OVIDIO ENTRE LOS BÁRBAROS
Carta de fecha incierta, aunque presupone que Ovidio ha pasado ya bastante tiempo en su lugar de confinamiento, y cuyo destinatario nos es igualmente desconocido, ya que no contiene datos que puedan hacernos conjeturar de qué amigo del poeta se podría tratar. En ella, Ovidio pone de manifiesto el mundo de barbarie que le rodea y la soledad espiritual en que se encuentra, a la que procura poner remedio con la dedicación a la poesía.
La carta que lees te llega desde la tierra en que el ancho Histro desemboca en las aguas del mar. Si a ti te ha tocado en suerte una vida con buena salud, permanece favorable aún una parte de mi fortuna. A saber, tú me preguntas, como siempre, queridísimo amigo, cómo lo paso, si bien eso lo puedes saber, aunque yo no te lo diga. Soy desgraciado (éste es el resumen de mis males) y lo será todo el que viva tras haber ofendido al César.
¿Deseas saber cómo es la gente de esta región de Tomos y en medio de qué costumbres vivo? Aunque esta región es una mezcla de griegos y getas, está dominada por los mal pacificados getas. Un número bastante elevado de sármatas y getas va y viene a caballo por los caminos. No hay ninguno entre ellos que no lleve carcaj, arco y flechas impregnadas de veneno amarillento de serpiente[781]. Su voz es fiera, el rostro salvaje, fiel imagen de Marte; ninguna mano ha cortado su cabello ni su barba; su diestra no es tarda en herir clavando el cuchillo, que todo bárbaro lleva pegado al costado.
En medio de tales gentes, ¡ay!, vive ahora, amigo mío, tu poeta, olvidado de sus poemas de tema amoroso; a estas gentes es a las que ve y a éstas es a las que oye. ¡Ojalá viva, pero que no vaya a morir entre ellos, sino que al menos su sombra se aleje de estos odiosos lugares!
En cuanto a lo que me escribes, amigo, de que mis poemas se danzan en un teatro repleto y que se aplaude a mis versos, yo en realidad no escribí nada para el teatro[782] (tú mismo lo sabes bien) y mi Musa no ambiciona aplausos. No obstante, no me desagrada todo aquello que pueda impedir que yo sea olvidado y que ponga en boca de la gente el nombre del prófugo. Aunque a veces, cuando recuerdo que han sido ellos los que me han hecho daño, maldigo mis poemas y mis Musas; sin embargo, cuando los tengo bien malditos, no puedo estar sin ellos y continúo buscando los dardos ensangrentados por mis heridas, cual nave griega que acaba de ser averiada por las olas euboicas y se atreve a surcar las aguas de Cafarea[783].
Con todo, yo no paso las noches en vela con la intención de ser alabado, ni me preocupo por mi nombre en el futuro, que mejor hubiese sido mantenerlo oculto. Entretengo mi espíritu con el estudio y trato de olvidar mis sufrimientos y de engañar a mis preocupaciones. ¿Qué puedo hacer mejor, solo en estas playas desiertas, o qué otro consuelo intentaré buscar a mis males?
Si miro el lugar, es un país odioso y no puede haber en todo el mundo ningún otro más triste; si miro a sus hombres, apenas si son personas dignas de este nombre, y son más fieros y crueles que los lobos. No temen las leyes, sino que la justicia cede su lugar a la fuerza y el derecho yace vencido bajo la combativa espada. Evitan el duro frío con pieles y anchos calzones[784] y sus horribles rostros van cubiertos por largas cabelleras. En unos pocos quedan restos de la lengua griega, pero incluso éstos se han convertido ya en bárbaros por el acento gético[785]. No hay ni uno siquiera en este pueblo que por casualidad pueda decir algunas palabras usuales en latín.
Yo mismo, famoso poeta romano (¡perdonadme, Musas!), me veo obligado a hablar la mayor parte de las cosas en la lengua de los sármatas. He aquí (me avergüenza, lo confieso) que, por el largo desuso, apenas si a mí me salen ya palabras latinas[786]. Y no dudo de que incluso en este librito haya no pocas expresiones bárbaras: la culpa no es del hombre, sino del lugar. No obstante, para no perder el manejo de la lengua ausonia y para que mi boca no se quede muda en el habla patria, hablo conmigo mismo y repaso las palabras menos usadas y vuelvo a los distintivos funestos de mi afición poética. Así ocupo el espíritu y el tiempo, así me aparto y me alejo de la contemplación de mi desgracia. Busco en los versos el olvido de mis desdichas: si con mi afición consigo esta recompensa, será suficiente.