DUREZA DE LA VIDA EN TOMOS
A tenor de lo dicho en los primeros versos, esta elegía debió de ser escrita hacia finales del año 11 d. C., ya que éste era el tercer invierno que el poeta pasaba en su lugar de confinamiento: si se tiene en cuenta que el primero había sido el invierno del 9 al 10, el tercero sería el del 11 al 12. El hecho de que el comienzo de la época invernal, a finales de año, ofreciera con frecuencia el espectáculo del Danubio helado, hace pensar que ésa debió de ser la época en que Ovidio escribiera esta elegía. No obstante, algunos autores[797] la retrasan un año, al invierno del 12 al 13[798]. En ella no aparece ninguna alusión al posible destinatario de la misma, y más parece una elegía descriptiva que una auténtica epístola. Por lo que a su contenido se refiere, recuerda bastante la elegía 7.a de este mismo libro.
Desde que estoy en el Ponto, tres veces se detuvo el Histro a causa del frío y tres veces se han helado las aguas del Euxino. Pero a mí me parece que estoy ya lejos de mi patria tantos años cuantos estuvo la dardania Troya[799] bajo la amenaza griega. Se podría pensar que el tiempo está detenido, ¡tan lentamente transcurre éste y con pasos tan lentos recorre el año su curso! A mí, ni el solsticio me reduce en nada la duración de las noches, ni el invierno me hace los días más cortos.
Sin duda, la naturaleza de las cosas ha sido cambiada en relación conmigo y lo hace todo duradero al igual que mis preocupaciones. ¿O acaso el tiempo común a los demás mortales realiza sus movimientos habituales y el curso de mi vida es más duro para mí, a quien retiene el litoral del Euxino, de sobrenombre engañoso[800], y la tierra verdaderamente siniestra[801] que baña el mar de la Escitia?
Alrededor, amenazan con crueles guerras innumerables pueblos que piensan que es algo vergonzoso no vivir de la rapiña. Fuera nada está seguro, y el mismo collado se defiende por medio de pequeñas murallas y por la propia naturaleza del lugar. Cuando menos te lo esperas, numerosísimos enemigos acuden volando como aves y, apenas sin ser vistos, se llevan la presa. Con frecuencia, por medio de las calles cogemos dardos envenenados que llegan al interior de las murallas, a pesar de estar cerradas las puertas.
Son pocos, pues, los que se atreven a cultivar el campo, y el desdichado que lo hace, con una mano ara y con la otra empuña las armas. El pastor, con el casco puesto, hace sonar las cañas unidas con pez y, en lugar del lobo, son las guerras lo que temen las asustadizas ovejas.
Apenas si nos podemos defender con la ayuda del fuerte y, a pesar de todo, dentro, una bárbara turba mezclada con griegos infunde temor. Pues los bárbaros habitan junto con nosotros, sin diferencia alguna, e incluso ocupan la mayor parte de las viviendas[802]. Aunque no los temieras, los odiarías sólo con ver sus cuerpos cubiertos con pieles y por una larga cabellera. Incluso aquellos que se tienen por oriundos de una ciudad griega[803], se cubren con calzones persas, en lugar de con su vestido patrio[804].
Ellos emplean entre sí una lengua común, mientras que yo me he de expresar por gestos. Aquí el bárbaro soy yo, puesto que nadie me entiende, y los estúpidos getas se ríen de las palabras latinas. Y con frecuencia, con toda tranquilidad, hablan mal de mí en mi propia presencia, y me reprochan tal vez mi exilio. Y, como suele suceder, cada vez que, al hablar ellos, yo hago un gesto de negación o de asentimiento, lo interpretan en contra mía. Añade que la ley injusta se impone con la inflexible espada[805] y con frecuencia se producen heridas en medio del Foro.
¡Oh terrible Láquesis[806], que no ha abreviado los hilos de mi vida, estando como está bajo un astro tan funesto! El hecho de verme privado del rostro de la patria y del vuestro, amigos, y el quejarme de estar aquí entre los escitas, son uno y otro un duro castigo. Concedamos que haya merecido estar alejado de Roma, pero, probablemente, no he merecido estar en un lugar como éste. Pero ¡ay!, ¿qué digo, loco de mí? Yo merecía perder incluso la propia vida, por haber ofendido la divinidad del César.