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ELEGÍA A LA NAVE QUE LE LLEVÓ DE CORINTO A SAMOTRACIA Y DESCRIPCIÓN DE LA RUTA SEGUIDA

Esta décima composición es una elegía dedicada a recordar la nave que llevó a Ovidio desde el puerto corintio de Céncreas hasta Samotracia. Aprovecha el poeta la ocasión para describirnos el recorrido de su viaje con mención de las ciudades por las que pasó y, al mismo tiempo, eleva a Minerva, diosa protectora de la embarcación, y a otros dioses marinos sus súplicas para que le concedan una feliz travesía.

Para facilitar mejor la comprensión de esta elegía, ofrecemos a continuación una enumeración de los lugares geográficos que debieron de recorrer las naves que transportaron al poeta en su viaje hacia el destierro y en el orden en que lo hicieron [277].

Brindis, Corinto, Céncreas, Ilion, Imbro, Zerinto, Samotracia, Tempira, Sesto, Abido, Lámpsaco, Cízico, Bizancio, Cianeas, Tinias, Apolonia, Anquíalo, Mesembria, Odeso, Dionisópolis, Calatis y Tomos.

Del puerto romano de Brindis debió de salir entre el 1 y el 15 de diciembre en el correo de Brindis; la travesía marítima hasta Corinto fue larga y tempestuosa, tal y como nos cuenta el poeta en las elegías 2.a, 4.a y 11.a de este libro I. A finales de diciembre o primeros de enero recorría a pie el Istmo de Corinto. Vuelve a reembarcar en Céncreas, en la nave aquí recordada, «El yelmo de Minerva», que le lleva hasta Samotracia, bordeando Ilion (Troya) que quedaría a su derecha, pasando después por la isla de Imbro hasta llegar al puerto de Cerinto en Samotracia. Desde allí, esta nave reemprendería su rumbo hacia las costas de Asia Menor, atraviesa el Helesponto o Estrecho de los Dardanelos, cruza la Propóntide o Mar de Mármara y entra en el Ponto Euxino o Mar Negro, llevando con toda probabilidad el equipaje del poeta, mientras éste tomaba una tercera nave que lo llevaría hasta el puerto tracio de Tempira, donde desembarcaría alrededor de febrero o marzo del año 9.

En Samotracia, Ovidio debió de permanecer algún tiempo y con toda probabilidad allí debió de escribir esta 10.a elegía. En la Tracia debió de permanecer todo el resto del invierno, pues el mal tiempo reinante en esos lugares durante dicha estación no le aconsejaría reemprender su camino. Ya en la primavera, se dispondría a atravesar la Tracia por su parte más estrecha, protegido por la escolta que su amigo Sexto Pompeyo, legado militar en aquella región, pondría a su disposición [278]. Una vez en algún puerto del Mar Negro, probablemente en el Golfo de Tinias, le recogería de nuevo la nave que le había dejado en Samotracia y que portaba su equipaje para proseguir ya desde allí rumbo a Tomos, siguiendo el itinerario señalado anteriormente.

Tengo, ¡y ojalá siga teniéndola!, la protección de la rubia Minerva, y la nave recibe su nombre del yelmo pintado en ella [279]. Que hay que recurrir a las velas, corre muy bien a la más ligera brisa; que hay que emplear el remo, con la acción de los remeros recorre el camino. Y no contenta con vencer en su rápida carrera a las naves que partieron al mismo tiempo, alcanza y adelanta incluso a aquellas que salieron antes que ella. Y lo mismo hiende las olas que la extensa y silenciosa superficie del mar y no se resquebraja vencida por los golpes de las enfurecidas olas. Ella, desde que la conocí por primera vez en Céncreas de Corinto[280], permanece como guía y compañera fiel de mi precipitada huida; y a través de tantos incidentes y de mares agitados por vientos adversos ha estado segura gracias a la protección de Palas. Pido que también ahora surque segura la entrada del vasto Ponto[281] y penetre en las aguas del litoral gético[282], término de su viaje. Cuando ésta me condujo al mar de la eolia Hele[283] y recorrió un largo camino por una angosta estela, torcimos nuestro rumbo a la izquierda y desde la ciudad de Héctor[284] llegamos a tu puerto, tierra de Imbro[285]. De allí, tras alcanzar las costas de Cerinto[286] con un viento suave, mi nave cansada tocó Samotracia; la travesía desde ésta hacia la ribera opuesta es corta para quien se dirige a Tempira[287]. Hasta ahí siguió ella a su dueño, pues entonces me pareció oportuno recorrer las llanuras bistonias[288] a pie. Reanudó ella su viaje por las aguas del Helesponto[289] y se dirigió a Dardania[290], que recibe el nombre de su fundador y a ti, Lámpsaco[291], protegida por el dios del campo, y al estrecho que separa a Sesto de la ciudad de Abido[292] por las angostas aguas de una virgen mal transportada[293], y de ahí a Cízico[294], situada en las costas de la Propóntide[295], Cízico, noble obra del pueblo hemonio[296], y a las costas de Bizancio[297] que dominan la entrada del Ponto: este lugar es la ancha puerta de dos mares. ¡Ojalá que pueda superarla y, empujada por el soplo del Austro, atraviese velozmente las inestables Ciáneas[298] y el Golfo de Tinias[299], y desde éste, a través de la ciudad de Apolo[300], dirija su curso al pie de las compactas murallas de Anquíalo[301]! Desde allí, deje atrás el puerto de Mesembria[302], Odeso[303] y la fortaleza que lleva tu nombre, Baco[304], y los lugares en los que, según dice la leyenda, los fugitivos procedentes de la ciudad de Alcátoo[305] fijaron su morada; ¡ojalá pueda llegar desde allí sana y salva a la ciudad milesia[306], adonde me ha deportado la cólera de un dios ofendido! Si esto sucediera, ofreceré a Minerva el merecido sacrificio de una oveja: no corresponde a mi fortuna una ofrenda más importante.

Vosotros también, hijos de Tindáreo[307], hermanos venerados en esta isla, asistid, os lo ruego, con vuestra benévola divinidad a esta doble travesía[308]. Pues una de las naves se dispone a ir por las estrechas Simplégades[309]; la otra va a surcar las aguas bistonias[310]. Vosotros, haced que, aunque vayamos en direcciones opuestas, una y otra tengan sus vientos favorables.