¿Qué puedo yo hacer con vosotros, libritos, afición funesta, yo que, ¡desgraciado de mí!, perecí víctima de mi propia inspiración? ¿Por qué vuelvo a las Musas poco ha condenadas, objeto de mis delitos? ¿Acaso es poco haber merecido ya una vez el castigo? Mis poemas han hecho que mujeres y hombres quisieran conocerme por mi infausta estrella; mis poemas hicieron que el César condenara mi persona y mis costumbres a causa de mi Arte[326], cuya desaparición ha sido ya ordenada. Quítame esta pasión y suprimirás también los delitos de mi vida. Reconozco que soy culpable a causa de mis versos: éste es el precio recibido por mi afición y laboriosas vigilias; el castigo ha sido fruto de mi inspiración poética.
Si yo fuera inteligente, odiaría con razón a las doctas Hermanas, divinidades funestas para el que las venera. Pero ahora (¡tan grande es la locura que acompaña a mi mal!) de nuevo llevo mi desgraciado pie[327] contra la roca ya golpeada, lo mismo que el gladiador vencido retorna a la arena y la nave que ha naufragado vuelve a las revueltas aguas.
Tal vez, como ocurriera en otro tiempo al príncipe del reino de Teutrante[328], así también a mí lo mismo que me ha herido me ha de curar y la Musa mitigará asimismo la cólera que ella misma ha provocado. Los versos suelen mover a compasión a los omnipotentes dioses. El propio César ordenó a las madres y nueras ausonias cantar himnos en honor de la torreada Ope[329]; y había ordenado que se cantara asimismo en honor de Febo durante los días en que celebró los juegos que cada siglo contempla una sola vez[330].
¡Que a ejemplo de estas divinidades, te lo suplico, clementísimo César, tu cólera se aplaque gracias a mi ingenio poético! Cólera ciertamente justa y que no voy a negar haber merecido (mi boca no ha perdido hasta tal punto la vergüenza), pero, si no hubiera cometido esta falta, ¿qué favor podrías concederme entonces? Mi suerte te ha ofrecido la oportunidad de perdonarme. Si cada vez que los hombres cometemos una falta Júpiter enviara sus rayos, en breve quedaría desarmado. Sin embargo, después de tronar y aterrar al mundo con su estruendo, despeja las nubes y devuelve al cielo su claridad. Con razón, pues, se le llama padre y soberano de los dioses; con razón el ancho mundo no posee nada más grande que Júpiter.
Tú, también, pues que eres llamado soberano y padre de la patria [331], compórtate como ese dios que tiene tu mismo nombre. Pero eso es lo que haces en realidad y nadie ha gobernado nunca con más moderación que tú las riendas de su imperio. Con frecuencia, tú has concedido al bando vencido el perdón que, de haber resultado vencedor él, no te habría concedido. También ha visto colmados de riquezas y honores a muchos que habían tomado sus armas contra tu persona; y el mismo día que acabó con la guerra acabó también con la ira que ésta te había producido; y uno y otro bando llevó conjuntamente a los templos sus ofrendas; y así como tus soldados se alegran de haber vencido al enemigo, de la misma manera el enemigo tiene motivos para alegrarse de haber sido vencido. Mi causa es aún mejor, pues ni se me acusa de haber seguido armas hostiles ni un bando contrario.
Juro por el mar, por la tierra, por las divinidades del tercer mundo [332], por ti, dios protector y visible, que mi ánimo ha sido siempre favorable a ti, el más grande de los hombres, y que con mi mente, que es con lo único que pude, fui siempre tuyo. Yo he deseado que tu ingreso en los astros celestes fuera tardío y formé una mínima parte de la muchedumbre que hacía esta misma súplica; por ti ofrecí piadosamente incienso y, formando un todo con los demás, yo mismo también secundé los votos públicos con los míos.
¿Para qué traer a colación que incluso esos libros, por los que he sido objeto de acusación, están llenos de tu nombre por doquier? Mira esta otra obra más importante, aún inacabada, que contiene increíbles metamorfosis [333]: encontrarás en ella elogios de tu familia y muchas pruebas de mis sentimientos hacia ti. Tu gloria no se acrecienta con la poesía y no tiene ya hacia donde poder crecer más. La gloria de Júpiter lo supera todo, y, sin embargo, le agrada que se celebren sus hazañas y ser él mismo argumento de composiciones poéticas, y, cuando se cuentan las batallas de la guerra contra los Gigantes [334], muy verosímilmente le agrada ser objeto de alabanzas. Otros te celebran con toda la dignidad que conviene a tu persona y cantan tus alabanzas con una inspiración más fecunda. Sin embargo, los dioses se conmueven lo mismo con la sangre inmolada de cien toros que con el insignificante ofrecimiento de un poco de incienso.
¡Ah! Enemigo duro y el más cruel de todos fue para conmigo aquel, quienquiera que fuese, que te leyó mis frivolidades poéticas, para que no pudieran leerse con un criterio más favorable aquellos poemas que hay en mis libros llenos de veneración hacia ti.
Pero ¿quién podría ser mi amigo, si tú estás irritado conmigo? En esa situación, a duras penas no me odio a mí mismo. Cuando una casa que ha sido sacudida comienza a ceder, todo el peso recae sobre la parte inclinada; y, al abrirse por azar una fisura, todo el edificio se entreabre, y arrastrada por su propio peso un día acaba por derrumbarse. Así pues, con mi poema he conseguido el odio de los hombres y la muchedumbre ha seguido tu enojado rostro, tal y como debía.
Pero yo recuerdo que tú aprobabas mi vida y mis costumbres, cuando yo desfilaba por delante de ti en el caballo que me habías regalado [335]. Si esto no sirve para nada y ninguna gloria, merece el que es honesto, al menos yo no había incurrido en ningún, motivo de acusación. Y no me estuvo mal encomendada la suerte de los reos[336] ni los procesos que habían de ser examinados por los centúnviros[337]. Las causas privadas también las decidí como juez irreprochable, y mi rectitud fue reconocida hasta por la parte vencida. ¡Ay de mí! Si no me hubieran dañado los últimos acontecimientos, habría podido vivir siempre seguro con tu opinión sobre mí. Es el final lo que me pierde y una sola tempestad sumerge en el fondo del mar mi barca tantas veces ilesa, y no es una pequeña parte del mar la que me ha maltratado, sino que han sido todas las olas y el océano los que se han abatido sobre mi persona.
¿Por qué tuve yo que ver algo? ¿Por qué torné culpables mis ojos[338]? ¿Por qué, ¡imprudente de mí!, tuve yo conocimiento de aquel delito? Sin pretenderlo, Acteón contempló desnuda a Diana y, sin embargo, no por ello fue menos presa de sus propios perros[339]; y es que, a los ojos de los dioses, hasta el azar hay que expiarlo y un hecho casual no obtiene el perdón, si ha sido ofendida una divinidad.
Aquel mismo día en que me perdió un mal error, cayó la ruina sobre mi casa, modesta ciertamente, pero sin tacha; y aunque modesta, sin embargo es tal que se celebra por su antigüedad y no inferior a ninguna en nobleza; al no hacerse notar ni por su riqueza ni por su pobreza, un caballero procedente de ella no se distingue en ninguno de los dos sentidos. Mi casa podrá considerarse modesta por su fortuna o por su origen, pero desde luego no pasa desapercibida debido a mi talento. Y aunque parezca que he abusado de él durante mi juventud, sin embargo tengo un nombre famoso en todo el mundo, y el mundo de los hombres de letras conoce a Nasón y se atreve a contarlo entre los autores que son apreciados.
Se arruinó, pues, esta casa querida por las Musas, derrumbada bajo el peso de un solo delito, si bien no pequeño; pero ha caído de tal manera que podría levantarse, si la cólera del César ofendido se calmara. Su clemencia en la asignación del castigo fue tan grande que resultó ser más suave de lo que yo me temía. La vida se me concedió y tu cólera se detuvo más acá de la muerte, ¡oh Príncipe que has usado tan parcamente de tu poder! Además, hay que añadir el hecho de que no me has privado de mi patrimonio, como si la vida fuera un regalo pequeño. No condenaste mis delitos con un decreto del Senado, ni mi exilio ha sido ordenado por un jurado especial[340]; zahiriéndome con amargas palabras (eso es lo digno de un Príncipe) te has vengado, como conviene, de las ofensas cometidas contra ti. Además, el edicto, aunque riguroso y amenazador, sin embargo, ha sido suave en la designación del castigo, ya que soy declarado en él relegado y no desterrado, y contiene términos suaves para mi suerte.
En verdad que no hay castigo más grande para un hombre cuerdo y razonable que haber disgustado a varón tan importante, pero la divinidad suele dejarse ablandar de vez en cuando; una vez despejada la nube, el día suele volver radiante. Yo he visto cubierto de pámpanos un olmo que había sido alcanzado por el rayo del fiero Júpiter. Aunque tú mismo me prohíbas esperar, yo no perderé jamás la esperanza; esto es lo único que se puede hacer aun en contra de tu voluntad. Una gran esperanza me sobreviene, cuando pienso en ti, ¡oh!, el más benévolo de los príncipes; pero esta misma esperanza se desvanece cuando considero mi comportamiento. Y así como los vientos que agitan el aire no tienen siempre la misma furia ni un furor constante, sino que de vez en cuando se apaciguan y enmudecen a intervalos, hasta el punto de que se podría pensar que han depuesto su violencia, de la misma manera mis temores se desvanecen, vuelven y cambian y me dan o me quitan la esperanza de aplacarte.
Así pues, ¡por los dioses, que ojalá te concedan (y en verdad que te la van a conceder) una larga vida, si es que estiman el prestigio de Roma, por la patria, segura y tranquila bajo tu tutela paternal, de la que no ha mucho formaba yo parte, como uno más del pueblo, que ojalá Roma, agradecida, te tribute el amor que tú siempre has merecido por tus hechos y tu disposición de ánimo! ¡Ojalá Livia cumpla en su matrimonio contigo muchos años! Ella, que no merecía otro esposo que tú, y que si no hubiera existido, mejor para ti hubiera sido permanecer célibe, pues ninguna había que mereciera tenerte por marido[341]. ¡Ojalá que, estando tú sano y salvo, tu hijo[342] lo esté también y pueda un día, ya anciano, gobernar el Imperio junto contigo, que lo serás aún más[343]! Y que tus nietos, astros de la juventud, vayan, como lo hacen ya, tras tus huellas y las de su padre[344]. Que la Victoria, habituada siempre a tu campamento, se manifieste ahora también y siga los estandartes que le son familiares; que rodee con sus alas, como lo suele hacer, al general ausonio y coloque sobre su brillante cabellera una corona de laurel[345], él, a través de quien tú haces la guerra, con cuyo brazo combates, a quien tú entregas tu augusto auspicio y tus dioses; con una mitad de tu persona estás presente y velas por la ciudad, con la otra estás lejos y llevas a cabo una guerra cruel. ¡Ojalá él te regrese vencedor tras haber sometido al enemigo y resplandezca en lo alto de su carro tirado por caballos coronados de guirnaldas[346]!
Apiádate, por favor, y guarda tu rayo, arma cruel, demasiado conocida, ¡ay, por el desgraciado de mí! ¡Apiádate de mí, padre de la patria[347], y no me quites, olvidándote de este título, la esperanza de poder aplacarte algún día! No pido volver, aunque es presumible que los dioses todopoderosos hayan concedido con frecuencia favores aún mayores; si concedes a mis súplicas un destierro más suave y cercano, mi pena se verá aliviada en gran medida.
Sufro con paciencia los peores males, arrojado en medio de enemigos y ningún desterrado está tan lejos de su patria como yo. Solo, relegado a las desembocaduras del Histro de siete brazos[348], estoy abrumado por el gélido carro de la Virgen Parrasia[349]. De los cíziges[350], coicos[351] y de las hordas de meteros[352] y de getas[353], a duras penas las aguas del Danubio me separan y protegen. Y aunque otros hayan sido enviados al exilio por ti por motivos más graves, a ninguno se le asignó un país tan lejano como a mí; más allá, ninguna otra cosa hay, sino frío, enemigos y agua del mar que se congela en apretado hielo. Hasta aquí llega la parte romana de la costa occidental del Euxino; el territorio vecino lo ocupan los bastarnas[354] y los sármatas[355]; éste es el último país bajo administración ausonia y apenas si está enclavado en los límites de tu Imperio. Por ello, yo te suplico encarecidamente que me relegues a un lugar seguro, para que no me sea arrebatada también la tranquilidad a la par que la patria, para que no tenga yo que temer a pueblos que a duras penas el Histro mantiene apartados, y para que un ciudadano tuyo no pueda caer en manos del enemigo. Sería contrario a las leyes divinas que alguien de sangre latina, mientras haya Césares, tuviera que sufrir las cadenas de los bárbaros[356].
Concedamos que me han perdido dos delitos: un poema y un error; sobre la culpabilidad del segundo de estos delitos es mejor que calle, pues yo no valgo tanto la pena como para reabrir tus heridas, César, y ya es más que demasiado que hayas sufrido una sola vez. Queda el otro delito, por el que se me acusa de haberme convertido con mi obsceno poema en maestro del impúdico adulterio.
Es lícito, pues, que los espíritus celestes sean en alguna medida objeto de engaño y muchas cosas no merecen ser conocidas por ti. Y de la misma manera que Júpiter, que vela a la vez por los dioses y las alturas celestes, no se preocupa de atender a las cosas insignificantes, así, mientras tú recorres con la mirada el mundo dependiente de ti, escapan a tu cuidado las cosas de menor importancia. ¿Pero es que tú, Príncipe del Imperio, abandonando tu puesto, te pondrías a leer versos construidos de modo desigual[357]? No, es demasiado grande el peso del pueblo romano que te abruma y sobre tus hombros llevas una carga demasiado pesada como para que puedas prestar tu divina atención a pasatiempos tontos y examinar con tus propios ojos los frutos de mi ocio. Ahora es la Panonia, ahora la región de Iliria la que has de someter[358]; ahora las armas réticas y tracias suscitan temor; ahora pide el armenio la paz; ahora el jinete parto extiende con su tímida mano el arco y los estandartes conquistados; ahora la Germania te encuentra joven en tu descendiente y un César hace la guerra en nombre del gran César. En fin, puesto que en un cuerpo tan grande, como no existió otro nunca jamás, no hay porción del Imperio que amenace ruina, también te preocupa la tutela de la ciudad y la salvaguarda de las leyes y de las costumbres que tú deseas semejantes a las tuyas. No te toca en suerte la paz que tú procuras a tus ciudadanos y mantienes con muchos pueblos continuas guerras. ¿Me voy a sorprender, pues, de que abrumado por el peso de asuntos tan importantes, no hayas ojeado nunca mis bromas poéticas? Pero si por casualidad, cosa que yo preferiría, hubieses tenido tiempo libre para hacerlo, no habrías leído nada delictivo en mi Arte. Confieso, en verdad, que no es una obra de apariencia seria ni digna de ser leída por un Príncipe tan grande; pero, sin embargo, no por ello es contraria a los dictámenes de las leyes ni pretende enseñar a las jóvenes romanas. Y para que no quepa duda acerca de para quién escribo yo estos libritos, he aquí cuatro versos contenidos en uno de los tres libros[359]: «¡Lejos de aquí pequeñas cintas[360], distintivo del pudor, y tú largo volante que cubres la mitad de los pies! No cantaré sino lo permitido por las leyes y los amores clandestinos autorizados y en mi poema no habrá ningún delito». ¿Acaso no alejé un tanto rigurosamente de este Arte a todas aquellas a las que por llevar estola y cinta está prohibido tocar? «Pero una dama honesta puede utilizar artes enseñadas a otras y tiene donde aprender, aunque no sea a ella a la que se enseñe». Que no lea, pues, nada la matrona, ya que de cualquier poema puede salir mejor preparada para delinquir. Tome en sus manos la obra que tome, si es propensa al mal, sacará de ella instrucciones que orienten sus costumbres al vicio: que toma los Anales (nada hay más tosco que ellos), pues bien, leerá cómo Ilia llegó a ser madre[361]; que toma el poema que comienza con «Madre de los Enéadas[362]», indagará cómo Venus Nutricia llega a ser la madre de los Enéadas.
Proseguiré más adelante, si se me permite exponerlo en orden, con la demostración de que cualquier tipo de poesía puede ser perjudicial para los espíritus. Y, sin embargo, no por ello todo libro va a contener delitos: nada útil hay que no pueda ser a la vez perjudicial. ¿Qué hay más útil que el fuego? Sin embargo, si alguien se dispone a incendiar un edificio, arma sus manos audaces con fuego. La medicina unas veces quita y otras da la salud, y nos enseña qué plantas son saludables y cuáles perjudiciales. Lo mismo el ladrón que el caminante precavido van armados con la espada: pero aquél dispuesto a un asalto, éste la lleva en defensa propia. Se aprende la elocuencia para defender causas justas: sin embargo, protege ésta a los culpables y oprime a los inocentes. De la misma manera, mi poema, si se lee con sana intención, quedará claro que a nadie puede dañar. «Pero a algunas pervierto». El que esto piense, se equivoca y atribuye demasiada importancia a mis escritos.
Concedamos, sin embargo, que esto es así: también los juegos presentan gérmenes de corrupción; ¡ordena, por ello que se supriman todos los teatros! ¡Cuántas veces ofrecieron a muchos la ocasión de faltar, cuando la arena de Marte recubre el duro suelo! ¡Que se suprima el circo! Pues la libertad que reina en el circo no es tampoco segura: allí las jóvenes se sientan junto a hombres desconocidos[363]. Cuando algunas se pasean con el único objetivo de reunirse con sus amantes, ¿por qué hay algunos pórticos abiertos[364]? ¿Y qué lugar hay más sagrado que los templos? ¡Que los evite también toda aquella que tenga inclinación natural al mal! Cuando esté en el templo de Júpiter, se acordará en el mismo templo de las muchas mujeres a las que ha hecho ese dios madres. Cuando esté adorando a Juno en su vecino templo, le vendrán a la mente las muchas rivales que hicieron sufrir a esta diosa. Al contemplar a Palas, se preguntará por qué esta diosa virgen tomó en brazos a Erictonio[365], nacido de un delito. Que va al templo del gran Marte, dedicado por ti, allí está Venus al lado del Vengador y su esposo delante de la puerta[366]. Sentada en el templo de Isis, se preguntará por qué la hija de Saturno la persiguió por el Mar Jónico y el Bosforo[367]. Asimismo, podrá relacionar a Anquises con Venus[368], al héroe latmio con la Luna[369] y a Yasión con Ceres[370].
Todas estas cosas pueden corromper a los espíritus inclinados al mal; sin embargo, todas ellas están en pie, seguras en sus respectivos lugares. Además, la primera página aleja las manos virtuosas de mi Arte, escrito solamente para cortesanas. Toda aquella que irrumpe en un lugar adonde el sacerdote no permite la entrada, inmediatamente se convierte en culpable de un delito del que el sacerdote queda absuelto.
No es, por tanto, un delito hojear versos de tema amoroso, pues a las mujeres les está permitido leer muchas cosas que, sin embargo, han de evitar hacer. Con frecuencia, una matrona de severa expresión ve mujeres desnudas y preparadas para todo tipo de experiencias amorosas; los ojos de las Vestales contemplan los cuerpos de las prostitutas, sin que esto haya sido motivo de castigo para su jefe[371].
Pero ¿por qué en nuestra poesía hay demasiado libertinaje o por qué mi libro incita a todos a amar? No es sino un error y (hay que reconocerlo) una falta manifiesta: me arrepiento de mi inspiración y de mi juicio. ¿Por qué, más bien, no ha sido maltratada de nuevo en mi poema Troya, que cayó bajo las armas argólicas? ¿Por qué no canté a Tebas, las mutuas heridas de los dos hermanos y las Siete Puertas, cada una bajo la protección de un jefe[372]? Igualmente, la guerrera Roma me proporcionaba materia que contar, y es un piadoso cometido celebrar las hazañas de la patria. Por último, puesto que todo está lleno de tus méritos, oh César, hubiera debido celebrar una pequeña porción de tan gran cantidad de ellos; y así como los resplandecientes rayos del sol atraen las miradas, de la misma manera tus hazañas hubieran atraído mi espíritu.
Se me reprocha esto sin razón. El campo que yo trabajo es pobre; aquella otra era una obra de gran riqueza. Por el hecho de que una barquilla se atreva a jugar en un pequeño lago, no por ello debe de confiarse al mar. Tal vez (y hasta de esto debería dudar incluso) soy bastante apto para los versos ligeros y me basta con pequeñas composiciones poéticas. Pero si tú me ordenas cantar los Gigantes doblegados por el fuego de Júpiter[373], la importancia del tema me dejará extenuado en el propio intento. Corresponde a una rica inspiración reconstruir las grandiosas hazañas del César, a fin de que la obra no se vea desbordada por la abundancia de éstas. A pesar de todo, yo lo había intentado, pero me parecía que empañaba tu gloria y (lo que es un sacrilegio) perjudicaba tu valía. He vuelto, pues, a obras ligeras, poemas de juventud, y he inflamado mi corazón con un amor imaginario[374]. En verdad que ¡ojalá no lo hubiera hecho!, pero mi destino me arrastraba y mi ingenio me llevaba a mi propia ruina. ¡Ay de mí! ¿Por qué mis padres me instruyeron y una sola letra ha atraído la atención de mis ojos?
Este libertinaje es el que me ha hecho odioso ante ti por culpa de mi Arte, del que tú piensas que incita a las alcobas vedadas. Pero ni bajo mi magisterio las esposas aprendieron a ser infieles, ni nadie puede enseñar lo que poco conoce. Yo he compuesto versos divertidos y poemas amorosos de manera que ninguna habladuría atentara contra mi reputación. Y no hay ni siquiera marido alguno entre el pueblo llano, cuya paternidad se ponga en duda por mi culpa. Créeme, mis costumbres son distintas de mi poesía (mi vida es honesta, mi Musa divertida) y gran parte de mis obras es falsa y fingida: se han permitido decir más de lo que su propio autor se propuso. Mi libro no es expresión de mi espíritu, sino la inocente intención de ofrecer muchos temas apropiados para deleitar los oídos. De lo contrario, Accio sería cruel, Terencio un parásito y los que cantan fieros combates serían belicosos.
Por último, no he sido el único que ha cantado los tiernos amores, pero sí el único que ha sido castigado por haberlo hecho. Pues ¿qué otra cosa enseñó la Musa del viejo poeta lírico de Teos[375] sino a mezclar los placeres del amor con abundante vino? ¿Y qué otra cosa enseñó la lesbia Safo a las jovencitas sino a amar? Sin embargo, segura estuvo Safo y seguro estuvo también el poeta de Teos. Ni a ti, hijo de Bato[376], te perjudicó en nada el haber confiado con frecuencia tus amores al lector en tu poesía. No hay pieza del encantador Menandro que no contenga alusiones al amor, y éste suele ser leído por jóvenes y doncellas. La propia Ilíada, ¿qué otra cosa es que una adúltera por la que lucharon entre sí su amante y su marido[377]? ¿No comienza ésta con el amor de Briseida y cómo el rapto de la joven suscitó las iras de los jefes[378]? ¿O qué es la Odisea sino una mujer solicitada a la vez a causa del amor por muchos hombres, mientras su marido está ausente[379]? ¿Quién sino el poeta de Meonia cuenta la captura de Venus y Marte, enlazados sus cuerpos sobre un impúdico lecho[380]? ¿Cómo sabríamos nosotros, si no fuera por el testimonio del gran Homero, que dos diosas ardieron por el amor de su huésped?
La tragedia destaca sobre todos los géneros literarios por su gravedad: también en ésta aparece continuamente el tema del amor. ¿Qué otra cosa hay en el Hipólito que la ciega pasión de una madrastra[381]? Cánace es famosa por su amor a su propio hermano[382]. ¿Pues qué? ¿No condujo el tantálida de hombro de marfil a la de Pisa en un carro conducido por Cupido y tirado por caballos frigios[383]? El dolor provocado por un amor ultrajado hizo que una madre tiñera el hierro con la sangre de sus hijos[384]. El amor convirtió repentinamente en pájaros a un rey junto con su amante y a una madre que todavía hoy llora a su Itis[385]. Si no hubiera amado a Aérope un hermano criminal, no leeríamos que los caballos del Sol se volvieron hacia atrás[386]. Ni la impía Escila hubiese tomado los trágicos coturnos, si el amor no le hubiera hecho cortar el cabello paterno[387]. Si lees a Electra y al demente Orestes, lees también el crimen de Egisto y de la hija de Tindáreo[388]. ¿Y qué decir del severo domador de la Quimera, al que una insidiosa anfitriona casi entregó a la muerte[389]? ¿Qué decir de Hermíone[390], de ti, virgen hija de Esqueneo[391], y de ti, sacerdotisa de Febo, amada por el jefe micénico[392]? ¿Qué decir de Dánae[393], de la nuera de Dánae[394], de la madre de Lieo[395], de Hemón[396] y de aquella por la que se reunieron dos noches[397]? ¿Qué decir del yerno de Pelias[398], de Teseo[399] o de aquel de entre los pelasgos que, al desembarcar, tocó el primero tierra troyana[400]? Hay que añadir a esto Yole[401], la madre de Pirro[402], la esposa de Hércules[403], Hilas[404] y el muchacho troyano[405]. Me faltaría tiempo si tratara de enumerar los amores de las tragedias, y apenas si mi libro podría albergar la simple mención de sus nombres.
Se han añadido también a la tragedia bromas obscenas, y cuenta ésta con muchas palabras que han olvidado el pudor[406]. Ni perjudica en nada al autor que nos presentó a Aquiles afeminado el haber disminuido sus valientes hazañas con sus versos[407]. Aristides recogió en sus obras los cuentos milesios que habían sido objeto de reproche y, sin embargo, no fue expulsado de su ciudad[408]; ni Eubio, autor de un relato impuro, que describió la corrupción de la semilla en el vientre materno[409], ni aquel que compuso hace poco los libros sibaritas[410] huyeron de su patria, ni aquellos que no silenciaron sus experiencias amorosas[411]; todas estas están confundidas con las obras de doctos autores, expuestas al público gracias a la generosidad de nuestros generales[412] se hallan a disposición de todos.
Y para no defenderme sólo con armas extranjeras, también la literatura romana contiene muchos temas licenciosos, y así como el grave Ennio cantó las guerras con un estilo propio, Ennio, sublime por su ingenio pero tosco en su arte, y así como Lucrecio analiza las causas del fuego que todo lo devora y vaticina la caída de los tres elementos del mundo[413], de la misma forma el lascivo Catulo cantó con insistencia a su amante, que tenía el falso nombre de Lesbia; y no contento con ésta, contó muchas historias de amor, en las cuales él mismo confesó su propio adulterio[414]. Igual y semejante fue la licencia del pequeño Calvo, que descubrió sus amores clandestinos en ritmos variados[415]. ¿Qué decir de la poesía de Tícida[416] o de la de Memio[417], en la que las cosas se llaman por su nombre y nombres que ruborizan? Cinna[418] forma parte también de este grupo y Ánser[419], más procaz aún que Cinna; los poemas de amor de Cornificio[420] y los de Catón[421], muy semejantes a los anteriores, así como aquellos en cuyos libros aparece, ya encubierta bajo el nombre de Perila, ya la podemos ver cantada con tu nombre, Metelo[422]. Tampoco aquel que condujo la nave Argos a las aguas del Fasis pudo callar sus amores ilícitos[423]. Ni son menos deshonestos los poemas de Hortensio[424] o de Servio[425]: ¿y quién dudará en seguir a tan importantes autores? Sisenna tradujo a Aristides y no le ocasionó ningún perjuicio el hecho de haber insertado en su narración histórica vergonzosas chanzas[426]; lo que deshonró a Galo no fue haber celebrado a Licóride, sino el no haber dominado su lengua después de haber bebido demasiado[427].
Tibulo[428] piensa que es difícil creer a la mujer que jura, puesto que ella de la misma forma lo niega también a él ante su marido. El propio Tibulo confiesa que enseñó a burlar a los guardianes y ahora se declara víctima desgraciada de sus propias lecciones. Con frecuencia, fingiendo celebrar la piedra preciosa o el anillo de su amada, recuerda haberle tocado la mano con ese pretexto. Y por lo que cuenta, a menudo habló con los dedos o con movimientos de cabeza y trazó signos mudos en el redondel de la mesa; indica asimismo con qué tipo de jugos desaparece del cuerpo la lividez que suele aparecer bajo la presión de los labios. Por último, pide al marido demasiado imprudente que la preserve de él, a fin de que ella sea menos infiel. Sabe a quién le ladra el perro, ya que él es el único que anda rondando por allí, y por quién escupe tantas veces delante de la puerta cerrada[429]. Ofrece muchas lecciones de este tipo de tretas amorosas y enseña los procedimientos mediante los cuales las casadas pueden engañar a sus maridos. No se le imputó esto como delito, sino que se lee a Tibulo, agrada y ya era conocido al acceder tú al principado. Encontrarás las mismas recomendaciones en el dulce Propercio y, sin embargo, éste no ha sido culpado con la más mínima censura. A éstos sucedí yo, pues la benevolencia me obliga a silenciar los nombres sobresalientes de los autores aún vivos. Yo no tuve miedo, lo confieso, de que, allí por donde pasaron tantas embarcaciones, únicamente la mía naufragara mientras todas las demás quedaban a salvo.
Otros escribieron tratados acerca de los juegos de azar (juegos éstos que para nuestros antepasados constituían un delito no pequeño[430]), sobre el valor de las tabas[431], sobre la manera como sacar la máxima puntuación al lanzarlas o como evitar los ruinosos canes; sobre los puntos que tiene cada dado[432], la manera como conviene lanzarlos tras invocar el número que falta[433] y cómo colocar los que han salido[434]; cómo puede avanzar un peón de otro color a través de una línea recta cuando una pieza está perdida entre dos contrarias, el arte de saber luchar persiguiendo y el de retirar la pieza adelantada y que no debe ir sin escolta en su retirada a lugar seguro; cómo se puede disponer un pequeño tablero con tres piedrecitas por jugador, donde la victoria consiste en poner en línea sus tres piezas[435]; y esos otros juegos (pues no los voy a citar todos) que suelen hacernos perder nuestro tiempo, cosa tan querida[436].
He aquí que éste canta las diferentes clases de pelota y la manera de lanzarlas[437]; éste enseña el arte de nadar[438], aquel otro el del juego del aro[439]; otros han escrito sobre el cuidado de acicalarse[440]; éste dictó normas para los banquetes y recepciones[441]; aquel otro da a conocer la tierra adecuada para modelar copas y enseña qué vajilla de arcilla es la más indicada para conservar el vino límpido. Tales son los juegos que se suelen practicar durante el ahumado mes de diciembre[442] y, sin embargo, su composición no ha ocasionado ningún daño a nadie.
Seducido por estos ejemplos, compuse versos jocosos, pero un triste castigo ha venido tras mis bromas poéticas. En fin, no encuentro a uno solo de entre tantos escritores al que haya llevado a la ruina su Musa: el único que encuentro soy yo. ¿Qué hubiera ocurrido si hubiese escrito mimos que divierten con obscenidades, que contienen siempre el delito del amor prohibido, en los que con frecuencia aparece el amante elegante y la astuta casada engaña a su necio marido? Esto lo contemplan jóvenes doncellas, matronas, hombres y niños, y asiste a ellos una gran parte del Senado. Y no siendo suficiente manchar los oídos con palabras indecentes, los ojos están habituados a soportar muchas cosas vergonzosas: cuando el amante consigue burlar al marido mediante algún nuevo procedimiento, se le aplaude y se le concede la palma en medio de estrepitosas aclamaciones. Y cuanto menos moral es el teatro, tanto más lucrativo es para el poeta y tanto más caras compra el pretor[443] piezas tan escandalosas. Examina los costes de tus juegos, Augusto, y podrás ver que te han costado mucho la gran cantidad de celebraciones de este tipo[444]. Tú los contemplaste y tú has ofrecido los espectáculos con frecuencia (¡hasta tal punto tu generosa majestad está presente en todas partes!) y con tus propios ojos, de los que se beneficia el mundo entero, has contemplado condescendiente adulterios sobre la escena. Si está permitido escribir mimos que representan escenas indecentes, el tema tratado por mí merecía un menor castigo. ¿O acaso sus escenarios hacen que este tipo de escritos sea inmune y la libertad de los mimos se la deben a la escena? También mis poemas han sido danzados con frecuencia en público y a veces también atrajeron tu atención.
Pues, así como en nuestras casas brillan las imágenes de los antepasados pintadas por la mano de un artista, de la misma manera se puede encontrar en algún lugar una tablilla que represente algunas posturas y figuras amorosas[445]; y así como el hijo de Telamón está en una representación sedente[446] expresando la cólera en su rostro y una madre cruel lleva el crimen en sus ojos[447], así también aparece Venus empapada de agua enjugando con los dedos sus húmedos cabellos y cubierta aún con las aguas maternas[448]. Otros hacen sonar las guerras llenas de armas cruentas, y unos celebran las hazañas de tu familia y otros las tuyas propias. A mí, sin embargo, la avara naturaleza me ha encerrado en un reducido espacio y ha dado a mi inspiración unas fuerzas demasiado exiguas. Y, sin embargo, el afortunado autor de tu Eneida llevó «al héroe y sus armas[449]» a un lecho tirio, y ninguna otra parte de toda la obra se lee más que el pasaje de la unión de ese amor ilegítimo[450]. Y este mismo autor había cantado antes, durante su juventud, al modo bucólico los amores de Fílide y de la tierna Amarílide.
Yo también, hace tiempo, cometí la falta de escribir un poema por el estilo: y un delito que no era nuevo paga un castigo inusitado; y, sin embargo, yo había publicado esos versos cuando, sin haber dejado nunca de ser caballero, desfilaba tantas veces ante ti, siendo tú censor. De esta manera, los escritos de juventud que, por mi falta de prudencia, nunca pensé que me pudieran perjudicar, lo han hecho ahora en mi vejez. Tarde ha recaído el castigo sobre mi viejo librito y la pena está lejos del tiempo del delito que la mereció.
No vayas a creer, sin embargo, que toda mi obra es de poco vuelo: a veces he dado a mi nave grandes velas. He compuesto seis Fastos en otros tantos libros, y cada volumen acaba con su mes, y esta obra, escrita poco ha en tu nombre, César, y dedicada a ti[451], se ha visto interrumpida por mi destino. He dedicado también al trágico coturno una obra sobre reyes[452] y tiene la expresión que corresponde al grave coturno. Y he narrado también, aunque le falta la última mano a mi obra, las metamorfosis de muchos cuerpos. ¡Ojalá apartes un poco la cólera de tu ánimo y en un rato libre hagas que te lean de esta última obra unas pocas páginas, aquellas en las que, comenzando desde el principio del mundo[453], he desarrollado mi obra hasta tu época, César! Podrás comprobar cuánto me has inspirado tú mismo y con cuánto entusiasmo te canto a ti y a los tuyos[454].
Nunca ofendí a nadie con poemas satíricos y mis versos no revelan los delitos de nadie. Yo, inocente poeta, he huido de las gracias salpicadas de hiel; ni una siquiera de mis letras está rociada de gracia venenosa. Y, sin embargo, seré el único, entre tantos miles de ciudadanos y habiendo escrito tanto, al que mi Calíope[455] perjudique. Deduzco, pues, que ningún ciudadano romano se alegra de mis males sino que, por el contrario, muchos se han afligido por ellos; y no puedo creer que alguien me haya insultado en mi postración, si es que mi inocencia ha merecido algún reconocimiento.
¡Ojalá que por estas y otras consideraciones pueda ablandarse tu divina voluntad, oh padre, cuidado y salud de tu patria! No es volver a Ausonia lo que pido, sino que tal vez un día, cuando hayas cedido por la larga duración de mi castigo, me concedas un exilio más seguro y un poco más tranquilo, para que mi castigo sea proporcionado al delito cometido.