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CARTA A UN AMIGO

Elegía dedicada, según el parecer más generalizado, a su amigo Curcio Ático[751], a quien también parece estar dirigida la 6a elegía del libro III. Especialmente los versos 29 y 30 parecen contener una alusión directa a Ático[752]..

Yo, carta de Nasón, vengo desde el litoral Euxino, cansada del mar y del camino. Él me dijo llorando: «¡Tú, a quien está permitido, ve a ver Roma! ¡Ay, cuánto mejor es tu suerte que la mía!». Incluso me escribió llorando y no tuvo que llevarse a la boca, sino a las mejillas humedecidas, la gema con la que fui sellada.

Si alguno intentara conocer la razón de su tristeza, es como si esa persona pretendiera que se le mostrara el sol y no distinguiera el follaje en el bosque, ni la tierna hierba en el prado abierto, ni el agua en el río rebosante; como si se admirara de que se doliera Príamo[753] por el hecho de que Héctor fuera arrastrado o de los gemidos de Filoctetes herido por una serpiente[754]. ¡Ojalá hubieran hecho los dioses que se hallase él en tal estado que no tuviera que deplorar el motivo de su tristeza!

Sin embargo, soporta pacientemente, como debe, su amarga desgracia, y no rehúsa los frenos al igual que un indómito caballo, y espera que la cólera del dios para con él no sea eterna, consciente de que en su culpa no hay acción punible. Con frecuencia refiere cuán grande es la clemencia del dios, entre cuyos ejemplos se suele contar a sí mismo: pues si conserva su patrimonio, el título de ciudadano y, en suma, la vida, lo debe a un don divino.

Pero a ti (para él el más querido de todos, si en algo me crees) siempre te tiene en lo más hondo de su corazón; te llama Menecíada[755], compañero de Orestes[756], Egida[757] y su Euríalo[758]; ni echa él de menos tanto su patria y las muchísimas cosas que con ella siente que le faltan, como tu rostro y tus ojos, ¡oh tú, más dulce que la miel que la abeja ática deposita en las celdillas del panal[759]!

Con frecuencia también, afligido, recuerda aquel tiempo al que lamenta no haberse adelantado con la muerte; y mientras otros rehuían el contagio de su súbita ruina y no querían franquear el umbral de su casa herida por el rayo, recuerda que tú, con unos pocos, le permaneciste fiel, si es que se puede llamar unos pocos a dos o tres. Aunque atónito, se dio, sin embargo, cuenta de todo y, en concreto, de que tú te doliste de sus adversidades no menos que él. Suele recordar tus palabras, tu semblante, tus gemidos y que con tu llanto humedeciste su seno, cuánto le ayudaste, con cuánta fuerza consolaste al amigo, siendo así que tú mismo necesitabas igualmente ser consolado.

Por ello, afirma que él guardará un piadoso recuerdo, ya contemple la luz del día, ya esté cubierto de tierra, y esto lo ha jurado él mismo con frecuencia por su cabeza y la tuya, que me consta que no la tiene por menos valiosa que la suya. Por tantos y tan grandes hechos te serán dadas abundantes gracias, y no permitirá que tus bueyes aren el litoral[760]. Procura, entre tanto, proteger continuamente al prófugo. Y lo que él, que te conoce bien, no se atreve a pedirte, te lo pido yo misma.