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LOS EFECTOS DEL TIEMPO

Elegía escrita muy probablemente a comienzos del 11 d. C., cuando el poeta llevaba ya en Tomos dos veranos y dos otoños (a tenor de lo que nos dice en los VV. 19-20), que serían los correspondientes a los años 9 y 10. El poema es una mezcla de lamentación moralizante sobre los efectos del tiempo y muy concretamente sobre cómo el tiempo no sólo no mitiga sino que acentúa su desgracia, a la que únicamente pondrá término la muerte, que el poeta presiente ya cercana. Se observa, pues, ya en esta composición un creciente pesimismo: Ovidio parece desesperar ya de su regreso a Roma.

Con el tiempo, el buey acaba por soportar el arado que rotura el campo y ofrece su cuello para que sea oprimido por el curvo yugo; con el tiempo, el fogoso caballo obedece a las flexibles riendas y acepta con boca apacible el duro bocado; con el tiempo, se amansa la ira de los leones africanos y desaparece su primitiva fiereza; y la bestia india[643], que acata las advertencias de su domador, con el tiempo acaba por soportar vencida la servidumbre. El tiempo hace que la uva se hinche en crecidos racimos y que apenas los granos puedan retener el vino que contienen; el tiempo también transforma la semilla en blancas espigas y cuida de que los frutos no tengan áspero sabor. Éste adelgaza la reja del arado que renueva la tierra y desgasta el duro sílex y el diamante; éste mitiga también poco a poco las crueles iras, disminuye las penas y consuela los corazones afligidos. Todo, pues, lo puede mitigar el tiempo que escapa con paso silencioso, a excepción de mis penas. Desde que estoy privado de mi patria, dos veces se han trillado las mieses en la era, dos veces reventó la uva oprimida por el pie desnudo[644]. Y ni siquiera en tan largo espacio de tiempo he adquirido la paciencia, y mi espíritu siente mi desgracia como recién sufrida. En efecto, también los viejos bueyes rehúyen con frecuencia el yugo y el caballo ya domado opone resistencia al freno. Mi sufrimiento presente es aún más amargo que en el pasado: pues, aunque es igual, ha crecido y aumentado con el tiempo. Y mi desgracia no me ha sido nunca tan conocida como lo es en la actualidad; ahora me resulta más pesada porque la conozco mejor. Además, no es poco aportar unas fuerzas nuevas y no estar consumido de antemano por los males del tiempo. El luchador joven es más fuerte en la rojiza arena que aquel cuyos brazos están cansados por el largo transcurso del tiempo; el gladiador indemne cubierto con su brillante armadura es mejor que aquel cuyas armas están teñidas de rojo por su propia sangre. La nave recién construida resiste bien las impetuosas tempestades; la vieja se resquebraja al menor vendaval. Yo también soporté antes con más resignación las desgracias que ahora sufro, las cuales se han multiplicado por su larga duración.

Creedme, desfallezco y, por cuanto puedo predecir, dado el estado de mi cuerpo, poco tiempo queda ya por añadir a mis sufrimientos. Pues ni tengo las fuerzas ni el color que solía tener; apenas si una fina piel recubre mis huesos. Pero más enferma aún que mi cuerpo está mi alma y se halla absorta en la contemplación sin fin de su desgracia. Lejos está la vista de Roma, lejos están mis compañeros, objeto de mi afecto, y lejos está mi esposa, más querida para mí que ninguna otra persona. Aquí está el pueblo escita y la turba de los getas que llevan calzones[645]. De esta manera, me conmueve lo que veo y lo que no veo. Una única esperanza hay, sin embargo, que me puede consolar en medio de tales desgracias: que éstas no han de durar mucho a causa de mi muerte.