13

A UN AMIGO, CON EL RUEGO DE QUE LE ESCRIBA

Elegía dirigida a un buen amigo, que se ha olvidado de escribir con cierta frecuencia a Ovidio, si bien éste trata de excusarlo pensando que sus cartas se han podido perder por el camino y no llegarle por eso. El destinatario del poema resulta difícil de identificar, aunque algún comentarista ha creído encontrar paralelismos de expresión con Pont. II 3, 60, dedicada a M. Aurelio Cota Máximo[816]. Por lo que a la fecha se refiere, lo único conjeturable es que está compuesta a finales del invierno[817].

Tu amigo Nasón te envía este «¡salud!» desde el país de los getas, si es que alguien puede enviar aquello de lo que él mismo carece. En efecto, enfermo, contraje en el cuerpo los contagios de mi alma, para que no quede parte alguna de mí libre de tortura, y muchos días me veo atormentado por dolores de costado, pues el duro invierno me ha dañado con su excesivo frío. Pero si tú estás bien, yo, de algún modo, también lo estoy, puesto que mi ruina fue apuntalada por tus hombros.

¿Por qué tú, que me has dado grandes pruebas de afecto y que defiendes mi vida por todos los medios, caes en falta, ya que raramente una carta tuya me consuela, y me ofreces piadosa ayuda pero me niegas tus palabras? Te lo suplico, corrige este defecto: pues, si corrigieses eso solo, no habría ni una mancha en tu egregia persona. Yo te acusaría con más energía, si no fuera posible que tu carta no me llegara, aunque haya sido enviada. ¡Hagan los dioses que mi queja sea infundada y que esté en un error al pensar que tú no te acuerdas de mí!

Lo que pido, evidentemente, es real, pues no me es lícito pensar que es inconstante la fuerza de tu ánimo. Faltarán blancos ajenjos en el helado Ponto [818] y el trinacrio Hibla[819] carecerá del dulce tomillo antes de que alguien me convenza de que no te acuerdas de tu amigo: no son tan negros los estambres de mi destino[820]. Tú, sin embargo, a fin de que puedas incluso rechazar las falsas acusaciones de culpabilidad, cuídate de no aparentar lo que no eres. Y así como acostumbrábamos a pasar largo tiempo charlando, faltándonos día para nuestra conversación, así lleven y traigan ahora las cartas nuestras mudas palabras, y que el papel y la mano hagan las veces de lengua.

Para que no parezca que desconfío demasiado de que esto vaya a suceder y baste con haberte aconsejado esto con unos pocos versos, recibe el «¡adiós!», palabra con la que siempre se acaba una carta, y que tu destino sea distinto del mío.