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A COTA MÁXIMO

Marco Aurelio Cota Máximo, hijo de Marco Valerio Mesala Corvino, con quien el padre de Ovidio mantenía una buena amistad, aunque más bien a nivel de clientela, y hermano de Marco Valerio Mesala Mesalino. Se llamaba así por haber sido adoptado por su tío materno, Aurelio Cota. Tras la muerte de su hermano en el año 21, adoptó su sobrenombre de Mesalino. Las relaciones de Ovidio con la familia Mesala databan de antiguo, de cuando había marchado a estudiar a Roma y su padre le había recomendado a M. Valerio Mesala, quien le animó desde el primer momento en su faceta de poeta [893]. Entonces comenzó la amistad con sus dos hijos, pero con el que intimó más fue con Cota, al que dedicó dos elegías de las Tristes [894] y a quien dirige nada menos que seis cartas de las Pónticas [895]. Cota Máximo aparece, pues, como uno de los mejores amigos de Ovidio, a pesar de ser unos veinte años más joven que nuestro poeta. Con él estaba en la isla de Elba, cuando le sorprendió la noticia de su destierro, a finales del 8, y Cota nunca le abandonó en su desgracia.

De la vida pública de Cota poco es lo que conocemos, salvo que fue cónsul el 20 d. C. y que era poeta y orador, y amigo de los hombres de letras, hasta el punto de que Juvenal lo compara con Mecenas[896]. Tácito, en cambio, nos da a conocer una imagen más negativa de este personaje: su crueldad y falta de escrúpulos, que se hicieron visibles, sobre todo, en sus intervenciones en el Senado en tiempos de Tiberio[897].

La fecha de composición de esta epístola es difícil de precisar, por falta de datos al respecto.

Aquel Nasón, no el último de tus amigos en otro tiempo, te ruega, Máximo, que leas sus palabras. Desiste de buscar en ellas mi talento poético, para que no parezca que desconoces mi exilio. Ves cómo el ocio destruye el cuerpo inactivo, cómo se corrompe el agua si no se mueve. A mí también, si alguna práctica tenía de componer versos, la estoy perdiendo y ha disminuido a causa del inactivo abandono. Aun esto que lees, si en algo me crees, Máximo, lo escribí contra mi voluntad y forzando mi mano. No me agrada concentrar mí atención en tales ocupaciones, y la Musa, a pesar de ser invocada, no viene hasta los bárbaros getas. No obstante, como tú mismo ves, me esfuerzo por componer versos, pero no son éstos más agradables que mi destino. Cuando los releo, me avergüenzo de haberlos escrito, porque pienso que muchos, a juicio mío que los escribí, merecen ser borrados. Sin embargo, no los corrijo: es éste un trabajo más pesado que el de escribir y mi espíritu enfermo no es capaz de soportar nada penoso. Pero debería comenzar, sin duda, a utilizar más mordazmente la lima y a someter a juicio cada palabra. En efecto, la fortuna me atormenta poco, si el Lixo no desemboca en el Hebro[898] y el Atos no une sus selvas a las de los Alpes. Hay que perdonar al alma desgraciadamente herida: los bueyes sustraen al yugo sus cuellos desollados. Pero, según creo, obtengo mi fruto, objetivo legítimo de mis sufrimientos, y el campo me devuelve la sementera con mucha usura. Hasta ahora, ninguna de mis obras, aunque las recuerdes todas, me aprovechó y ¡ojalá que no me hubiese perjudicado ninguna!

¿Te preguntas, pues, admirado, por qué escribo? Me sorprendo yo mismo y me pregunto con frecuencia, como tú, qué es lo que pretendo con ello. ¿Es que el pueblo no niega que los poetas estén realmente cuerdos y no soy yo la mejor prueba de esa opinión, yo que, a pesar de haber sido engañado tantas veces por un campo estéril, persisto en enterrar la semilla en una tierra funesta? Cada uno se apasiona por sus aficiones y le resulta agradable emplear el tiempo en su entretenimiento usual. El gladiador herido renuncia a la lucha y él mismo, olvidando su antigua herida, vuelve a tomar las armas. El náufrago declara que no tendrá nada que ver con las olas del mar y maneja los remos en el agua donde poco ha nadó como náufrago. Del mismo modo, yo conservo con constancia esta afición inútil y vuelvo a las diosas, que no quisiera haber venerado.

¿Qué otra cosa mejor puedo hacer? No soy capaz de pasar el tiempo en un ocio inactivo: el tiempo de la inactividad será para mí la muerte. Ni me agrada estar borracho hasta el amanecer, a causa del excesivo vino, ni el seductor juego de los dados ocupa mis inseguras manos. Una vez que he dedicado al sueño las horas que el cuerpo pide, ¿cómo emplearé en vela el largo tiempo? ¿Acaso, olvidando las costumbres patrias, aprenderé a tensar el arco sármata, dejándome atraer por la técnica del lugar? Las fuerzas me impiden también tomar este entretenimiento y mi mente está más vigorosa que mi flaco cuerpo.

Por más que te esmeres en encontrar qué puedo hacer, no habrá nada más útil que estas artes, que no tienen ninguna utilidad. Gracias a ellas, consigo olvidarme de mi desgracia: me basta, si mi tierra produce esta cosecha. Que la gloria os estimule; y para que vuestros poemas, al ser recitados, sean aplaudidos, consagraos a los coros de las Piérides. A mí me basta con componer aquello que me sale sin esfuerzo y no hay motivo para un trabajo demasiado intenso. ¿Por qué he de pulir yo mis poemas con solícito afán? ¿Acaso temeré que no los aprueben los getas? Tal vez me comporte insolentemente, pero me vanaglorio de que el Histro no posee ningún talento mayor que el mío. Me basta si en este país, en el que he de vivir, consigo ser un poeta entre los salvajes getas. ¿Qué me importa querer alcanzar con mi fama el otro extremo del mundo? Que el lugar que me asignó el destino sea Roma para mí. Mi desdichada Musa se contenta con este teatro. Esto es lo que he merecido, así lo han querido los grandes dioses. Yo no creo que mis librillos vayan desde aquí hacia allí, adonde Bóreas llega con sus alas ya desfallecidas[899]. Estamos separados por toda la extensión del cielo y la Osa, que se halla lejos de la ciudad de Quirino, contempla desde cerca a los toscos getas. Apenas puedo creer que haya atravesado tantas tierras y tantos mares el resultado de mi afición. Supon que mis obras son leídas y, lo que es admirable, supon que gustan: seguramente, tal cosa no ayuda en nada a su autor. ¿Qué ventaja te reportaría ser alabado en la calurosa Siena[900] o donde el agua del Índico baña a Taprobana[901]? ¿Te agrada ir más alto? Si te alabase la muy distante constelación de las Pléyades, ¿qué ganarías con ello?

Pero con mis mediocres escritos no llego hasta allí y mi fama marchó de Roma al exilio con su dueño. Y pienso que vosotros, para quienes perecí, calláis también ahora acerca de mi muerte, lo mismo que entonces, cuando mi fama fue sepultada.