A GRECINO
Gayo Pomponio Grecino, hermano de Pomponio Flaco, era otro de los amigos íntimos de Ovidio, y desde muy antiguo. A él están dedicadas las Pónticas I 6; II 6 y IV 9. Fue cónsul el año 16 d. C. Ovidio celebra su carácter sensible y su amor por la cultura. Debió de tener influencia ante Augusto y después ante Tiberio, pues Ovidio le pide su intercesión.
Al tener noticia de mis desgracias (pues te retenía un lugar apartado[902]), ¿acaso no se te entristeció el corazón? Aunque lo disimules y temas confesarlo, Grecino, si te conozco bien, es evidente que se te afligió. La odiosa insensibilidad no tiene cabida en tu carácter y no menos apartada está de tus estudios. Con las artes liberales, por las que tú sientes el máximo interés, se ablandan los espíritus y desaparece la rudeza; y nadie las abraza con más fidelidad que la que te permite tu cargo y el trabajo de la milicia.
Por cierto que yo, tan pronto como pude darme cuenta de mi situación (pues durante largo tiempo mi conciencia fue nula por haber quedado atónito), sentí también en esto la mala suerte por el hecho de que estuvieras ausente tú, un amigo que me habría podido servir de gran ayuda. Contigo me faltaban entonces el consuelo para mi alma apenada y gran parte de mi valor y de mi juicio. Pero ahora, te lo ruego, dame desde lejos la única ayuda que resta y consuela mi espíritu con tus palabras de ánimo, espíritu que, si algún crédito concedes a un amigo que no miente, debe de llamarse necio más que criminal[903]. No es breve ni seguro exponer cuál es el origen de mi falta: mis heridas temen ser tocadas. Deja de preguntar de qué modo me han sido producidas; no las toques, si es que quieres que cicatricen. Sea lo que fuere, se ha de llamar falta, no delito: ¿o es delito toda falta contra los grandes dioses? Así pues, Grecino, la esperanza de ver aligerado mi castigo no ha sido del todo abandonada por mi espíritu. Esta diosa[904], aunque los dioses huían de una tierra manchada, permaneció sola en un suelo odioso a la divinidad. Ella hace que viva el minero, incluso con los pies atados con grillos, y que piense que sus piernas se verán un día libres de cadenas. Ella hace que el náufrago, aunque no vea tierra por ninguna parte, agite sus brazos en medio del agua. Con frecuencia, el hábil cuidado de los médicos abandonó a algún enfermo y, sin embargo, aunque le falle el pulso, su esperanza no decae. Se dice que los que se hallan encerrados en la cárcel esperan su salvación y que alguno, colgado de la cruz, hace votos. ¡Cuántos, con el cuello atado por el lazo, no consintió esta diosa que murieran con muerte ya decidida! También a mí, que intentaba poner fin a mi dolor con la espada[905], me convenció de mi error y me detuvo echándome su mano encima y diciéndome: «¿Qué haces? Lo que es menester son lágrimas, no sangre; por medio de éstas, se suele aplacar a menudo la cólera del Príncipe».
Por ello, aunque por mis méritos no la merezco, sin embargo tengo una gran esperanza en la bondad del dios. Suplícale, Grecino, que no me sea inflexible y une tus palabras a mis votos. Que yo yazga enterrado en la arena de Tomos, si no es evidente que tú formulas por mí tales ruegos. Pues comenzarán las palomas a esquivar las torres, las fieras los antros, el ganado los pastos y el mergo las aguas, antes de que Grecino se porte mal con su viejo amigo. Mi destino no lo ha cambiado todo hasta tal punto.