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GLORIA INMORTAL A FABIA

Elegía dedicada a su esposa, en la que le hace ver que, más que triste, debe sentirse orgullosa por el hecho de ser la esposa de Ovidio y serlo en tales circunstancias, lo que sólo le reportará gloria y un renombre universal y eterno. Hay que hacer notar que el hecho de que Fabia no sea nombrada no tiene significación especial: tampoco son nombrados nunca los amigos del poeta. En absoluto se puede ver en ello la intención de ocultar la personalidad de los destinatarios de las elegías, que aparece evidente gracias a otras señales de identificación más que suficientes. Con esta elegía, de fecha desconocida, se cierra la colección de las Tristes, y resulta curioso comprobar cómo Ovidio nos hace recordar con este poema aquella famosa oda con que Horacio cerraba su libro III: Exegi monumentum aere perennius[821].

Tú misma, ¡oh esposa más querida para mí que yo mismo!, puedes ver cuán grandes pruebas de recuerdo [822] te he dado en mis libritos. La Fortuna podrá quitarle mucho al autor: tú, sin embargo, serás famosa gracias a mi ingenio; y mientras se me siga leyendo, juntamente conmigo se leerá tu gloria y, por ello, no irás a parar entera a la pira fúnebre. Y, aunque por la desgracia de tu marido pueda parecer que eres digna de compasión, encontrarás a algunas que querrían ser lo que tú eres y que, a pesar de que formas parte de mis desgracias, te llamarán dichosa y te envidiarán. Ofreciéndote riquezas, no te hubiera dado más: la sombra del rico no se llevará nada al reino de los muertos. Yo te he obsequiado con el don de un nombre inmortal y el regalo que tienes es el mayor que he podido hacerte.

Añade a eso que, como tú eres la única protectora de mis intereses, ha recaído sobre ti el peso de un gran honor, ya que mi voz nunca ha enmudecido con relación a ti y debes sentirte orgullosa de los testimonios dados por tu marido. Persiste para que nadie pueda decir que son temerarios y consérvame a la vez a mí y a tu piadosa fidelidad.

Pues, mientras yo estuve en pie, tu virtud permaneció sin recibir acusación vergonzosa alguna, sino que siempre fue irreprochable. Ahora, de mi ruina se te ha formado un solar en que edificar: ¡que tu virtud levante en él un monumento digno de ser contemplado! Resulta fácil ser buena cuando se halla lejos todo aquello que impide serlo y la esposa no encuentra nada que obstaculice el cumplimiento de su deber. Pero no sustraerse a la tormenta cuando la divinidad ha comenzado a tronar, eso sí que es piedad y amor conyugal.

Rara es, en verdad, la virtud que no gobierna la Fortuna y que permanece a pie firme cuando ésta huye. Pero si hay alguna cuya recompensa es ella misma y que permanece firme en las situaciones poco propicias, ésa, para que calcules la duración, será célebre en todos los tiempos y la admirarán todos los lugares del mundo adonde pueda llegarse.

¿No ves cómo la loable fidelidad de Penélope[823] mantiene durante tan largo tiempo su fama imperecedera? ¿No ves cómo se celebra a las esposas de Admeto[824] y de Héctor, y a la hija de Ifis[825], que se atrevió a arrojarse a la encendida pira? ¿No ves cómo perdura la fama de la esposa filácea[826], cuyo marido pisó con veloz pie el suelo de Ilion? Por lo que a mí respecta, no necesito que mueras por mí, sino tu amor y fidelidad: no es por medio de lo difícil como tú debes buscar la gloria.

No vayas a creer que te aconsejo esto porque no lo estés haciendo: despliego las velas, aunque la nave avance a fuerza de remos. El que te aconseja que hagas lo que ya haces, ése te alaba al aconsejarte y con su exhortación aprueba tu conducta.