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A UN DETRACTOR

Esta elegía, al igual que III 11 y IV 9, parece dirigida al mismo destinatario del poema Contra Ibis y su fecha es difícil de determinar[787].

Aunque me encuentro abatido, no caí tan bajo como para estar incluso por debajo de ti, por debajo de quien no puede haber nadie. ¿Qué motivo te anima contra mí, malvado, o por qué insultas aquellas desgracias que tú mismo puedes sufrir? Ni siquiera mis males, capaces de hacer llorar a las fieras salvajes, te vuelven misericordioso o benévolo para con un hombre postrado en tierra. Ni temes el poder de la Fortuna, que está sobre rueda insegura, ni el de la diosa que odia las palabras presuntuosas[788]: la vengadora de Ramnunte castiga a quien lo merece[789]. ¿Por qué conculcas con tus pies mi desventura? Yo he visto sumergirse en el mar a quien se había reído de un naufragio y me dije: «Nunca el agua fue más justa». Aquel que un día negó alimentos de poco valor a los desgraciados, ése mismo se nutre ahora del alimento que mendiga. La voluble Fortuna va de acá para allá con pasos indecisos y no permanece segura y estable en ningún lugar, sino que unas veces anuncia cosas alegres y otras asume un semblante terrible, y sólo es constante en su propia inestabilidad. Yo también estuve floreciente, pero era aquél un florecimiento caduco, y mi llama fue de corta duración, como la de una paja.

Pero para que no puedas disfrutar por completo de ese gozo cruel, tengo algunas esperanzas de poder aplacar al dios [790], bien porque pequé sin delito (y así como mi culpa no carece de vergüenza sí que carece de odio), o porque nada más indulgente contiene el inmenso orbe desde el Orto del Sol hasta el Ocaso que aquel a quien acata [791]. En verdad que así como no es superable por nadie por la fuerza, de la misma manera tiene él un corazón blando para las súplicas humildes, y a ejemplo de los dioses, a quienes también él mismo habrá de agregarse un día, me concederá [792], junto con el levantamiento del castigo, otras gracias que le he de pedir. Si a lo largo de todo el año cuentas los días de sol y los nublados, te encontrarás con que los días claros son más numerosos.

Así pues, no te alegres demasiado de mi ruina y piensa que algún día puedo ser restablecido. Piensa que puede suceder que, si se ablanda el Príncipe, veas con tristeza mi rostro en medio de la ciudad, y que yo te vea exiliado por un motivo más grave. Tras lo primero, esto es lo segundo que pido[793].