UNA TRISTE VEJEZ
El poeta se siente de pronto viejo y la vejez que se le viene encima se ve agravada por la penosa situación en que se encuentra. La elegía, como todas las de la segunda mitad de este libro, tiene un aire de nostalgia y de pesimismo, frente al optimismo y elevada moral de las de la primera.
Ya mis sienes se parecen a las plumas del cisne y la blanca vejez tiñe mis negros cabellos. Ya se acercan los años frágiles y la edad más inerte, y ya, débil como estoy, me resulta penoso el moverme. Ahora era cuando, una vez puesto fin a mis trabajos, debería vivir sin que me inquietara ningún temor, disfrutar de los ocios que siempre agradaron a mi espíritu, hallarme a gusto en medio de mis aficiones, vivir en mi pequeña casa y entre mis viejos Penates y en los campos paternos que ahora carecen de dueño[658]; y envejecer tranquilo en el regazo de mi esposa, con mis queridos amigos y en mi patria. Así había esperado yo en otro tiempo que todo esto sucediera y merecía finalizar de este modo mis años. No les pareció así a los dioses, quienes, tras zarandearme por tierra y por mar, me abandonaron en estos lugares sármatas. Las naves maltrechas son conducidas a los cóncavos diques, para evitar que se deshagan casualmente en medio del agua[659]; para que no vaya a caerse, deshonrando así las muchas victorias conseguidas, el caballo agotado pace hierba en los prados; el soldado, cuando, cumplidos sus años de servicio, no es ya lo suficientemente útil, depone junto a los viejos Lares[660] las armas que ha llevado. Así pues, en la tarda vejez, que disminuye mis fuerzas, ya era hora de que se me diera a mí también la vara del retiro[661]; y era el momento, no de llevarme a un clima extranjero, ni de aliviar la reseca sed en una fuente gética, sino más bien de retirarme a los jardines apacibles que tenía[662] o de gozar, por el contrario, de nuevo de la vista de los hombres y de la ciudad.
Así, en otro tiempo, no adivinando mi espíritu lo que habría de ocurrir en el futuro, deseaba yo poder vivir una plácida vejez. Se opusieron los hados, los cuales, aunque me concedieron unos primeros tiempos dichosos, me hacen gravosos los últimos, y, cumplidos ya diez lustros sin mancha alguna, me veo agobiado en la peor edad de mi vida; y no lejos de la meta que me parecía estar a punto de alcanzar, se ha abatido sobre mi carro una gran ruina. Así es que en mi locura obligué a ensañarse conmigo al hombre más dulce que hay en el inmenso mundo y hasta su propia clemencia fue vencida por mis faltas. Con todo, a pesar de mi error, no se me negó la vida, vida que he de pasar lejos de mi patria, bajo el Polo Boreal, donde se extiende la ribera occidental del Ponto Euxino. Si esto me lo hubiesen predicho Delfos o la misma Dodona[663], uno y otro me habrían parecido santuarios sin crédito. Nada hay tan fuerte, aunque esté reforzado de acero, que pueda resistir el rápido rayo de Júpiter. Nada hay tan elevado y tan sobre los peligros que no sea inferior y no esté sometido a un dios[664]. Pues aunque parte de mis males se ha producido por mi culpa, sin embargo la ira de un dios me ha arruinado aún más. En cuanto a vosotros, aprended también de mis desgracias a merecer un hombre igual a los dioses.