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AL REY COTIS

El destinatario de esta epístola es el joven rey de Tracia, Cotis IV, descendiente de Cotis III. A la muerte de Remetalces, Augusto repartió el reino de Tracia entre su hijo, Cotis IV, y su hermano Rescupóride, tío de Cotis. Sin embargo, Cotis recibió la mejor parte, lo que hizo que, poco después de esta carta, Cotis fuera asesinado por su tío Rescupóride.

Como se ve, los romanos siguieron la costumbre griega de encomendar a los tracios la seguridad de las fronteras de sus ciudades. Esa importancia de Cotis, como rey vecino que cuidaba de mantener la seguridad en las fronteras del Imperio con los pueblos bárbaros, debió de ser la que movió a Ovidio a dirigirle esta carta, pidiéndole su ayuda. A eso hay que añadir el hecho de que Cotis era un príncipe afable y cultivado, autor de poemas en lengua griega.

Oh Cotis, descendiente de reyes, cuyo noble origen se remonta hasta el nombre de Eumolpo[993], si ya la Fama locuaz llevó hasta tus oídos la noticia de que yo yazgo en una porción de tierra cercana a ti, escucha la voz de un suplicante, oh el más amable de los jóvenes, y, en la medida en que te es posible, ya que puedes, presta tu ayuda a un desterrado. La Fortuna (de quien esto es de lo que no me lamento) me entregó a ti y en esto sólo no me fue hostil. Recibe mi naufragio en una costa hospitalaria, no vaya a ser el mar más seguro que tu tierra.

Créeme, socorrer a los que han caído es propio de reyes y esto conviene a hombre tan importante como tú mismo eres. Esto conviene a una tal fortuna, que, aunque sea muy grande, sin embargo apenas puede igualar tu corazón. Nunca el poder se distingue en causa mejor que cuantas veces no deja que los ruegos sean inútiles. Esto es lo que reclama ese esplendor de tu linaje, ésa es la obra de una nobleza que procede de los dioses. Esto es lo que te aconseja Eumolpo, el muy ilustre fundador de tu linaje, y Erictonio, antecesor de Eumolpo[994]. Esto tienes de común con la divinidad, el que, cuando se os ruega, soléis prestar ayuda a los que os suplican. ¿Acaso habrá alguna razón por la que estimemos dignos de los honores habituales a las divinidades, si prescindes de que los dioses quieran ayudarnos? Si Júpiter tuviera oídos sordos para con el que le suplica, ¿por qué la víctima herida iba a caer ante el templo de Júpiter? Si el mar no me ofrece ninguna tranquilidad cuando viajo, ¿por qué habré de ofrecer a Neptuno incienso inútil? Si Ceres defrauda los inútiles votos del laborioso campesino, ¿por qué va a recibir las entrañas de una puerca preñada? Ni el macho cabrío ofrecerá como víctima su cuello a Baco de largos cabellos, si no fluye el mosto bajo el pie puesto encima. Pido que el César gobierne las riendas del poder, puesto que él cuida tan bien de su patria. Así pues, la capacidad de ser útiles hace grandes a hombres y a dioses, pues cada uno muestra sus simpatías a los que le ayudan.

Tú también, oh Cotis, digno descendiente de tu padre, procura ayudar a uno que yace postrado dentro de tu jurisdicción militar[995]. Conviene al hombre el placer de salvar a un semejante y no hay ningún modo mejor de granjearse la simpatía. ¿Quién no maldice a Antífates, el lestrigón[996], o quién reprueba el comportamiento del generoso Alcínoo[997]? Tu padre no es el tirano de Casandria[998], ni del pueblo de Feras[999], ni aquel que quemó al inventor en su artefacto[1000], sino que eres tan fiero en la guerra y desconocedor de la derrota en el combate como poco amante de la sangre, una vez firmada la paz.

Añade a eso que el haber aprendido concienzudamente las artes liberales suaviza las costumbres y no permite ser rudo. Ningún rey ha sido más instruido por ellas, o dedicó más tiempo a su dulce estudio. Lo atestiguan tus poemas que, si suprimieras tu nombre, yo no diría que los hubiera compuesto un joven de Tracia. Y para que Orfeo no fuera el único vate en esta región, la tierra bistonia[1001] está orgullosa de tu talento. Y así como, cuando las circunstancias lo reclaman, tienes el coraje de empuñar las armas y teñir tus manos con sangre enemiga, y así como eres experto en lanzar el venablo sacudiendo tu brazo y en doblar el cuello de un caballo veloz, del mismo modo, cuando has dedicado el tiempo necesario a las aficiones de tus padres y el esforzado trabajo cesa en su totalidad, a fin de que tu descanso no languidezca en un sueño improductivo, te diriges por el camino de las Piérides hacia los astros brillantes. Esto me crea también un cierto vínculo contigo: los dos practicamos el mismo culto. Yo, poeta, tiendo mis brazos suplicantes a un poeta, para que tu tierra sea segura en mi destierro.

Yo no he venido a las riberas del Ponto como culpable de un homicidio, ni he mezclado con mi mano crueles venenos, ni un escrito suplantado ha podido acusar a mi anillo de haber estampado sobre los hilos[1002] una falsa marca. Yo no he hecho nada que la ley me prohibiera hacer: y, sin embargo, debo confesar una falta más grave que éstas. Y para que no me preguntes cuál es: escribí un Arte insensata. Ésta me impide tener manos inocentes. No quieras averiguar si he pecado en algo más, a fin de que mi única culpa resida en mi Arte. Fuera lo que fuera, recibió una cólera moderada de su juez, que no me ha quitado otra cosa que el suelo patrio. Puesto que estoy privado de éste, que tu vecindad ahora me consiga el poder estar seguro en un lugar odioso.