NOSTALGIA DE ROMA Y LAMENTO POR SU SITUACIÓN
Tenemos aquí una elegía con una alta dosis de lirismo y con algún asomo de patetismo, no exenta de sinceridad y autenticidad, cuya ausencia tanto se ha reprochado a nuestro poeta en sus elegías del destierro [534].
Ahora yo desearía hallarme sobre el carro de Triptólemo [535], que arrojó agreste simiente sobre una tierra que no había sido cultivada [536]; yo querría ahora conducir los dragones que utilizó Medea [537] al huir de tu ciudadela, Corinto; yo desearía tomar ahora, bien tus alas, Perseo[538], bien las tuyas, Dédalo[539], para agitarlas, de modo que, cediendo el ligero aire a mi vuelo, contemplase de repente el dulce suelo de mi patria, el aspecto de mi casa abandonada, mis fieles amigos y, sobre todo, el rostro querido de mi esposa. ¡Necio!, ¿por qué anhelas en vano, con deseos pueriles, esto que ni te ofreció, ni te ofrece, ni te ofrecerá jamás día alguno? Si sólo has de formular un deseo, adora la divinidad de Augusto, y ruega según el ritual al dios cuyos efectos has sentido. Él puede entregarte alas y carros volátiles: que te conceda el regreso y al instante serás un volátil. Si pido esto (y, en efecto, no puedo pedir otra cosa mayor) temo que mis votos sean poco modestos. Tal vez en otro momento, cuando ya haya aplacado su ira, deberé rogárselo entonces también con inquietud.
Entre tanto, algo menos, pero que para mí tiene el valor de un gran favor: que me ordene marchar de estos lugares adondequiera. Ni el clima, ni el agua, ni la tierra, ni el aire me van bien, ¡ay de mí, mi cuerpo es presa de una continua languidez! O el influjo de mi espíritu enfermo estropea los miembros de mi cuerpo, o el origen de mi mal está en el país, pues desde que toqué el Ponto me atormenta el insomnio, apenas si la magrez cubre mis huesos y ningún alimento agrada a mi boca. El color que tienen en otoño las hojas batidas por los primeros fríos, a las que dañó el nuevo invierno, es el mismo que tienen mis miembros; no me siento aliviado con ningún remedio y nunca me falta motivo de quejarme a causa del dolor. Ni ando mejor del espíritu que del cuerpo, sino que ambos se hallan enfermos por igual y padezco un doble sufrimiento. Fija está y cual cuerpo que se puede contemplar se yergue ante mis ojos la imagen visible de mi fortuna; y cuando veo el lugar, las costumbres de sus habitantes, su porte exterior y su lengua y me viene al recuerdo quién soy y quién fui, se apodera de mí un deseo tan fuerte de morir que me quejo a la ira del César por no vengar sus ofensas con la espada. Pero, puesto que una vez ha hecho uso del odio con moderación, ¡ojalá haga más llevadero mi destierro cambiándome el lugar!