A COTA MÁXIMO
Nueva carta dirigida a Cota Máximo, en la cual Ovidio celebra la lealtad del buen amigo, ilustrándola con un motivo mitológico, que domina la casi totalidad del poema, tomado de la Ifigenia en Táuride de Eurípides e introducido en el texto con gran habilidad. La epístola evidencia, como pocas, la importancia que la amistad tiene para Ovidio, así como la necesidad que siente de ella.
El saludo que lees, Cota, enviado por mí, deseo que haya sido enviado realmente y que llegue a tus manos. Pues, estando tú sano y salvo, alivias mucho mis tormentos y haces que una buena parte de mí se encuentre bien. Y, aun cuando algunos titubean y abandonan mis sacudidas velas, tú permaneces como el único ancla de mi destrozada nave. Agradezco, pues, tu afecto y perdono a aquellos que con la Fortuna dieron la espalda a mi exilio. Aunque hieran a uno solo, los rayos aterran a más de uno y la multitud que rodea al herido suele espantarse. Cuando un muro ha dado muestras de un pronto derrumbamiento, se queda el lugar vacío por el miedo y la preocupación. ¿Qué timorato no evita el contagio del enfermo, por temor a contraer de él el mal vecino? A mí también me abandonaron algunos de mis amigos, por miedo y por excesivo terror, no por odio. No les faltó afecto ni la voluntad de servicio: pero tuvieron mucho miedo a los hostiles dioses. Y así como pueden parecer más precavidos y tímidos, así no han merecido el nombre de malvados. O es más bien mi candidez la que excusa de este modo a mis queridos amigos y contribuye a que no tengan ningún reproche hacia mí. Podrán estar éstos contentos con mi perdón y podrán declarar que su conducta ha quedado justificada, puesto que también yo lo atestiguo.
Mi mejor porción de amigos sois unos pocos, que considerasteis vergonzoso no prestarme ninguna ayuda en mi apurada situación. Así pues, el reconocimiento a vuestros méritos no desaparecerá, sino cuando, destruido mi cuerpo, me convierta en ceniza. Me engaño, pues éste durará más que el tiempo de mi vida, si es que soy leído y recordado por la posteridad. Los cuerpos sin vida son destinados a las tristes hogueras, pero la fama y la gloria escapan de las levantadas piras. Murió Teseo[1039] y el que acompañó a Orestes[1040], pero, sin embargo, uno y otro viven para sus propias alabanzas. Los lejanos nietos os alabarán también a menudo y vuestra gloria será insigne gracias a mis poemas. Aquí también os conocen ya los sármatas y los getas y un pueblo bárbaro aplaude tales sentimientos.
Y hace poco, cuando les daba cuenta de vuestra lealtad (pues he aprendido a hablar en gético y sármata), un cierto anciano, que se hallaba por casualidad en aquella reunión, respondió de este modo a mis palabras: «También nosotros, buen extranjero, conocemos el nombre de la amistad, nosotros a quienes el Ponto y el Histro nos tienen lejos de vosotros».
«Hay en la Escitia un lugar (los antiguos lo llamaron Táuride) que no dista mucho de la tierra de los getas. En esta tierra nací yo (y no me avergüenzo de mi patria). Aquella nación venera a la diosa hermana de Febo[1041]. Su templo, apoyado sobre inmensas columnas, permanece aún hoy y se accede a él a través de cuarenta escalones. Cuenta la leyenda que hubo allí una estatua de la divinidad y, para que no puedas dudar, persiste la base desprovista de la diosa, y el altar, que tenía el blanco natural de la piedra, ha perdido su color y se ha vuelto rojizo por la sangre derramada. Celebra los sacrificios una mujer, desconocedora de la tea conyugal, que aventaja en nobleza a las jóvenes escíticas. La naturaleza del sacrificio, pues así lo instituyeron nuestros antepasados, consiste en que el extranjero caiga herido por la espada de la virgen. Estos reinos los gobernó Toante, insigne en el litoral meótida[1042], y no hubo otro más notable en la aguas euxinas. Bajo su reinado, dicen que una tal Ifigenia realizó su viaje a través de los fluidos aires; a ésta, transportada bajo una nube por los ligeros vientos a través de los mares, se cree que Febe la dejó en estos lugares. Ella había administrado el templo, según el rito, muchos años, ejecutando funestos sacrificios con forzada mano, hasta que llegaron dos jóvenes en velífera nave y pisaron nuestras costas. Tenían la misma edad y los dos sentían el mismo afecto por el otro; uno de ellos era Orestes, y el otro, Pílades[1043]: la tradición conserva sus nombres. Enseguida son conducidos al cruel altar de Trivia[1044], con las manos atadas a la espalda. La sacerdotisa griega rocía con agua lustral a los cautivos, para que una larga venda ciña sus rubios cabellos, y mientras prepara el sacrificio, mientras cubre sus sienes con cintas, mientras ella misma encuentra pretextos para una larga espera, dijo: “Yo no soy cruel; perdonadme, jóvenes; celebro sacrificios más salvajes que el propio lugar. Tal es el rito de este pueblo. ¿Pero de qué ciudad venís o qué camino recorristeis en vuestra poco afortunada nave?”. Dijo y, al escuchar el nombre de su patria, la piadosa doncella descubre que son naturales de su misma ciudad: “Que uno de vosotros”, dijo, “caiga como víctima en el sacrificio y el otro vaya como mensajero a la tierra patria”. Pílades, dispuesto a morir, ordena a su querido Orestes que se vaya; éste se niega y ambos, alternativamente, se disputan el puesto para morir. Esto fue lo único en lo que discreparon: en lo demás estuvieron siempre de acuerdo y no hubo disputa entre ellos. Mientras los jóvenes concluyen este desafío de hermosa amistad, escribe ella unas palabras para su hermano. Entregaba un mensaje dirigido a su hermano y aquel al que se lo entregaba (¡mira los azares de la vida humana!) era su hermano. Sin detenerse, arrebatan del templo la estatua de Diana y a escondidas la transportan en una nave a través de las inmensas aguas. Admirable amistad la de estos jóvenes; aunque han pasado tantos años, ellos conservan aún hoy en Escitia una gran fama».
Después de que hubo narrado esta popular leyenda, todos alabaron estos hechos y la piadosa fidelidad. Sin duda, también en este litoral, más salvaje que el cual no hay ningún otro, el nombre de la amistad conmueve los corazones de los bárbaros. ¿Qué debéis hacer vosotros, engendrados en la ciudad ausonia, cuando tales hechos conmueven a los duros getas? Añade que tu corazón fue siempre amable y que tus costumbres son el indicio de tu alta nobleza, costumbre que reconocería Voleso, creador de tu nombre paterno [1045], y que Numa, fundador de la familia de tu madre [1046], no las rehusaría como suyas y que aprobarían los Cota unidos a tus nombres de familia, casa que, de no estar tú, desaparecería [1047]. Varón digno de este linaje, piensa que a tales costumbres conviene socorrer al amigo que se ha hundido.