SÚPLICA A AUGUSTO
Elegía numerada como 2 bis por el motivo de que se discute por algunos editores el hecho de que sea distinta de la anterior, si bien los manuscritos indican unánimemente que con ella comienza una elegía independiente, consistente en este caso en una súplica a Augusto.
He aquí que desde lejos me dirijo suplicante a divinidades lejanas, si es que está permitido al hombre poder hablar con Júpiter[726].
¡Árbitro del Imperio, cuya incolumidad es prueba de que todos los dioses se preocupan del pueblo ausonio[727]! ¡Oh gloria e imagen de la patria floreciente gracias a ti! ¡Oh varón no menor que el mismo orbe que riges, ojalá habites la tierra y que el cielo te anhele! ¡Que tardes en ir a los astros que te han sido prometidos[728]! ¡Perdóname, te lo ruego, y líbrame aunque no sea más que de una pequeñísima parte de tu rayo! Será suficiente el castigo que quede. Tu cólera, en verdad, es moderada, pues me diste la vida y no me faltan ni los derechos ni el nombre de ciudadano, ni mi fortuna fue adjudicada a otros, ni yo mismo soy calificado de desterrado en los términos de tu edicto[729]. Todo esto lo temí, porque veía haberlo merecido; pero tu cólera es más suave que mi falta. Me ordenaste que marchase relegado a los campos del Ponto y que surcara en prófuga nave el Estrecho escítico. Porque me lo habías ordenado, vine a las horribles playas del Ponto Euxino, región que se halla situada bajo el helado polo. Y no me atormenta tanto el clima siempre frío, ni la tierra siempre quemada por el hielo que la blanquea, ni el hecho de que la lengua bárbara desconozca los sonidos latinos o que el habla griega esté corrompida por el acento gótico[730], cuanto el hecho de que, rodeado por los pueblos vecinos[731], me veo acosado por doquier por la guerra y apenas nos protege del enemigo un pequeño muro. A veces, no obstante, hay paz, aunque nunca confianza en ella: de este modo, este país o sufre la guerra o la teme.
Con tal de que se me cambie de aquí, o que me devore la zanclea Caribdis[732] y que por sus aguas me envíe a la Estigia[733], o que me queme pacientemente en las llamas del voraz Etna [734] o sea arrojado a las profundas aguas del dios Leucadio [735]. Lo que pido, también es castigo: pues no rehúso ser desgraciado, sino que lo que suplico es poder serlo con un poco más de seguridad.