A UN AMIGO RECIENTE
Elegía dedicada a un buen amigo que, a pesar de lo reciente de su amistad, le ha dado muestras de una gran lealtad y fidelidad.
A pesar de que el verso 18 (con ese juego de palabras entre caro con el significado de ‘querido’ y como nombre propio) ha hecho pensar que el poema estaba dirigido a su amigo Caro, la verdad es que no se puede afirmar con toda rotundidad. Asimismo, los últimos versos, que aluden al esperado perdón, hacen pensar en la esperanza de Ovidio de que Caro, preceptor de los hijos de Germánico, le conseguiría, a través de éste, el perdón del Emperador.
Poco fue el trato de amistad que tuve contigo, de manera que podrías disimularla sin mayor dificultad, ni te habrías relacionado, tal vez, conmigo con vínculos tan íntimos si mi nave hubiese sido empujada por un viento favorable. Tan pronto como caí y todo el mundo huyó por miedo a mi ruina, volviendo sus espaldas a mi amistad, tú te atreviste a tocar un cuerpo herido por el rayo de Júpiter[510] y a cruzar el umbral de una casa abatida; y tú, que eres un amigo reciente y conocido por un corto trato, te portas conmigo como apenas se han portado en mi desgracia dos o tres de mis viejos amigos. Yo he visto tu semblante confuso y he advertido la expresión de tus ojos, tu rostro bañado por el llanto y más pálido que el mío y, al ver las lágrimas fluir con cada una de tus palabras, bebí tus lágrimas con mi boca y tus palabras con mis oídos; yo recibí tus brazos colgados de mi cuello al que abrazaban y tus besos mezclados con el estertor de los sollozos. Estando yo ausente, querido amigo, tú también me has defendido con tu influencia (sabes que lo de ‘querido’ está en lugar de tu verdadero nombre) y muchas muestras más de evidente afecto conservo en mi pecho, del que no se habrán de borrar jamás. ¡Que los dioses te concedan poder defender siempre a los tuyos, a quienes ayudes en circunstancias más favorables!
Pero si entretanto quieres saber (como es muy presumible que así sea) lo que hago perdido en estas costas, me dejo llevar por la débil esperanza, que tú no vayas a quitarme, de poder ablandar la adversa voluntad de un dios. Si tengo infundadas esperanzas o si me es posible alcanzarlo, demuéstrame tú, te lo ruego, que lo que deseo es posible; y la facilidad de palabra que tienes, empléala en hacer ver que mi deseo se puede cumplir.
Cuanto más grande es una persona, tanto más fácil es de aplacar en su ira y el alma generosa abriga sentimientos humanos. El magnánimo león se contenta con haber derribado los cuerpos; el combate acaba cuando el rival queda tendido en tierra. En cambio, el lobo y los horribles osos se ceban sobre los moribundos y lo mismo cualquier otra de las fieras menos nobles. ¿Qué tenemos en el sitio de Troya mayor que el valiente Aquiles? Sin embargo, éste no pudo soportar las lágrimas del viejo dardanio[511]. Poro[512] y los funerales con motivo de la muerte de Darío[513] nos demuestran cuál fue la clemencia del caudillo emacio[514]. Y para no referirme sólo a las iras humanas que se llegaron a aplacar, yerno es de Juno quien antes era su enemigo[515].
En fin, no puedo dejar de tener alguna esperanza de salvación, ya que el motivo de mi castigo no es una muerte. Yo no atenté contra la vida del César, que era la cabeza del orbe, tratando de destruirlo todo; nada dije, ni mi lengua fue arrogante al hablar, ni se me escaparon palabras sacrílegas en los excesos del vino. Soy castigado porque mis ojos, inconscientemente, contemplaron un delito y mi culpa consiste en haber tenido ojos. No puedo, ciertamente, rechazar todo reproche, pero buena parte de mi delito radica en un error. Me queda, por ello, la esperanza de que harás lo posible para que él suavice mi castigo, consistente en un cambio del lugar de mi exilio. ¡Ojalá el blanco Lucífero[516], mensajero del resplandeciente Sol, dando rienda suelta a su caballo, me traiga ese amanecer!