10

A MACRO

Pompeyo Macro, el destinatario de esta epístola, parece serlo también de la I 8 de las Tristes, pero hay que distinguirlo de Emilio Macro, poeta didáctico citado en la enumeración de Tristes IV 10, concretamente en el V. 44. Era hijo del historiador griego Teófanes de Mitilene, que contó las gestas de Pompeyo, por lo que éste le hizo ciudadano romano y le dio su nombre. Lo vemos vinculado a Ovidio desde su juventud; con él viajó nuestro poeta al Asia Menor y a Sicilia, donde debió de actuar como guía cultural de Ovidio, debido a sus especiales conocimientos de la cultura griega. Posteriormente, fue nombrado prefecto de las bibliotecas imperiales. Cuando fueron prohibidas y retiradas de las bibliotecas públicas las obras de Ovidio, Macro estimó peligroso mostrarse amigo del poeta condenado, tema abordado en Tristes I 8.

Al parecer, Pompeyo Macro fue también poeta épico, autor de un poema, Antehomerica, aludido por Ovidio en sus Amores II 18, 1 y sigs., y de un Posthomerica. Es posible que entre ambos poetas hubiera una estrecha colaboración, ya que el mismo material mitológico de las Heroidas, en lo relativo al argumento troyano, lo encontramos en el poema épico de Macro.

¿Acaso por la imagen de la cera impresa[1003] reconoces, Macro, que estas palabras te las escribe Nasón, y, si el anillo no es indicio de su autor, reconociste que la carta ha sido escrita por mi mano? ¿O acaso el paso del tiempo te ha hecho perder la noción de estas cosas y tus ojos no recuerdan los antiguos caracteres? Aunque te hayas olvidado igualmente del anillo y de la mano, que no te vaya a desaparecer, al menos, la preocupación por mí. Preocupación que tú me debes por la amistad de tantos años, o por el hecho de que mi esposa no es una extraña en relación a ti[1004], o por el estudio del que tú has usado con más sensatez que yo, y, como debe ser, no has resultado culpable por ningún Arte. Tú cantas lo que faltaba al inmortal Homero, para que la Guerra de Troya no carezca de su última mano[1005]. El poco prudente Nasón, al transmitir por escrito su Arte de amar, recibe como maestro una triste recompensa por su doctrina.

Los poetas tienen, sin embargo, cultos comunes entre sí, aunque cada uno de nosotros sigamos caminos distintos. Supongo que te acuerdas de ellos, aunque me encuentro lejos, y que quieres aliviar mis desgracias. Bajo tu guía VI con todo detalle las magníficas ciudades de Asia[1006] y contemplé con mis ojos la Trinacria[1007], VI resplandecer el cielo con la llama del Etna, que vomita por su boca el gigante que hay sepultado debajo del monte[1008], los lagos de Henna[1009], los estanques del maloliente Palico[1010], y Cíane[1011], con la que el Ánapo[1012] mezcla sus aguas. Y no lejos de aquí está la Ninfa que, mientras huye del río de la Élide, todavía hoy corre oculta bajo el agua del mar[1013]. Pasé aquí gran parte del curso de un año. ¡Ay, cuán distinto es aquel lugar del país de los getas! Y esto no es sino una parte de todo lo que vimos los dos, mientras tú me hacías el viaje agradable, ya surcáramos las azuladas aguas en una nave pintada, ya nos llevara un carruaje sobre sus rápidas ruedas. Con frecuencia, el camino nos pareció corto con las diversas alternativas de nuestra conversación y, si las cuentas, nuestras palabras fueron más numerosas que nuestros pasos. Otras veces, el día fue más corto que nuestra conversación y el lento transcurrir de las horas, en los días de verano, no bastó a nuestra charla.

De algo vale el haber temido juntos los peligros del mar, y haber ofrecido conjuntamente votos a los dioses marinos, y unas veces haber llevado a cabo juntos asuntos serios y otras poder contar, después de aquéllos, bromas, de las que no tenemos por qué avergonzarnos. Siempre que recuerdes esto, aunque yo esté ausente, estaré siempre delante de tus ojos, como si me acabaras de ver. Yo mismo, aunque me halle bajo el Polo del mundo, que siempre está situado más alto que las líquidas aguas[1014], te contemplo, sin embargo, con el corazón, con lo único que puedo, y hablo con frecuencia contigo bajo el helado Polo. Aquí estás y no lo sabes y, ausente, estás, con mucha frecuencia, presente, y, cuando yo te lo ordeno, vienes hasta los getas desde el centro de Roma. Págame con la misma moneda y, puesto que esa región es más favorable que ésta, ténme siempre ahí, en tu corazón, que se acuerda de mí.