A ÁTICO
El destinatario de esta epístola es el mismo al que va dirigida la II 7 y al que parecen estar dedicadas las elegías III 6, IV 7 y, según algunos autores, las V 4, V 6 y V 13 de las Tristes.
Aunque algunos comentaristas lo han querido identificar con el gramático Dionisio de Pérgamo, al que Agripa concedió la ciudadanía romana y llamó M. Vipsanio Ático, lo más seguro es que se trate de Curdo Ático, amigo de Tiberio, a quien acompañó a Oriente y a Capri el 26 d. C[969]. Debía de ser más o menos de la edad de Ovidio y buen amigo suyo en otro tiempo, si bien esa relación parece que se había entibiado últimamente. Ovidio debió de aprovechar su vieja amistad y la indudable influencia que este caballero ilustre debía de tener ante Tiberio, para pedirle su intercesión y su protección, en esas fechas posteriores al gran triunfo del heredero del trono imperial.
Recibe este coloquio de Nasón desde el helado Histro, Ático, tú de quien, a juicio mío, no se puede dudar. ¿Acaso permaneces fiel aún a la memoria del amigo desgraciado o tu solicitud debilitada abandona su causa? ¡Ojalá los dioses no me sean tan funestos que pueda creer y encuentre legítimo que tú ya no te acuerdes de mí! Tu imagen está siempre colocada delante de mis ojos y con mi espíritu creo contemplar tu rostro. Recuerdo las muchas conversaciones sobre temas serios que mantuve contigo y los no pocos momentos dedicados a alegres pasatiempos. Con frecuencia, las horas nos parecieron cortas para nuestras largas conversaciones; con frecuencia, el día resultó más corto que mis palabras. Con frecuencia, los versos que yo acababa de componer llegaron a tus oídos y mi nueva Musa se sometió a tu juicio. Creía que lo que tú alabaras gustaría al público (ésta era la dulce recompensa de mi último afán) y, con tal de que mi libro fuera pulido por la lima del amigo, en más de una ocasión hice enmiendas siguiendo tu consejo. Nos vieron juntos los foros, todos los pórticos, las calles y los curvos teatros. En fin, queridísimo amigo, hubo tanto afecto siempre entre nosotros, como entre el descendiente de Éaco y el de Néstor[970]. Aunque bebieras las copas de la Lete[971], que quita las preocupaciones, no creeré que estos recuerdos puedan borrarse de tu corazón. Los días serán largos en la estación invernal y las noches de verano serán más largas que las de invierno, y Babilonia no sentirá el calor, ni el Ponto el frío, y la caléndula superará en olor a las rosas de Pesto[972], antes de que tú te olvides de mi situación: de este modo, algún aspecto de mi suerte es luminoso. Cuida, sin embargo, de que esta confianza no se pueda decir que fue engañosa y necia mi credulidad, y protege al viejo amigo con una lealtad inquebrantable, en la medida que puedas y sin que yo resulte para ti una carga.