A COTA MÁXIMO
Una nueva epístola dirigida a Cota Máximo, el gran amigo de Ovidio, que le acaba de enviar las efigies de Augusto, Tiberio y Livia, esculpidas en plata. El poeta aprovecha este motivo para dirigir una larga serie de adulaciones y ruegos a la familia imperial, tendentes a conseguir el levantamiento o reducción de su castigo. Por la alusión a Germania de los VV. 39-40, se deduce que esta carta debe de ser anterior al triunfo de Tiberio, probablemente de la fecha en que, tras el desastre del 9, Tiberio vuelve a reemprender la campaña militar en Germania. Campaña que, por cierto, no era muy grata a Augusto, pero que Tiberio y Germánico estimaban imprescindible. De ahí que Ovidio, que veía ya próximo el final de Augusto, augure el éxito a las operaciones militares de los dos candidatos más firmes a la sucesión del Imperio.
Hace poco se me devolvió el César junto con el César[985], los dioses que me enviaste, Máximo Cota, y para que tu regalo tuviese el número que debe, allí está Livia junto a sus Césares. ¡Afortunada plata y más dichosa que todo el oro, que, aunque ha sido dinero sin labrar, tiene una divinidad! Entregándome riquezas, no me habrías dado cosas mayores que los tres habitantes del cielo, enviados ante mis ojos.
De algo sirve contemplar a los dioses y pensar que están presentes y poder hablar casi con un verdadero dios. Por lo que a ti se refiere, he vuelto y no me retiene el fin del mundo y, como antes, habito sano y salvo en medio de Roma. Veo los rostros de los Césares, como los veía antes: apenas si tuve esperanza alguna de este voto. Saludo a la celeste divinidad, como antes la saludaba. Pienso que no tienes nada más grande que dar al que vuelve. ¿Qué otra cosa falta a mi vista que el Palatino[986]? Ese lugar, si quitas al César, no tendría ningún valor. Cuando lo miro, me parece ver Roma; porque él conserva la imagen de su patria.
¿Me engaño o hay en la efigie un rostro airado contra mí y su mirada torva tiene un no sé qué de amenazador? Perdóname, varón más grande por tus virtudes que el inmenso orbe, y refrena las riendas de tu justa venganza. Perdóname, te lo ruego, honor imperecedero de nuestro siglo, a quien su solicitud convierte en dueño de la Tierra. ¡Por la divinidad de la patria que te es más querida que tú mismo; por los dioses nunca sordos a tus votos; por la compañera de tu lecho, que fue la única que se encontró igual a ti y para quien tu majestad no resulta gravosa[987]; por tu hijo[988], semejante a ti por la imagen del valor, que por su modo de comportarse puede ser reconocido como tuyo; y por tus nietos[989], dignos de su abuelo o de su padre, que avanzan a grandes pasos según tus órdenes, alivia en una mínima parte y reduce mi castigo, y concédeme un lugar que se halle lejos del enemigo escítico! ¡Que tu divinidad, César el más cercano al César, si es lícito, no sea hostil a mis plegarias! ¡Ojalá que la fiera Germania cuanto antes pueda ser conducida como esclava, con su rostro aterrado, delante de tus caballos de triunfador! ¡Ojalá que tu padre viva hasta los años del de Pilos[990] y tu madre hasta los de la de Cumas[991] y que puedas ser su hijo durante mucho tiempo! ¡Tú también, esposa apropiada a un gran marido, recibe con oídos favorables los ruegos de un suplicante! ¡Ojalá tu esposo esté bien, que lo estén tu hijo y tus nietos y tus virtuosas nueras junto con los hijos que éstas han engendrado[992]! ¡Ojalá Druso, que te arrebató la cruel Germania, sea la única parte perecedera de tu prole! ¡Ojalá pronto tu hijo, como vengador de la muerte fraterna, cabalgue vestido de púrpura sobre níveos caballos!
¡Escuchad, divinidades clementísimas, mis tímidos votos; que me sirva de algo tener a los dioses cerca de mí! A la llegada del César, el gladiador abandona la protegida arena y su gesto no le es de poca ayuda. A mí también me ayuda el contemplar, en cuanto me es permitido, vuestros rostros y el que en una sola casa hayan entrado tres dioses. ¡Felices aquellos que ven, no sus imágenes, sino a ellos mismos, y que contemplan cara a cara los verdaderos cuerpos de los dioses! Puesto que un destino adverso me lo impide, honro los rostros y la efigie que el arte me ha suministrado. Así conocen los hombres a los dioses, a los que el elevado cielo oculta, y en lugar de Júpiter se venera su imagen.
En fin, procurad que vuestra figura, que está y estará siempre conmigo, no esté en un país odioso. Pues antes se apartará mi cabeza de mi cuello y sufriré que se me arranquen los ojos de sus órbitas, que os arrebaten y me vea privado de vosotros, oh divinidades públicas: vosotros seréis el puerto y el altar de mi destierro. Os abrazaré, si me veo rodeado de armas géticas, y os seguiré como a mis águilas, como a mis enseñas. O yo me engaño y me dejo burlar por un deseo excesivo, o existe la esperanza de un destierro más favorable, pues su aspecto es cada vez menos severo en la imagen y me ha parecido que su rostro aprueba mis palabras.
Pido que se cumplan los presagios de mi espíritu temeroso y que la cólera del dios, aunque es justa, se suavice.