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ENCARECIMIENTO A UN BUEN AMIGO ACERCA DE LAS «METAMORFOSIS»

El poeta ruega encarecidamente a un fiel amigo suyo que lea con cariño y con indulgencia los libros interrumpidos de las Metamorfosis, que su autor había destinado a las llamas, pero que se pudieron salvar gracias a la existencia de varias copias. Lo que parece más probable es que este amigo fuera M. Junio Bruto, ya que él fue el editor de los tres primeros libros de las Pónticas, tal y como parece deducirse de Pont. IV 6, 17 y sigs. Así opinan autores como V. B. Lorentz [250] y S. Reinach [251]. No obstante, ha habido también quien ha pensado que el destinatario de esta elegía sería Higino, director de la Biblioteca del Palatino [252].

Quienquiera seas tú que posees en la imagen un retrato de mi rostro [253], quita de mis cabellos la corona de hiedra[254], corona consagrada a Baco. Estos signos de felicidad convienen a poetas dichosos: una corona sienta mal a mis sienes[255]. Aunque lo disimules, date por enterado de que esto te lo digo a ti, mi mejor amigo, tú que me llevas continuamente de un lado para otro en tu dedo y que, habiendo hecho engastar mi efigie en oro rojizo, ves como puedes el rostro querido del exiliado. Cada vez que lo contemples, puede que se te ocurra decir: «¡Qué lejos de nosotros está el amigo Nasón!».

Tu fiel amistad me resulta agradable, pero mejor retrato son mis poemas que te envío para que los leas, tal como están, versos que cantan las metamorfosis de los hombres, obra que interrumpió el desdichado destierro de su autor. Estos poemas, a punto de marchar, como a otros muchos míos, yo mismo los arrojé afligido con mi mano al fuego. Y lo mismo que, tal y como dice la leyenda, la hija de Testio quemó a su hijo bajo la forma de un tizón y por ello fue mejor hermana que madre[256], de la misma manera yo arrojé sobre las voraces llamas esos inocentes libritos, mis propias entrañas que debían perecer conmigo, bien porque odiaba a las Musas, como responsables de mis culpas[257], o bien porque era aún un poema incompleto y sin limar. Pero puesto que estos versos no han sido totalmente destruidos, sino que sobreviven (creo que fueron copiados en muchos ejemplares[258]), ahora suplico que vivan y deleiten al lector de los frutos de mi laborioso ocio y le hagan acordarse de mí. Y sin embargo no podrían ser leídos pacientemente por nadie, si se ignorara que les falta la última mano: dicha obra se me arrancó de la mitad del yunque y faltó a mis escritos la última lima; por ello, reclamo para ellos indulgencia en lugar de elogio, teniéndome por suficientemente alabado, lector, con tal de que no me desdeñes.

Aquí tienes estos seis versos más, por si crees que son dignos de figurar en el frontispicio del primer librito: «Tú, quienquiera que seas, que tomas en tus manos estos volúmenes huérfanos de su padre, que se les dé asilo al menos a ellos en vuestra ciudad; y para que los acojas con más interés, éstos no han sido editados por su propio autor, sino que fueron como arrancados de la muerte de su señor. Así pues, cuantas imperfecciones tengan en ellos esos versos sin limar, tenía la intención de haberlas corregido, si me hubiese sido posible».