EL POETA DESEA A UN AMIGO QUE NO SE VEA ABANDONADO EN EL INFORTUNIO
Elegía dirigida a un orador amigo de Ovidio, en la que éste se lamenta de los amigos que le han abandonado en los momentos difíciles y desea a dicho amigo, difícil de identificar, que no le ocurra lo mismo. Algunos autores creen que se trata del orador Máximo, perteneciente a la noble gens Fabia, pariente de la mujer de Ovidio y de gran ascendiente ante el Emperador. Pero la mayoría piensan que está dedicada a Caro, maestro de los hijos de Germánico, según nos dice el propio Ovidio en la epístola 13.a del libro IV de las Pónticas. El poeta celebra la buena suerte del amigo y su brillante carrera, deseándole que la buena racha dure, pero le previene de que la gran cantidad de amigos que ahora le rodean puede abandonarle en los momentos difíciles y cuando más necesite de ayuda.
Que te sea concedido alcanzar sin daño el término de tu vida, tú que lees esta obra mía con actitud amistosa y ¡ojalá que pudieran cumplirse para ti mis votos que no consiguieron conmover en mi favor a los inclementes dioses! Mientras te veas favorecido por la fortuna, contarás con numerosos amigos; pero si los tiempos se tornan sombríos, te quedarás solo. Ves cómo las palomas vuelan a los blancos palomares, mientras que una torre ennegrecida no cobija ave alguna. Las hormigas no se dirigen nunca a graneros vacíos; ningún amigo se acercará a las fortunas arruinadas; y así como la sombra nos acompaña cuando caminamos bajo los rayos del sol, y desaparece cuando éste se esconde eclipsado por las nubes, de la misma manera el inconstante vulgo sigue los destellos de la fortuna y, tan pronto como éstos se esconden, al interponerse alguna nube, se va. Yo deseo que esto pueda parecerte siempre falso; sin embargo, por lo que me ha pasado a mí, hay que reconocerlo como verdadero. Mientras me mantuve en pie, un número suficiente de amigos frecuentaba mi casa, conocida, aunque sin demasiadas ambiciones; pero apenas se le empujó, todos temieron su ruina y todos al mismo tiempo volvieron con cautela la espalda y se dieron a la fuga. Y no me sorprende que teman a los crueles rayos con cuyo fuego se suele quemar todo lo que se halla cerca. El César admira al amigo que permanece fiel en el infortunio, aunque se trate de un enemigo aborrecible, y no suele encolerizarse (pues no hay nadie más moderado que él) cuando alguien sigue amando en la adversidad lo que antes ya amaba. Cuando tuvo noticias del acompañante del argivo Orestes[266], el propio Toante[267], según de dice, alabó a Pílades[268]; la fidelidad que el descendiente de Áctor[269] profesó siempre al magnánimo Aquiles fue elogiada con frecuencia por boca de Héctor; dicen que el dios del Tártaro[270] se condolió por el hecho de que el fiel Teseo[271] bajara a los Infiernos acompañando a su amigo; al contársete, Turno[272], la fidelidad de Euríalo y Niso[273], es fácil de creer que tus mejillas se empaparan en lágrimas. Los desdichados tienen también derecho a la piedad y aun en el enemigo se aprueba. ¡Ay de mí! ¡A cuán pocos conmueven estas palabras mías! Es tal mi situación, tal mi suerte, que no debería haber límite alguno para las lágrimas. Pero mi espíritu, aunque muy afligido por la desgracia propia, se tranquiliza con tu progreso. Ya desde entonces presentí, queridísimo amigo, que habría de suceder esto, cuando el viento empujaba tu nave menos que ahora. Si las buenas costumbres o la vida sin mancha tienen algún valor, nadie debería ser valorado más que tú; si alguien destacó por las artes liberales, cualquier causa resulta bien con tu elocuencia. Yo, conmovido por esto, te dije desde el principio: «Un gran teatro aguarda, amigo, a tus dotes». Este presagio no me lo hicieron ni entrañas de ovejas[274], ni truenos de los que suenan por la izquierda, ni el canto o el vuelo del ave que ha sido observada. Mi único augurio fue la adivinación racional del futuro; con ella adiviné y conocí la verdad. Puesto que ésta se cumplió, de todo corazón yo te felicito y me felicito de que tu talento no haya quedado oculto. Sin embargo, ¡ojalá el mío hubiese quedado oculto en las más profundas tinieblas! Mejor hubiera sido que mi obra no hubiera brillado por su celebridad, y así como las graves disciplinas[275], elocuente amigo, te están dando provecho, así un arte diferente[276] a ellas me ha perjudicado. Sin embargo, mi vida te es conocida; tú sabes que las costumbres de su autor se apartaron de tales artes; y sabes que ese viejo poema fue compuesto en mi juventud y que tales poemas, aunque no son precisamente dignos de elogio, con todo no son sino bagatelas. Así pues, aunque mis delitos no pueden defenderse bajo ningún pretexto, sin embargo pienso que se les puede excusar. Excúsalos lo mejor que puedas y no abandones la causa de un amigo: continúa siempre tan bien como comenzaste.