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A MESALINO

Marco Valerio Mesala Mesalino, hijo de Mesala Corvino y hermano, por tanto, de Cota Máximo[906], es también el destinatario de un poema de las Tristes[907] y de otras dos Pónticas[908]. Algo más joven que Ovidio, fue cónsul el 3 a. C. y murió el 21 d. C. Colaboró estrechamente con Tiberio, como lugarteniente suyo, en la campaña de la Panonia de los años 6 al 9, donde tuvo una brillante actuación.

Debió de tener gran ascendiente ante Tiberio, aunque su actitud con Ovidio fue bastante reservada, tal vez para no desagradar al Emperador[909]. Tácito, al igual que a su hermano, nos lo pinta como un personaje poco simpático, gran adulador del Príncipe[910].

Esta carta, en lugar de mi voz, Mesalino, te ha traído desde los crueles getas el saludo que estás leyendo. ¿El lugar te revela el autor? ¿O acaso, si no has leído el nombre, no sabes que yo, Nasón, te escribo estas palabras? ¿Acaso alguno de tus amigos yace situado en los confines del mundo, a excepción de mí, que ruego que me consideres tu amigo? ¡Ojalá los dioses mantengan alejados del conocimiento de este pueblo a todos los que te honran y te quieren! Es suficiente con que yo viva en medio del hielo y de las flechas escíticas, si se debe considerar vida esta especie de muerte. Que la tierra me acose con la guerra y el cielo con su frío; que me ataque el fiero geta con sus armas y el invierno con el granizo; que me retenga un país no fecundo en frutas ni vides[911] y al que el enemigo no deja en paz ninguna de sus fronteras. Que la restante muchedumbre de tus amigos se halle sana y salva, entre los que formé yo una pequeña parte, como si de una multitud se tratase. ¡Desgraciado de mí, si te ofendieras con estas palabras y negaras que formé parte de tus amigos! Y aunque esto fuera cierto, deberías perdonar al que miente. Mi jactancia nada quita a tu gloria. ¿Quién, si es conocido por los Césares, no simula ser su amigo? Perdona mi confesión: tú eras para mí un César.

Y, sin embargo, yo no irrumpo en donde no me está permitido entrar y me basta con que no me niegues la entrada en tus atrios. Y aunque no haya nada más entre nosotros, sin duda ahora eres saludado por una voz menos que antes. Tu padre, animador, fuente e inspirador de mi carrera literaria, no negó nuestra amistad[912], a quien yo ofrecí mis lágrimas como supremo obsequio en su muerte, y un poema para que fuera recitado en medio del Foro. Añade que tu hermano está unido a ti con un amor tan grande como el que hubo entre los Atridas[913] y entre los Tindáridas[914]: él no rehusó tenerme como compañero y amigo, si es que piensas que esto no le ha de perjudicar; si no, confesaré que también en este punto soy un embustero: mejor sería que toda esa casa me sea cerrada. Pero, ni hay que cerrarla, ni ninguna potencia tiene la fuerza de asegurar que un amigo no resulte culpable en nada.

Sin embargo, así como desearía que se pudiera negar también mi falta, del mismo modo nadie ignora que el delito se halla lejos de mí. Porque, si parte de mi culpa no fuera excusable, la relegación habría sido un castigo pequeño[915]. Pero el propio César, que todo lo ve con claridad, vio que mi delito podía llamarse necedad. En la medida en que yo mismo y las circunstancias lo permitimos, me perdonó y usó el fuego de su rayo con moderación. No me quitó la vida, ni los bienes, ni la posibilidad de regresar, si gracias a tus ruegos su cólera fuera vencida. Pero caí gravemente herido. ¿Qué tiene, pues, de admirable si alguien, golpeado por Júpiter, tiene una herida grave? Aunque el propio Aquiles retuviera sus fuerzas, su lanza del Pelión daba, al ser arrojada, pesados golpes.

Así pues, puesto que la sentencia del juez me favorece, no hay motivo para que tu puerta niegue que me conoce. Confieso, por cierto, que ésta fue menos honrada de lo debido, pero creo que también esto estaba en mi destino. Y, sin embargo, ninguna otra familia ha recibido mis servicios: aquí o allí, me hallaba siempre en vuestro hogar[916]. Y es tal tu amor fraterno que el amigo de tu hermano, aunque no te honre personalmente con su amistad, algún derecho deberá tener sobre ti. ¿Pues qué? ¿Así como se debe expresar siempre el reconocimiento a los que lo han merecido, no es propio de tu suerte el haberlo merecido? Porque, si me permites aconsejarte qué debes desear, ruega a los dioses que puedas dar muchas más cosas que devolver. Esto es lo que vienes haciendo y, en tanto en cuanto puedo acordarme, solías ser motivo de reconocimiento para muchos, a causa de tus dones. Colócame en la posición que quieras, Mesalino, con tal de no ser algo ajeno a tu casa, y si no te dueles de las desgracias que sufre Nasón, puesto que parece haberlas merecido, duélete al menos de que las haya merecido.