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EL PAISAJE INVERNAL DE TOMOS

Descripción, un poco exagerada tal vez, tal y como dijimos en la Introducción[548], de los rigores del invierno en Tomos, región auténticamente inhóspita durante esa estación del año. Por ello, el poeta acaba lamentándose de que, siendo tan grande el orbe, no haya habido otro lugar al que confinarlo que a ese duro y peligroso confín del Imperio. Buena prueba del carácter en cierto modo tópico y retórico de este tipo de descripciones ovidianas es que para este texto concreto, al igual que para otros por el estilo, se han señalado pasajes paralelos que han debido de servir de fuente de inspiración para nuestro poeta[549].

Si alguien se acuerda aún por ahí del exiliado Nasón y mi nombre sobrevive sin mí en Roma, que sepa que yo, postergado bajo estrellas que nunca tocan el mar[550], vivo en medio de la barbarie. Me rodean los sármatas, pueblo salvaje, los besos y los getas[551], nombres ¡cuán indignos de mi inspiración!

No obstante, mientras que la brisa es tibia, nos protege el Histro que discurre por medio[552]: éste, mientras fluye líquido, aleja los ataques con sus aguas. Pero cuando el triste invierno ha mostrado su horrible rostro y la tierra se ha tornado blanca a causa del marmóreo hielo, mientras el Bóreas[553] y la nieve se aprestan a habitar bajo la Osa, se ve entonces a estos pueblos oprimidos por el polo que hace temblar. La nieve cubre la tierra y, para que, una vez caída, ni el Sol ni las lluvias puedan derretirla, Bóreas la endurece y la hace eterna. Así, pues, cuando la primera aún no se ha derretido, cae otra y en muchos lugares suele durar dos años; y es tanta la fuerza del Aquilón desencadenado que derriba altas torres y se lleva por delante tejados arrancándolos. Con pieles y calzones cosidos por abajo[554] evitan los perjudiciales fríos, y de todo su cuerpo lo único que queda visible es el rostro. A veces, sus cabellos, al sacudírselos, suenan por el hielo que pende de ellos y la barba brilla resplandeciente a causa del hielo que tiene incrustado; el vino fuera de la jarra se mantiene congelado conservando la forma de ésta y no lo beben a sorbos sino que se reparte a trozos. ¿Qué diré acerca de cómo los ríos encadenados por el frío se congelan y cómo se extraen del lago las frágiles aguas? El mismo Histro, no más estrecho que el río productor de papiro[555] y que se mezcla con el ancho mar por numerosas desembocaduras, se hiela al endurecer los vientos su cerúlea corriente y con sus aguas cubiertas serpea hacia el mar. Por donde antes habían pasado embarcaciones, se va ahora a pie y el casco del caballo golpea las aguas congeladas por el frío; y por esos nuevos puentes, bajo los cuales se deslizan las aguas, los bueyes sármatas tiran de bárbaras carretas.

Seguramente, apenas se me creerá, pero, cuando no hay recompensa alguna para el engaño, el que da testimonio debe encontrar crédito. He visto el ingente Ponto congelarse por el hielo y una cubierta resbaladiza oprimía las inmóviles aguas. Y no me bastó con haberlo visto: pisé el mar endurecido y la superficie marítima estuvo bajo el pie sin llegar a humedecerlo. Si tú, Leandro[556], hubieras tenido en otro tiempo un estrecho así, tu muerte no sería el crimen de un brazo de mar. Así, ni los pardeados delfines pueden levantarse por los aires: a los que lo intentan, los detiene el duro invierno; y aunque el Bóreas resuene agitando sus alas, no habrá ola alguna en el abismo aprisionado; las naves, bloqueadas por el hielo, se mantendrán sobre la marmórea superficie y el remo no podrá ya hendir las rígidas aguas. He visto que los peces sujetos se hallaban inmóviles en el hielo, aunque parte de ellos estaban aún vivos.

Así pues, cuando la violencia salvaje del crecido Bóreas congela las aguas marinas o las del río desbordado, al instante, allanado el Histro por los secos Aquilones, el bárbaro enemigo se pasea en veloz caballo; este enemigo, terrible por sus caballos y por sus flechas que vuelan a bastante distancia, devasta extensamente la región vecina. Unos huyen y, al no haber nadie que proteja los campos, los bienes sin custodia son presa del pillaje: pequeñas recolecciones del campo, ganado y chirriantes carretas y todos aquellos bienes que suelen poseer los pobres indígenas. Otros son llevados cautivos con los brazos atados detrás de la espalda y volviendo en vano los ojos hacia sus campos y sus hogares; otros caen lastimosamente traspasados por arponadas saetas, pues un veneno tiñe el volátil hierro. Todo aquello que no pueden llevar consigo o arrastrar lo destruyen y la llama enemiga quema las inocentes chozas.

Incluso en tiempo de paz tiemblan por miedo a la guerra y nadie surca la tierra hundiendo en ella la reja. Este lugar, o ve al enemigo, o le teme cuando no lo ve; la tierra, abandonada en un duro barbecho, descansa improductiva. El dulce racimo no se esconde aquí bajo la sombra de los pámpanos ni el hirviente mosto colma los profundos lagares. Este país no da frutos, y Aconcio no tendría aquí donde escribir las palabras que había de leer su amada[557]. Se pueden ver los campos desnudos sin fronda y sin árboles: ¡lugares, ay, que no debe visitar un hombre feliz!

Pues bien, a pesar de la gran extensión que tiene el inmenso orbe, no se ha encontrado otra tierra sino ésta para mi castigo.