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A SALANO

El destinatario de esta epístola, Casio Salano, no nos es conocido por otras fuentes, salvo por una referencia de Plinio. Era poeta y orador, contemporáneo de Germánico y vinculado a él por razones de estudios: concretamente, parece que fue maestro de retórica de Germánico y que le asistió en sus ejercicios de oratoria.

La amistad de Ovidio con Salano no debía de ser grande, pero éste se había compadecido de la suerte del poeta y había deseado que la ira de Augusto se aplacara con él. Ese hecho, motivado tal vez por el aprecio que como poeta le tenía Salano, y las relaciones de intimidad de éste con Germánico debieron de mover a Ovidio a enviarle esta carta, tras el triunfo de Tiberio compartido por Germánico, a fin de que intercediera por él ante el que se configuraba como clara alternativa a la sucesión del Imperio.

Yo, Nasón, envío a mi amigo Salano palabras compuestas en versos desiguales precedidas de mi saludo. Deseo que se cumpla y, para que la realidad confírme mi augurio, pido, amigo, que puedas estar leyéndolo con buena salud. Tu lealtad, virtud casi desaparecida en este tiempo, exige que yo, amigo tuyo, haga tales votos. Pues, aunque estuve unido a ti por una relación poco estrecha, dicen que te produjo dolor mi exilio y, leyendo mis poemas enviados desde el Ponto Euxino, tu favor les ha ayudado, fueran como fueran, y deseaste que la cólera del César me fuera breve, pero que él siguiera vivo, deseo que él mismo te permitiría, si lo supiera. Siguiendo tu costumbre, me has formulado estos augurios tan dulces, y, no por ello, me resultan menos agradables. Verosímilmente, lo que más te conmueve de mis desgracias, doctísimo amigo, es la condición del lugar: créeme, apenas encontrarás en todo el mundo otra tierra que disfrute menos que ésta de la Paz Augústea. Tú, sin embargo, lees versos compuestos aquí, en medio de fieros combates y, una vez leídos, los apruebas favorablemente y aplaudes mi talento, que mana de una vena empobrecida, y de un riachuelo haces un gran río. Estas aprobaciones, ciertamente, son agradables a mi corazón, aunque pienses que los desgraciados apenas si se pueden encontrar con agrado.

Sin embargo, mientras intento componer poemas sobre asuntos de poca importancia, mi talento es suficiente para una materia sutil. Hace poco, cuando llegó hasta aquí la noticia de un gran triunfo[973], intenté acometer una obra de igual envergadura. La solemnidad y el brillo del suceso sepultaron mi audacia y no pude soportar el peso de mi empresa. Ahí, que puedas alabar, encontrarás mi buena voluntad; lo demás yace amenguado por el tema. Si, por casualidad, este libro ha llegado a tus oídos, te encargo que sienta tu protección. Puesto que tú harías esto, aunque yo no te lo pidiese, recibe, además, la pequeña suma de mi agradecimiento. No merezco ser alabado yo, sino tu corazón, más blanco que la leche y que la nieve no hollada; y admiras a los demás, cuando tú mismo eres digno de admiración, y tu arte y tu elocuencia son evidentes. El Príncipe de la Juventud[974], el César al que da su nombre la Germania, acostumbra a tenerte como compañero de sus estudios. Tú, su viejo amigo y ligado a él desde los primeros años, le agradas por tu talento, igual a tus cualidades. Oyéndote a ti primero, se entusiasmó por el estudio, y te tiene a ti para que con tus palabras arranques las suyas[975]. Cuando tú has dejado de hablar y las bocas mortales callaron y cerradas enmudecieron por no demasiado tiempo, se levanta este joven digno del sobrenombre Julio[976], cual Lucero del alba saliendo de las aguas de Oriente. Y mientras está de pie en silencio, su actitud y su rostro son los de un orador y su modo decoroso de vestir hace abrigar la esperanza de una voz elocuente. Después, cuando pasó el descanso y su boca divina se abre, jurarías que así suelen hablar los dioses y dirías: «Ésta es una elocuencia digna de un príncipe». ¡Tanta nobleza hay en su manera de hablar!

Aunque tú gozas de su favor y con tu cabeza tocas los astros, sin embargo, piensas que se han de tener en consideración las obras de un poeta exiliado. Existe, sin duda, una simpatía entre talentos unidos y cada uno conserva las alianzas de su afición: el hombre del campo ama al labrador, el soldado al que lleva a cabo feroces guerras, el marino al piloto de una nave fluctuante. A ti también, estudioso, te domina el gusto por las Piérides y tú, que eres un hombre con talento, sientes simpatía por mi ingenio.

Nuestras obras son distintas, pero provienen de las mismas fuentes y los dos cultivamos las artes liberales. El tirso y el laurel, que yo he saboreado, te son ajenos[977], pero, sin embargo, en los dos debe haber entusiasmo, y así como tu elocuencia confiere energía a mis ritmos, del mismo modo yo doy brillo a tus palabras. Piensas, pues, con razón que mis poemas son cercanos a tus estudios y que hay que proteger el culto al compañero de armas.

Por ello, ruego que el amigo, por el que tú eres apreciado, permanezca hasta los últimos momentos de tu vida y que suceda a los suyos, como moderador de las riendas del mundo: esto mismo es lo que los votos del pueblo desean junto conmigo.