EN EL CUMPLEAÑOS DE SU ESPOSA FABIA
Nos resultan desconocidos, tanto la fecha del cumpleaños de Fabia, la esposa de Ovidio, como el año concreto a que pertenece esta elegía. El poeta aprovecha el motivo mitológico de una serie de esposas, que permanecieron fieles a sus maridos, como argumento central de este poema.
El tono de la presente elegía contrasta notablemente con el que domina la elegía III 13, referida al cumpleaños del poeta. Si aquélla estaba caracterizada por una gran tristeza y abatimiento, aquí, aunque sea de modo convencional y aparente, apunta un destello de alegría, basada en la esperanza de que su esposa le consiga el ansiado perdón por parte del Emperador.
El cumpleaños de mi esposa requiere el honor acostumbrado: id, manos mías, a los piadosos ritos. Así, en otro tiempo, el heroico hijo de Laertes[761] celebraría con toda probabilidad, en el extremo del mundo, el día festivo de su esposa. Que mi lengua, olvidándose de mis desventuras, guarde un respetuoso silencio[762], ella que, según creo, se olvidó ya de pronunciar palabras de buen augurio. Debo ponerme el vestido blanco, que me pongo una sola vez en todo el año y cuyo color contrasta con mi destino; que se levante un verde altar, construido de gramíneo césped, y que una corona entretejida cubra el tibio hogar. Dame, mancebo, el incienso que produce espesas llamas y el vino que crepite al verterlo en el fuego sagrado.
Óptimo cumpleaños, a pesar de que estoy lejos, deseo que vengas aquí sereno y distinto del mío; y si alguna lamentable herida atormentaba a mi esposa, que se considere restañada por completo para siempre por mis desgracias; y que la nave, que hace poco fue fuertemente sacudida por una violenta tempestad, en lo que resta, vaya por un mar tranquilo[763]. Que disfrute ella de su casa, de su hija[764] y de su patria (baste con que a mí solo se me haya arrebatado esto) y puesto que no es feliz con su querido esposo, el resto de su vida carezca de toda triste sombra. Que viva y ame a su esposo, puesto que así está obligada a hacer, aunque se halle ausente, y que consuma todos los años de su vida y que ésta dure mucho; le añadiría incluso los míos, pero temo que el contagio de mi destino pueda echar a perder los que ella misma vive. Nada hay seguro para el hombre: ¿quién iba a pensar que podía suceder que yo celebrara esta festividad en medio de los getas? Mira, sin embargo, cómo el viento lleva hacia Italia y en una dirección favorable el humo producido por el incienso. Hay, pues, sentimiento en las nubes que produce el fuego. A propósito, rehúyen, Ponto, tu cielo. Adrede, cuando se hace un sacrificio común sobre el altar en honor de los hermanos que perecieron el uno a mano del otro, el propio humo negro, en desacuerdo consigo mismo, como si estuviese mandado por ellos, se divide en dos partes[765]. Recuerdo que en otro tiempo yo decía que esto no podía suceder y, en mi opinión, el hijo de Bato[766] era un embustero. Ahora lo creo todo, puesto que tú, humo, has dado la espalda conscientemente a la Osa Mayor[767] y te diriges a Ausonia.
Éste es el día, pues, que si no hubiese surgido, no hubiera presenciado yo ninguno festivo en medio de mi desgracia. Este día produjo virtudes iguales a las de las heroínas que tenían por padres a Eetión e Icario[768]; nació el pudor, las buenas costumbres, la integridad y la fidelidad, pero no nació ese día la alegría, sino las penalidades, las preocupaciones, una suerte indigna de tales virtudes y justificadas quejas por un tálamo casi viudo.
En realidad, la rectitud probada en la adversidad es objeto de alabanza en circunstancias desgraciadas: si el constante Ulises no hubiese encontrado nada adverso, Penélope hubiera sido feliz pero sin gloria. Si su marido hubiera entrado vencedor en las fortalezas de Equión, tal vez su tierra apenas hubiera conocido a Evadne[769]. Siendo tantas las hijas de Pelias, ¿por qué sólo una de ellas es famosa? A saber, porque sólo una estuvo casada con un marido desdichado[770]. Supon que otro tocara primero las playas troyanas: no habría razón alguna para hablar de Laodamia[771]. También tu amor conyugal (cosa que tú preferirías) permanecería desconocido, si vientos favorables hubieran hinchado mis velas.
Oh dioses y tú, César, que te reunirás con los dioses, pero más adelante, cuando tu destino haya igualado los días del héroe de Pilos [772], perdonad, no obstante, no a mí, que reconozco que merecí el castigo, sino a ella que sufre sin haber merecido dolor alguno.