A UN AMIGO FIEL
Carta a un amigo, cuya amistad y lealtad ha conocido el poeta después de su desgracia. En ella reconoce y agradece las muestras de fiel amistad dadas por ese amigo y le da unos consejos para que evite el peligro de una condena como la suya: vivir solo, escondido, evitando la amistad con los poderosos. En definitiva, estamos ante la doctrina epicúrea, desarrollada por Horacio, de la aurea mediocritas[499]. El poema no contiene datos para poder determinar la identidad de su destinatario, aunque el cate del primer verso ha hecho pensar en Caro, destinatario de la quinta elegía de este mismo libro[500].
¡Oh tú, en verdad siempre querido por mí, pero conocido en circunstancias difíciles, tras mi ruina, si en algo crees a un amigo instruido por la experiencia, vive tu propia vida y evita con cuidado los grandes nombres! Vive para ti y, en la medida que te es posible, evita todo lo que tiene demasiado brillo: el terrible rayo procede de un fuego muy brillante. Pues, aunque sólo los poderosos pueden sernos útiles, mejor es que no lo sea aquel que puede resultarnos nocivo. La verga arriada rehúye los temporales invernales y las grandes velas tienen más que temer que las pequeñas[501]. Ves cómo la ligera corteza flota sobre la superficie del agua, mientras que una carga pesada puede hundir con ella la red a la que está unida.
Si estos consejos que yo te doy me los hubiesen dado a mí antes, probablemente estaría ahora en la ciudad en que debiera estar. Mientras vivía contigo, mientras una suave brisa me empujaba, esta barquilla mía navegó sobre apacibles aguas. Aquel que cae en terreno llano (aunque esto apenas sucede) cae de tal manera que puede levantarse al tocar tierra. Pero el desdichado Elpénor, caído desde lo alto del palacio, vino cual débil sombra al encuentro de su rey[502]. ¿Cómo fue que Dédalo agitaba sus alas seguras, mientras que Ícaro designaba las inmensas aguas con su nombre[503]? Sencillamente, porque este último volaba alto, mientras que aquél lo hacía más bajo; pues ninguno de los dos tenía alas propias.
Créeme, quien bien se esconde bien vive, y cada uno debe mantenerse con arreglo a su suerte. No se vería Eumedes privado de su hijo, si éste, ¡insensato!, no hubiera deseado los caballos de Aquiles[504]; ni Mérope habría visto a su hijo en llamas ni a sus hijas convertidas en árboles, si se hubiese hecho cargo como padre de Faetonte[505].
Tú también teme siempre lo excesivamente elevado y recoge, te lo suplico, las velas de tus proyectos. Pues eres digno de recorrer sin tropiezo el curso de tu vida y de gozar de un destino más feliz.
Todo lo que yo pido por ti, lo mereces por tu dulce afecto y por tu lealtad, que tendré siempre grabada. Yo te vi lamentándote de mi destino con tal expresión en tu rostro cual es presumible que hubiese en el mío. VI tus lágrimas cayendo sobre mis mejillas, lágrimas que bebí al mismo tiempo que tus fieles palabras. Ahora también defiendes con tesón al amigo desterrado e intentas aliviar unos males que apenas si se pueden aliviar.
Vive sin envidia y pasa los dulces años sin gloria; ten amigos entre tus iguales y que te sea querido el nombre de tu Nasón, lo único suyo que aún no está desterrado; todo lo demás lo tiene el Ponto de la Escitia.