A COTA MÁXIMO
Aunque algunos comentaristas hayan creído que esta epístola está dirigida a P. Fabio Máximo, el contenido de los VV. 75 al 78 hace pensar que el destinatario de la misma no es otro que Cota Máximo, el mismo de I 5 y I 9. Y si bien es verdad que algunos otros datos podrían tener plena aplicación en el caso de que estuviera dirigida a Fabio Máximo, otros, en cambio, avalan la hipótesis de que está dedicada a Cota Máximo. Además, después de la II 1, dedicada a Germánico, sobre el triunfo, y de la II 2, a Mesalino, ésta, dirigida a Cota, viene a cerrar la gran tríada de participantes en dicho triunfo. Por último, ¿a quién mejor que a Cota, su mejor amigo, podría dirigir Ovidio lo dicho en los VV. 81 y 82?
Máximo, que igualas tu nombre con destacadas virtudes y no dejas que tu talento quede ahogado por tu nobleza; tú, honrado por mí hasta el último instante de mi vida (pues, ¿en qué difiere este estado de la muerte?), al no desdeñar al amigo desgraciado, llevas a cabo una acción más rara que la cual no hay ninguna otra en tu época. Ciertamente, resulta vergonzoso decirlo, pero, si queremos confesar la verdad, el vulgo aprueba las amistades por su utilidad. Se preocupa más de lo que conviene que de lo que es honesto, y la fidelidad permanece firme o cae con la fortuna. No es fácil que encuentres a uno solo entre muchos millares que piense que la virtud es la recompensa de sí misma. El propio honor de una acción recta, si falta la recompensa, no estimula a nadie y se arrepiente uno de ser honrado gratuitamente. No resulta estimable nada más que lo que aprovecha: quita a una mente ávida la esperanza de provecho y no habrá que demandar a nadie. En cambio, cada uno aprecia sus ingresos y aquello que le puede ser útil lo cuenta con ávidos dedos. Aquel nombre, en otro tiempo venerable, de la amistad está deshonrado y se vende en su negocio como una prostituta. Por eso, me admiro más aún de que tú no te dejes también arrastrar, como por unas aguas torrenciales, por la corriente del vicio común. No se estima a nadie sino a quien la Fortuna es favorable, la cual, tan pronto como truena, ahuyenta todo lo que está cerca.
He aquí que yo, rodeado en otro tiempo de no pocos amigos, mientras un viento favorable sopló en mis velas, cuando los mares furiosos se hincharon con el viento tormentoso, quedo abandonado en medio de las aguas con mi nave destrozada; y aunque otros no querían ni que pareciera que me conocían, dos o apenas tres prestasteis auxilio al desterrado. De ellos, tú el primero, pues tú no te sentías honrado con ser acompañante sino consejero, no con pedir, sino con dar ejemplo.
A ti, que dices, después de haberlo examinado, que yo sólo cometí una falta, te agradan la honradez y el deber de modo espontáneo. A juicio tuyo, la virtud carece de recompensa y se debe buscar por sí misma, sin estar acompañada de bienes externos. Consideras vergonzoso apartar a un amigo, porque sea digno de compasión, y, porque sea desgraciado, dejar de que sea tu amigo. Es más humano poner el dedo bajo el mentón cansado del que nada, que hundir su rostro en las líquidas aguas. Mira qué es lo que hace el Eácida por su amigo después de muerto[962]: piensa que esta vida mía parece una muerte. Teseo acompañó a Pirítoo hasta las aguas estigias[963]; ¿cuánto dista mi muerte del agua estigia? El joven de Fócide asistió a Orestes en su locura[964]: y también mi culpa tiene no poco de locura.
Aprueba también tú, como haces, la gloria de estos grandes hombres y presta la ayuda que puedas al que ha caído. Si te conozco bien, si continúas siendo ahora como solías ser antes y no ha decaído tu entusiasmo, cuanto más se ensaña la Fortuna, más resistes tú y, como debe ser, procuras que ella no te venza y, luchando bien el enemigo, hace que tú luches bien: de este modo, una misma causa me beneficia y me perjudica.
Sin duda, queridísimo joven[965], consideras indigno que se te haga compañero de la diosa que está sobre la rueda. Eres constante y, puesto que las velas de mi maltrecha nave no se encuentran como tú quisieras, las gobiernas tal y como están. Y esta ruina, tan sacudida que parecía que ya se iba a caer, permanece aún en pie apuntalada por tus hombros.
Tú cólera, en verdad, fue justa en un principio y no has sido más indulgente que aquel que, con toda razón, estaba ofendido conmigo. Y el dolor, que había golpeado el pecho del gran César, jurabas enseguida que lo harías tuyo. Pero, cuando oíste el origen de mi ruina, dicen que gemiste por mis errores. Entonces, tu carta comenzó a consolarme y a darme la esperanza de que el dios ofendido podría ablandarse. Entonces, te movió la constancia de una larga amistad, que comenzó para mí antes de tu nacimiento, y lo que para otros tú llegabas a ser, para mí naciste ya amigo, ya que te di los primeros besos en tu cuna, y, puesto que tu casa ha sido honrada por mí desde mis primeros años, me obliga a ser una vieja carga para ti.
Tu ilustre padre, elocuencia de la lengua latina, no inferior a su nobleza[966], fue el primero que me animó a atreverme a confiar mis poemas a la fama: él fue el guía de mi talento. Te aseguro que tu hermano no puede decir desde cuándo comenzó a ser objeto de mi honra. Sin embargo, te amé de tal manera más que a nadie, que tú solo has sido el objeto de mi afecto en cualquier circunstancia.
La etalia Elba fue la última que me vio contigo y recibió las lágrimas que caían de mis tristes mejillas[967], cuando tú me preguntaste si era cierta la noticia que había extendido la perversa Fama de mi culpa; yo permanecía indeciso entre confesarlo o negarlo, revelando el temor signos de miedo y, como la nieve que derrite el austro lluvioso, una lágrima brotaba y caía por mis mejillas estupefactas.
Así pues, recordando esto, y puesto que ves que mi delito se puede encubrir bajo la excusa de un primer error, observas al viejo amigo en medio de la ruina y alivias mis heridas con tus remedios. Por ellos, si me es posible formular un deseo, pido mil recompensas para quien tanto las merece. Pero, si sólo se me puede conceder formular tus propios votos, pediré que, estando bien el César, tu madre también se encuentre bien de salud[968]. Recuerdo que esto era lo primero que tú acostumbrabas a pedir a los dioses, cuando erigías altares abundantes en incienso.