A FABIO MÁXIMO
Nueva carta a Fabio Máximo, el mismo destinatario de la epístola I 2[1048]. Por la alusión que se hace en el V. 86 al triunfo de Tiberio, se deduce que debió de ser escrita a comienzos del 13, poco antes de la muerte de Fabio, acaecida el 14, unas semanas antes de la de Augusto.
Si estás libre para dedicar un poco de tiempo a un amigo desterrado, oh Máximo, astro de la estirpe Fabia, préstame atención mientras te cuento lo que VI, ya haya sido la sombra de un cuerpo, o una visión real, o un sueño. Era de noche y la luna entraba por las dos hojas de mi ventana, brillante cual suele estar casi a mitad de mes[1049]. El sueño, común descanso de las preocupaciones, me dominaba y mis lánguidos miembros estaban extendidos a lo largo de todo el lecho, cuando de repente se encrespó el aire, agitado por unas alas, y la ventana, al moverse, gimió con un sonido suave. Aterrado, levanto mi cuerpo, apoyado sobre el codo izquierdo, y el sueño salió expulsado de mi tembloroso pecho. Estaba de pie el Amor, con un semblante con el que no solía estar anteriormente, triste y empuñando con su mano izquierda el pie de mi cama de madera de arce, sin llevar collar en el cuello, ni peineta en el cabello, y su cabellera no estaba bien arreglada como otras veces. Sus cabellos colgaban suavemente sobre su rostro desaliñado, y sus plumas me parecieron escuálidas, como suele ocurrir con el lomo de una aérea paloma, a la que tocaron y acariciaron muchas manos.
En cuanto lo reconocí (y nadie me es más conocido), mi lengua se dirigió a él de forma desembarazada con estas palabras: «Oh, niño, causa del destierro para tu engañado maestro, a quien más me hubiera valido no haber enseñado, ¿llegaste también hasta aquí, donde nunca reina la paz y donde el bárbaro Danubio se congela encadenando sus aguas? ¿Cuál es el motivo de tu viaje, sino el de ver mis desgracias, que, si no lo sabes, te hacen odioso? Tú fuiste el primero en dictarme poemas juveniles [1050]; bajo tu dirección uní cinco pies a los versos de seis. No has consentido en que me alzara con un poema meonio [1051], ni que cantara las hazañas de los grandes generales. Tu arco y tus fuegos han disminuido las fuerzas de mi ingenio, tal vez exiguas, pero algunas. Pues, mientras cantaba tu reino y el de tu madre, mi mente no estuvo libre para ninguna gran obra. Y esto no había sido suficiente: también hice que con un poema insensato pudieras estar instruido en mi Arte. Por ésta se me ha dado, ¡desdichado de mí!, como recompensa el destierro y éste, incluso, en un lugar remoto y sin paz.
No se portó de tal manera Eumolpo, hijo de Quíone, con Orfeo[1052], ni Olimpo con el Sátiro frigio[1053], ni Quirón obtuvo tal recompensa de Aquiles[1054] y no dicen que Numa causara algún daño a Pitágoras[1055]. Y, por no referir los nombres acumulados a lo largo de tanto tiempo, yo he sido el único que ha perecido por culpa de su discípulo. Mientras que yo te daba armas y te enseñaba, lascivo, tu maestro recibe estos dones de ti, de su discípulo. Sabes, sin embargo, y lo puedes afirmar claramente jurándolo, que yo no he atentado nunca contra los matrimonios legítimos. Escribí esto para aquellas, cuyos púdicos cabellos no ciñe la venda, ni el largo vestido cubre sus pies. Di, te lo ruego, ¿alguna vez aprendiste a seducir a las mujeres casadas y a hacer incierta la descendencia por medio de mis mandatos? ¿O acaso no fue apartada enérgicamente de estos librillos toda aquella a la que la ley prohíbe tener amantes secretos? ¿De qué me sirve esto, sin embargo, si se cree que compuse escritos de adulterio, delito prohibido por una ley severa?
Pero tú (¡ojalá tengas flechas que lo hieran todo, ojalá nunca tus antorchas estén desprovistas del fuego devorador, ojalá César, que por Eneas, tu hermano, es tu pariente[1056], gobierne el Imperio y tenga sometidas todas las tierras!), haz que su ira no sea implacable conmigo y que acceda a que yo pague mi castigo en un lugar más favorable».
Esto me parecía haber dicho al niño alado y estas palabras son las que me pareció que él me respondió: «Por mis antorchas y por mis flechas, que son mis armas, por mi madre y por la vida del César, juro que nada que no estuviera permitido aprendí de ti, mi maestro, y que en tu Arte no existe nada delictivo. ¡Ojalá pudiera defender lo demás como esto! Sabes que hay otra cosa que te dañó más. Sea lo que fuere (pues ni el propio dolor se debe recordar, ni puedes decir que estés libre de culpa), aunque ocultes tu delito bajo la apariencia de error, la cólera del juez no fue más rigurosa de lo que tú merecías. Sin embargo, para contemplarte y consolarte en tu caída, mis alas se han deslizado a través de inmensos caminos. VI estos lugares por primera vez cuando, a petición de mi madre, herí con mis dardos a la doncella del Fasis[1057]. Tú eres el motivo de que yo los vuelva a ver hoy de nuevo, después de muchos siglos, soldado compañero de mi campamento. Depón, pues, tu miedo: la cólera del César se ablandará y llegará una brisa más favorable, tal como lo has suplicado. Y no temas una demora, se avecina el tiempo que deseamos y el triunfo lo tiene todo lleno de alegría[1058]. Mientras tu casa, tus hijos y la madre Livia están gozosos, mientras lo estás tú mismo, gran Padre de la Patria y del general, mientras el pueblo se felicita y por la ciudad entera todos los altares arden con fuegos olorosos, mientras el templo venerable ofrece fácil acceso, hemos de esperar que nuestros ruegos puedan tener algún poder».
Dijo y, o bien se desvaneció en las ligeras auras, o mis sentidos comenzaron a estar despiertos.
Si dudara de que tú, Máximo, apruebas estas palabras, creería que los cisnes son del color de Memnón[1059]. Pero ni la leche se cambia en negra pez, ni se convierte en terebinto lo que era marfil de brillante blancura[1060]. Tienes un linaje adecuado a tu alma: pues tienes un corazón noble y de una lealtad como la de Hércules[1061]. La envidia, vicio estéril, no llega a los caracteres superiores y, cual víbora, oculta se arrastra por el bajo suelo. Tu mente sublime se eleva por encima de tu propio linaje y tu nombre no es mayor que tu ingenio. Así pues, que otros hagan daño a los desgraciados y anhelen ser temidos y lleven dardos impregnados de amarga hiel: tu casa, en cambio, está acostumbrada a ayudar a los que suplican [1062], en cuyo número te ruego que tengas a bien incluirme.