4

A SU AMIGO MESALINO

El destinatario de esta elegía parece evidente, sobre todo por comparación con Pont. I 7: se trata de M. Valerio Mesala Mesalino, hijo de M. Valerio Mesala Corvino[622]. Su padre había sido un romano ilustre: buen militar, mejor político y orador, amigo y mecenas de los poetas de su generación: Lígdamo, Tibulo, Valgio Rufo y el propio Ovidio, entre otros, habían formado parte del famoso Círculo de Mesala, paralelo y, en buena medida, antagónico del Círculo oficialista de Mecenas. De su hijo Mesalino sabemos que había sido cónsul el 3 d. C.

Oh tú que, siendo ya noble por el nombre de tus antepasados, superas a tu estirpe por la nobleza de tus costumbres, en cuya alma resplandece la imagen de la virtud paterna, de modo que esta virtud no pierde su fuerza, y en cuyo ingenio se encuentra la elocuencia patria, mejor que la cual no hubo otra en el Foro latino[623]: te he nombrado empleando estas señales en lugar de tu nombre, cosa que en absoluto pretendí; perdona tú mismo tus alabanzas. Yo no cometí ninguna falta; tus reconocidas cualidades te descubren; si apareces como eres, absuelta está mi culpa.

Con todo, no creo que, con un Príncipe tan justo, pueda dañarte el homenaje que te hacen mis versos. El mismo padre de la patria (pues ¿qué hay más humano que él?) permite que se le lea con frecuencia en mis versos, y no puede prohibirlo, porque el César es de interés público y una parte del bien común es también mía. Júpiter concede a los ingenios de los poetas su poder divino[624] y se deja celebrar por cualquier boca. Tu causa está defendida por el ejemplo de dos divinidades, de las cuales ésta se ve, en aquélla se cree[625].

Suponiendo que no debiera haberte nombrado, yo deberé entonces de aceptar este castigo: mi escrito no fue fruto de tu voluntad. Ni constituye una ofensa nueva el hecho de hablar contigo, con quien solía hablar a menudo antes de ser condenado. Para que no temas que el hecho de ser yo tu amigo vaya a suponer para ti un delito, si es que esto origina alguna odiosidad, la debe tener tu padre. Pues tu padre fue siempre venerado por mí desde mis más tiernos años (esto, por cierto, no vayas a negarlo) y él estimaba mi talento (probablemente te acordarás de ello) incluso más de lo que, a mi propio juicio, merecía[626]; y repetía algunos de mis versos con aquella expresión en la que residía parte de su gran nobleza. Así pues, no te he engañado yo ahora por haberme recibido tu casa, sino que ya antes lo fue tu padre.

Con todo, no le engañé, créeme: sino que en todos mis actos, excepto los últimos, mi vida puede ser defendida. Incluso esta falta que me ha perdido no puedes decir que sea un delito, si conoces las circunstancias de una desgracia tan grande. Fue el temor o una equivocación, más bien una equivocación, lo que me dañó. ¡Ah! Déjame olvidar mi destino, no vaya a ser que, al volverlas a tocar, abra yo de nuevo mis heridas aún no cicatrizadas: de poco les serviría ni el propio descanso. Así pues, de la misma manera que sufro justamente mi castigo, así mismo es cierto que en mi falta no hubo ni delito ni premeditación; y esto lo sabe el dios[627]; por eso, ni se me ha privado de la vida, ni se me han confiscado mis bienes para que los posea otro[628]. Tal vez, él pondrá fin algún día, con tal de que viva, a este mismo destierro, cuando su ira se haya suavizado con el tiempo.

Ahora le ruego que me ordene marchar de aquí a otro lugar, si es que mis votos no están desprovistos de un temeroso respeto. Deseo un destierro más suave y un poco más cerca, y un lugar que esté más lejos del cruel enemigo; y es tan grande la clemencia de Augusto que, si alguien le pidiera esto por mí, tal vez se lo concedería[629]. Me tienen encerrado los fríos litorales del Ponto Euxino, llamado por los antiguos Áxeno [630], pues ni sobre los mares soplan vientos moderados ni la nave extranjera puede acercarse a puertos tranquilos. Alrededor hay pueblos que buscan el botín sanguinariamente; y no es menos de temer la tierra que el pérfido mar. Aquellos que, tal y como oyes contar, se deleitan con la sangre humana [631], casi se hallan bajo el eje del mismo astro, y no lejos de nosotros está el lugar en que el altar Táurico de la diosa de la aljaba se rocía con horrible matanza [632].

Según cuentan, éste era en otro tiempo el reino de Toante [633], estimado por los criminales y detestado por las gentes de bien. Aquí la virgen pelópida [634], por haber sido suplantada por una cierva, rindió culto a su diosa, fuera como fuese. Después que el propio Orestes, no se sabe si piadoso o criminal, había llegado allí, perseguido por sus propias Furias, junto con su compañero de la Fócide[635], ejemplo de una verdadera amistad, los cuales eran dos por sus cuerpos pero uno solo por sus almas, encadenados de inmediato son conducidos al funesto altar, que se alzaba cruento ante la doble puerta. Sin embargo, ni a uno ni a otro aterró su propia muerte: cada uno estaba triste por la muerte del otro. Y ya la sacerdotisa estaba allí con el cuchillo desenvainado y la bárbara venda ceñía sus cabellos griegos, cuando por el intercambio de palabras reconoció a su hermano, e Ifigenia, en lugar de muerte, le dio abrazos. Contenta, trasladó de aquellos lugares a otros mejores la imagen de la diosa que detestaba los sacrificios crueles.

Ésta es, pues, la región que me es cercana, casi la última del inmenso mundo, de la que huyeron hombres y dioses: y los sacrificios homicidas están cerca de mi tierra, si es que una tierra bárbara puede ser de Nasón. ¡Oh! ¡Ojalá los vientos por los que Orestes fue arrastrado, una vez calmado el dios[636], hagan volver también a mis velas!