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INVOCACIÓN A LA MUERTE

Esta segunda elegía, que debió de ser escrita durante la primavera del año 10 d. C., a tenor de la alusión al deshielo de la nieve que hay en el verso 20, recoge motivos que serán repetidos hasta la saciedad en el resto de los poemas del destierro: el poeta, abatido por el sufrimiento físico y psíquico, desea la muerte[480].

Estaba, pues, en mi destino ir a visitar también la Escitia y las tierras situadas bajo el eje Licaonio[481], Ni vosotras, Piérides[482], ni tú, hijo de Latona[483], habéis ayudado, docta turba, a vuestro sacerdote. Ni a mí me sirve de nada el hecho de haber compuesto poesías sin delito real alguno y el que mi Musa haya sido más licenciosa que mi propia vida; sino que, tras haber sufrido incontables peligros por tierra y por mar, me tiene prisionero el Ponto abrasado por el persistente frío[484]. Y yo, que rehuía las ocupaciones y nacido para un tranquilo reposo, era antes delicado e incapaz de soportar la fatiga; ahora, en cambio, soporto los más extremos sufrimientos y ni un mar privado de puertos ni viajes en direcciones opuestas han podido acabar conmigo. Mi ánimo soportó las desgracias, pues mi cuerpo recibió de él sus fuerzas y fue capaz de soportar lo a duras penas soportable.

Sin embargo, mientras perplejo era zarandeado por tierra y por mar, el sufrimiento me hacía olvidar las preocupaciones y la melancolía. Desde que el viaje se acabó, concluyendo la tarea de caminar, y llegué a tocar la tierra asignada a mi castigo, no me apetece otra cosa que llorar y la lluvia de mis ojos no es menos abundante que el agua que mana de la nieve durante la primavera. Me viene a la mente Roma, mi casa y el deseo de todos aquellos lugares y cuanto queda de mí en la ciudad que he perdido.

¡Ay de mí! Pues la puerta de mi sepulcro, tantas veces golpeada, no se abrió jamás. ¿Por qué escaparía yo de tantas espadas y por qué la tempestad siempre amenazante no sepultaría mi infortunada cabeza? Dioses, cuya hostilidad sufro con demasiada frecuencia, a quienes un solo dios tiene como partícipes de su cólera, acelerad, os lo suplico, los destinos que se demoran y no permitáis que las puertas de mi muerte estén cerradas.