A UN FIEL AMIGO
El destinatario de este poema parece ser M. Aurelio Cota Máximo, amigo íntimo del poeta, a quien está también dedicada la elegía IV 5[794]. En esta ocasión, Ovidio vuelve a celebrar la fidelidad de un buen amigo y proclama el poder inmortalizante de su poesía como el mejor de los agradecimientos.
¡Oh, si me dejaras escribir tu nombre en mis poemas, cuántas veces serías citado por mí! A ti solo cantaría, recordando tus merecimientos, y ninguna página de mis librillos estaría completa sin ti. Se sabría en toda Roma cuánto te debo, si es que, a pesar de estar desterrado, se me sigue leyendo en la ciudad que he perdido. Tu bondad la conocerían la presente generación y las futuras, con tal de que mis escritos vencieran el paso del tiempo. Y el docto lector no cesaría de celebrarte: este honor te correspondería por haber salvado a un poeta.
El hecho de que yo respire es el primer regalo del César; pero, después de los grandes dioses, es a ti a quien debo dar las gracias. Él me dio la vida; tú proteges la vida que él me dio y haces que pueda disfrutar del don recibido. Y cuando la mayor parte se horrorizaba de mis desgracias (algunos, incluso, querían que se creyera que habían tenido mucho miedo) y contemplaba mi naufragio desde lo alto de un túmulo, sin tender su mano al que navegaba por mares despiadados, tú fuiste el único que me arrancó medio muerto de las aguas estigias. Incluso el que pueda acordarme de esto, te lo debo a ti. ¡Que los dioses y el César se te muestren siempre amigos! Mi deseo no ha podido ser más completo.
Si tú lo permitieras, todo esto lo incluiría mi labor poética en mis ingeniosos librillos, para que pudiera ser contemplado a plena luz. Ahora también, aunque se le ha ordenado callar, apenas se abstiene mi Musa de nombrarte, incluso contra tu voluntad. Y así como la resistente trailla retiene al perro, que en vano forcejea ladrando, tras haber encontrado las huellas de una cierva asustada, y como el fogoso caballo golpea, ya con la pata o incluso con la propia frente, las puertas del recinto de salida[795] aún cerradas, de la misma manera mi Taifa[796], encadenada y encerrada por una orden dada, arde en deseos de cantar las alabanzas de un nombre que le está vedado pronunciar.
Sin embargo, al objeto de que no te veas perjudicado por el cumplimiento del deber de un amigo que te recuerda (¡no temas!), obedeceré tus órdenes. Pero no las obedecería, si pensaras que no me acuerdo de ti. Y algo que no puede prohibirme tu voz: te estaré agradecido, y mientras yo contemple la luz de la vida (¡ojalá que sea por poco tiempo!), este espíritu estará dedicado a servir a los deberes que tiene contraídos contigo.