepulcro.

En fin, aunque desde todos lados se critique el producto de mi afán, no habrá nadie que reprenda mi celo. Aunque me falten las fuerzas, con todo se debe alabar mi intención: auguro que los dioses están contentos con ella. Ésta hace que también el pobre sea bienvenido a los altares y que una oveja no agrade menos que el sacrificio de un buey. El asunto fue tan importante que hubiera sido un gran peso enfrentarlo al grandísimo poeta de la Eneida. Los suaves versos elegiacos tampoco pudieron soportar sobre sus ruedas desiguales el inmenso peso del triunfo. Dudoso me resulta decidir qué pie emplear ahora: pues otro triunfo sobre ti se acerca, Rin; los presagios de los poetas no son votos inútiles. Se debe ofrecer un laurel a Júpiter, mientras el anterior esté todavía verde. No son mis palabras las que lees, porque yo fui relegado al Histro, río del que beben los mal pacificados getas. Ésta es la voz de un dios: un dios habita en mi pecho; bajo la guía de un dios profetizo y vaticino esto.

Livia, ¿por qué tardas en preparar el carro y la pompa para los triunfos? Las guerras ya no te conceden ninguna pausa. La pérfida Germania depone sus lanzas proscritas: pronto dirás que mi presagio tiene valor. Créeme, en breve llegará la certeza. Tu hijo duplicará su honor e irá, como antes, sobre uncidos caballos. Prepara la púrpura, que arrojarás sobre sus hombros victoriosos: la propia corona puede reconocer la cabeza habitual. Que los escudos y los cascos brillen con los destellos de las piedras preciosas y del oro, y que los truncados trofeos se alcen sobre los guerreros encadenados. Que almenadas murallas rodeen las ciudades de marfil y piénsese que lo fingido se hace según la realidad. Que el escuálido Rin lleve largos cabellos bajo la caña quebrada y aguas manchadas de sangre. Ya los reyes cautivos reclaman sus bárbaras insignias y telas más ricas que su propia fortuna *** y, además, todo aquello que, estándote frecuentemente destinado, el invicto valor de los tuyos a menudo te lo ha dejado preparado. Dioses, bajo cuyo consejo yo anuncié el porvenir, confirmad mis palabras, os lo ruego, con un rápido cumplimiento.