A SU HIJASTRA PERILA
Elegía dirigida a Perila, al parecer hijastra del poeta [520], hija de su tercera esposa Fabia: Ovidio la llama nostra y no mea y, sobre todo, por el contenido del verso 18 («fui como un padre para una hija») y por el del verso 11 de Pont. IV 8 («es para mí casi como una hija»). Hoy, la identificación de la hijastra de Ovidio con esta joven poetisa Perila es admitida por la mayoría de los autores con bastante verosimilitud [521]. Como se sabe, la hijastra de Ovidio contrajo matrimonio con Suilio Rufo (destinatario de Pont. IV 8), cuestor de Gérmánico el 15 d. C., y debía de ser de una edad muy similar a la de Ovidia, la verdadera hija del poeta. Por su parte, V. Loers [522] niega que entre Perila y Ovidio hubiese ningún tipo de parentesco y mantiene que se trata sólo de una discípula del poeta [523].
Por lo que al nombre de Perila se refiere, lo más probable es que se trate de un pseudónimo [524], si bien se le han querido buscar explicaciones razonables [525], como la de que podría ser un derivado del gentilicio Petronio, lo que supondría que su madre Fabia había estado casada antes con un tal Petronio, o la explicación de que el nombre esté vinculado a algún topónimo. Ahora bien, el dato confirmado por Apuleyo[526] de que el poeta neotérico Tícida llamase Perilla en sus poemas a una tal Metela, puede ser definitivo en este sentido. Eso, unido al nombre del hijo habido en el matrimonio de Perila y Suilio Rufo, M. Suilio Nerulino, ha hecho a F. Della Corte[527] reconstruir los datos biográficos relativos a Perila de la siguiente manera: Fabia habría estado casada en primeras nupcias con Claudio Nerón, de cuyo matrimonio nacería una hija llamada Nerulla, a la que Ovidio llama con el sobrenombre de Perilla; esta Nerulla sería la madre de Suilio Nerulino, habido de su matrimonio con Suilio Rufo.
Ve a saludar a Perila, carta escrita de improviso, fiel intérprete de mi modo de expresión. O la encontrarás sentada en compañía de su dulce madre, o entre libros y sus queridas Piérides[528]. Cuando sepa que tú has llegado, dejará lo que esté haciendo y te preguntará sin demora la razón de tu llegada o qué es lo que yo hago. Le dirás que estoy vivo, pero de manera que preferiría no vivir y que mis males no se han aliviado ni con el largo tiempo transcurrido; que, aunque me hicieron daño, he vuelto a las Musas y que reúno palabras apropiadas a versos alternos.
Y dime, ¿acaso tú también te aplicas a nuestros estudios comunes y compones doctos poemas en un metro no patrio[529]? Pues la naturaleza, de acuerdo con el destino, te ha dotado de púdicas costumbres, de cualidades excepcionales y de talento. Ese talento tuyo fui el primero en conducirlo a las ondas de Pegaso[530], a fin de que no se agotase de mala manera tu vena de agua fecunda. Fui el primero que lo descubrió en tus tiernos años de jovencita y, como un padre para su hija, fui tu guía y compañero. Así pues, si permanece aún ese mismo fuego en tu pecho, únicamente la poetisa de Lesbos[531] superará tu obra.
Pero me temo que mi fortuna en este momento te esté deteniendo y que tras mi desgracia tu pecho haya quedado sin inspiración. Mientras pudo ser, con frecuencia tú me leías tus poemas y yo te leía los míos; unas veces era tu juez, otras tu maestro: unas veces prestaba oídos a tus versos recién compuestos, otras, cuando interrumpías tu labor, yo era el motivo de tu rubor. Tal vez, debido a mi ejemplo, por el hecho de que mis libritos me perjudicaron, has seguido también tú el destino de mi castigo. Depon, Perila, tu miedo; cuida sólo de que ni hembra alguna ni varón aprenda a amar empujado por tus escritos.
Desecha, pues, doctísima, todo pretexto de desidia y vuelve a las buenas artes y a tu sagrado cometido. Ese bello rostro tuyo se verá deteriorado con el transcurso de los años y una arruga senil aparecerá en tu vieja frente, y la dañina vejez, que llega con paso silencioso, pondrá la mano encima de tu belleza; sentirás dolor cuando alguien diga: «ésta fue hermosa», y te quejarás de que tu espejo sea engañoso. Tus recursos son modestos, siendo así que eres muy merecedora de muchos; pero supón que son iguales a fortunas inmensas; en verdad la fortuna da y quita lo que le parece y de repente es Iro[532] quien poco ha era Creso[533]. Por decirlo brevemente: nada tenemos de inmortal, salvo los bienes del alma y los del ingenio.
Héme aquí: aunque me veo privado de la patria, de vosotros y de mi casa y me han arrebatado todo lo que se me pudo quitar, yo mismo me acompaño, sin embargo, y disfruto con mi propio talento: el César no pudo tener ningún derecho sobre él. Cualquiera podrá quitarme esta vida a golpe de cruel espada, pero, sin embargo, después de muerto mi fama sobrevivirá y se me leerá mientras la marcial Roma, victoriosa, contemple desde sus colinas todo el orbe sometido. Tú también, a quien ¡ojalá aguarde un más feliz disfrute de tu afición poética!, huye todo lo que puedas de las futuras piras.