ADIÓS A SU LIBRITO: EVOCACIÓN DE LA ROMA MONUMENTAL
Esta primera elegía sirve de prólogo al libro III de las Tristes y nos cuenta el viaje o recorrido que, en la imaginación del poeta, hará este libro de elegías a su llegada a Roma. Con este motivo, el poema nos describe un interesante itinerario por el centro monumental de la Roma de la época: la zona de los Foros, la del Palatino y la zona del Capitolio [458]. En estas zonas se hallaban las tres bibliotecas públicas romanas que había: una en el Atrio de la Libertad, otra aneja al Templo de Apolo Palatino y la tercera en el Pórtico de Octavia. Estas bibliotecas serán las que, en versión del propio poeta, le estarán vedadas al librito de poemas que ahora envía a Roma.
He aquí el itinerario descrito por Ovidio en esta elegía [459], en un recorrido que va desde la zona de los Foros, pasando por la del Palatino y acabando en el Capitolio: Foro de Augusto, Foro de César, Vía Sacra, Templo de Vesta, Palacio Real, Puerta Mugonia, Templo de Júpiter Estátor, Palacio de Augusto, Templo de Apolo, Teatro de Marcelo, Templo de Juno, Templo de Júpiter, Pórtico de Octavia y Atrio de la Libertad.
«Yo, libro de un exiliado, llego con temor a esta ciudad a la que he sido enviado. Ofrece, amigo lector, tu mano benevolente al que llega fatigado y no temas que vayas a tener que avergonzarte de mí: ni un solo verso de este libro enseña a amar. La suerte de mi autor es tal que el desdichado no debe disimularla con ningún tipo de bromas. También esta obra [460], que compuso para su desgracia en otro tiempo, durante su juventud, la condena y la odia ¡ay!, demasiado tarde. Mira lo que traigo: no verás otra cosa que tristeza, poesía acorde con las circunstancias que la han inspirado. Si los versos cojean y decaen alternativamente, se debe a la naturaleza del metro [461] o al largo viaje que han realizado. Y si no estoy rubio por el aceite de cedro ni suave por la piedra pómez [462], es porque sentí vergüenza de estar más elegante que mi autor. Si la escritura está toda ella manchada por los borrones, es que el mismo poeta ha estropeado su propia obra con sus lágrimas [463]. Si por casualidad algunas expresiones parecieran poco latinas, téngase en cuenta que las ha escrito en un país bárbaro. Decidme, lectores, si no os resulta molesto, por dónde he de ir y a qué morada he de dirigirme, yo que soy un libro extranjero en esta ciudad».
Tras haber balbuceado furtivamente estas palabras, a duras penas hubo uno solo que me indicara el camino: «¡Ojalá te concedan los dioses (cosa que no concedieron a nuestro poeta) poder vivir cómodamente en tu patria!
¡Ea, condúceme!, que yo te seguiré, aunque vengo cansado a causa de mi largo caminar por tierra y por mar desde un lejano país». Me obedeció, y mientras me sirve de guía me dice: «Éstos son los Foros de César[464]; ésta es la vía que toma su nombre de las ceremonias religiosas[465]; éste es el Templo de Vesta [466], que conserva el Paladión y el fuego sagrado; éste fue el modesto palacio del viejo rey Numa[467]». Después, dirigiéndose hacia la derecha, me dijo: «Ésa es la puerta del Palatino[468]; éste es el Templo de Júpiter Estátor[469]; en este lugar se levantó el primer emplazamiento de Roma».
Mientras estoy admirando cosa por cosa, veo una puerta que destaca por el brillo de sus armas y un edificio digno de un dios[470]. «¿Ésta es —pregunté yo— la mansión de Júpiter?». Una corona de encina[471] me servía de augurio para que pensara que ello era así. Cuando supe quién era su dueño, digo: «No me equivoco, pues en verdad ésta es la mansión del gran Júpiter. Ahora bien, ¿por qué la puerta está cubierta por ese laurel colocado delante de ella y esa espesa rama de árbol corona estas augustas puertas? ¿Acaso porque esta casa ha merecido ininterrumpidos triunfos? ¿O porque siempre ha sido querida por el dios de Léucade[472]? ¿Porque ella misma es alegre o porque lo hace todo alegre? ¿Acaso es el símbolo de la paz que ella ha concedido a la tierra? Y así como el laurel está siempre verde y no se despoja de una hoja caduca, ¿así también goza ella de una gloria eterna? El motivo de la corona colocada sobre la puerta está expresado en una inscripción: ésta indica que los ciudadanos están a salvo gracias a su ayuda. Añade a los salvados por ti, ¡oh el mejor de los padres!, a este único ciudadano que vive escondido, desterrado lejos, en la parte más remota del mundo, a quien su propio error y no un delito le ha ocasionado el castigo que él reconoce haber merecido[473]. ¡Desdichado de mí! Siento un temor religioso hacia ese lugar y hacia su soberano, y mis letras se ven sacudidas por un miedo que las hace temblar. ¿No ves el papiro palidecer descolorido? ¿No ves temblar mis versos alternos? ¡Sé agradable (yo te lo suplico) alguna vez con mi padre y que pueda contemplarte entonces él habitada por los mismos dueños!».
A continuación, siguiendo nuestra ruta, mi guía me conduce al templo de mármol blanco que se levanta en lo alto de unas elevadas escaleras, dedicado al dios de larga cabellera[474], donde entre exóticas columnas se hallan las estatuas de las nietas de Belo[475] y la de su bárbaro padre con la espada en la mano, y donde están expuestos a disposición de los lectores los sabios pensamientos de antiguos y modernos[476]. Buscaba yo allí a mis hermanos, salvo aquellos, naturalmente, a los que su propio padre desearía no haber engendrado; mientras los buscaba en vano, el guardián encargado de aquel templo me ordenó salir de aquel lugar sagrado[477]. Me dirijo a otros templos que están unidos a un teatro vecino[478]: a éstos también me estaba prohibida la entrada. La Libertad no me dejó tocar su atrio, que fue el primero en abrirse a doctos libritos[479].
La desventura de un autor desgraciado redunda en su producción y sus hijos sufrimos el mismo destierro que él soportó. Puede ser que un día el César, ablandado por el largo tiempo transcurrido, se vuelva menos severo para con nosotros y para con él. ¡Dioses, os lo suplico, y, sobre todo (pues no hay necesidad de implorar a todos), César, la más grande de las divinidades, atiende mis deseos!
Entretanto, puesto que toda residencia pública me ha sido cerrada, permítaseme estar escondido en una mansión privada. Vosotras también, manos plebeyas, acoged, si es posible, mis poemas confundidos por la vergüenza de haber sido rechazados.